La verdadera Debra Newell en una imagen del documental ‘Dirty John, the dirty truth’. (Fuente: Netflix)
En octubre de 2017 se publicaban los dos primeros episodios de un podcast sobre la figura de John Meehan. Pronto se convirtió en un fenómeno cuya historia se contaría en múltiples plataformas. Dirty John es de esas historias que quieres conocer. El programa se hizo viral porque narraba la historia de un hombre que había dejado fascinada a la población con una historia de lo más macabra. La imagen que llegaba era la de un abusador de mujeres, pero la de las versiones más terroríficas de un perfil así. Mentiroso sistemático, drogadicto, violento y extremadamente calculador, se había dedicado a conquistar mujeres y engañarlas.
De las cosas que más atrapan del argumento es que no acabas de saber qué perseguía exactamente. Es como si el delito en sí mismo fuera lo que le hacía disfrutar, más allá de gozar sus beneficios (una vida regalada, drogas, dinero, etc). Daba la sensación de que persiguiera saberse capaz de repetir una y otra vez sus actos.
Poco después se anunció su adaptación a serie de la mano de Bravo y Netflix, llegó a nosotros el 14 de febrero y la devoré con fruición. La decepción no pudo ser mayor. El contenido de la adaptación televisiva no es que sea vacío, encadena información nueva tras información nueva, pero le falta nervio. Y complejidad.
Una de las cosas que habían cautivado de la historia es esa constante tensión que Meehan construía a su alrededor. La sucesión de mujeres y la variedad de locuras que había cometido durante más de una década. Cada nueva persona que entra en el cuento es una pieza más del puzzle que deja ver la violencia sorda que se palpó en todo momento. Y muy poco de eso se apreciaba en la serie.
Eric Bana y Connie Britton en una imagen de la serie ‘Dirty John’. (Fuente: Netflix)
Pero días después, la propia Netflix hacía público el documental Dirty John, the dirty truth. Un poco cansada del tema, pero con ganas de continuar sabiendo cosas del caso, me puse con él. Y ahí estaba, una hora y media de mucho de lo que busqué en la serie y no encontré. No es un documental especialmente espectacular; se basa en la sucesión de entrevistas, montadas para mostrar la complejidad de la trama y el paralelismo que encontramos en las diferentes historias. Enamorar, aislar, amenazar. Y vuelta a empezar.
Si os llamó la atención el caso, si oísteis hablar del perfil de John Meehan, si como a mí os decepcionó la serie (de la que, por cierto, ya se ha confirmado una segunda temporada), dadle una oportunidad al documental. Es la demostración de que, con menos dinero y menos tiempo de metraje final,puede hacerse algo mejor, más rico y que atrape. Pero entonces la pregunta automática, ¿por qué una serie?
No lo sé, de verdad. Supongo que porque las series están de moda, porque la historia tenía mucha miga y porque potencialmente era algo muy persuasivo. Lo cierto es que el resultado ya era flojo al verla aislada, pero es cuando la comparas con algo tan sencillo conceptualmente como un documental que se limite a dejar hablar a muchos más de los implicados cuando eres consciente del error que fue la serie.
Porque el caso de John Meehan, más allá de la fascinación que puedas sentir por el personaje, es terroríficamente habitual. Posiblemente no con su premeditación, o con la capacidad de repetir, engañar, delinquir y, sobre todo, salir de casi rositas una y otra vez en cada juzgado. Cualquier narrativa que hable de él debe de tener dos funciones, que la historia atrape por su complejidad y que la historia enseñe que es un peligro real. Ambas quedan sobradamente cubiertas con el documental. Entre otras cosas, porque muestran algo mucho más coral y que deja más congelado.
John fue perseguido durante años por varios agentes. Su historia dejó petrificados a varios profesionales que veían cómo no eran capaces de encerrarle para siempre y que constataban que el sistema penitenciario no tenía nada que lo hiciera aprender. Meehan nunca pretendió reinsertarse, sólo cambiar de presa. Utilizar tanto el testimonio de policías reales como el de una terapeuta especializada muestra claramente que no se trata de algo que sale mal puntualmente. Es un peligro. Una figura como él supone un riesgo real para todo aquel que lo rodee. Y eso, de nuevo, queda mucho más claramente reflejado en el documental.
Y como decía, en segundo lugar, debe enseñar. Las víctimas de abusos no reaccionan a la primera, porque no suelen ser capaces de ver la magnitud de lo que les rodea. La estrategia que siguen los abusadores es realmente sencilla: crear una dependencia, controlar, reducir el entorno y convertirse en la única versión de los hechos que vea la víctima. Contra eso, una recomendación clara desde el documental: permanecer con el entorno cercano intacto, no permitir que te aíslen de él y pedir ayuda. Esos minutos finales del documental, y que le faltan a la serie, son básicos. El caso de John Meehan es extremo, por eso nos atrae, porque casi parece ficción. Pero es el reflejo de algo más, de una situación real que se debe combatir, y darlo a conocer debe servir para evitar situaciones semejantes.
Llegados a este punto, no puedo más que preguntarme de nuevo. Existiendo el podcast, existiendo el documental, ¿de dónde nace la idea de hacer una serie que casi banalice una situación semejante, convirtiéndola en una película bastante irrelevante de sobremesa?
Crítica: A ‘Dirty John’ le falta encontrar su tono
La serie no acaba de saber a dónde quiere ir, convirtiéndose en algo monótonofueradeseries.com