David Boreanaz y Emily Deschanel, los dos protagonistas de ‘Bones’.
Bones, que se acaba esta noche en Estados Unidos, nació por el intento de FOX de tener su propio procedimental a lo CSI. En 2005, todas las cadenas se habían lanzado a buscar su serie de casos centrada en algún aspecto sexy, u original, del trabajo policial. CBS, por ejemplo, no sólo estaba construyendo la franquicia de CSI en Miami y Nueva York, sino que disponía también de Caso abierto (sobre casos viejos sin resolver) y Sin rastro (centrada en una unidad del FBI que buscaba personas desaparecidas). En NBC aún funcionaba a pleno rendimiento Ley y orden, con sus spin off, mientras en ABC estaba a punto de acabar Policías de Nueva York y aún rendían bien los abogados excéntricos de Boston Legal.
FOX no quería quedarse atrás en su búsqueda de la nueva CSI y, para ello, se fijó en los libros de Kathy Reichs, antropóloga forense y escritora de misterio que había creado a la doctora Temperante Brennan, que se dedicaba a investigar crímenes de cuyas víctimas sólo quedaban los huesos. Los encargados de adaptar sus historias a televisión fueron el guionista Hart Hanson y los productores Barry Josephson y Stephen Nathan, que enseguida encontraron una manera de que su procedimental se diferenciara de todos los demás: convertirlo en una comedia. Y una comedia romántica, además.
Imagen promocional de la tercera temporada de la serie.
Los principales protagonistas de Bones eran Temperance Brennan (Emily Deschanel), antropóloga forense del Instituto Jeffersonian y con cierto síndrome de Asperger, por lo que es tremendamente lógica y no se le dan bien las interacciones sociales, y Seely Booth (David Boreanaz), agente del FBI que empieza a trabajar con ella en los casos en los que las víctimas están tan descompuestas, que resulta casi imposible identificarlas.
Con Brennan trabajan también el resto de expertos del Jeffersonian, desde Hodges, entomólogo, a Angela, especialista en reconstrucciones, o Zach, otro chico con Asperger que es el ayudante principal de Brennan, a la que Booth llama afectivamente “Huesos” (de ahí, en parte, el “bones” del título). Inicialmente, todos se mueven en un procedimental bastante del montón, hasta que, a mitad de su primera temporada, Hanson y compañía se permiten soltarse la melena y hacer lo que realmente querían. Empezaron a introducir un humor mucho más abierto, a potenciar las excentricidades de los “empollones” del laboratorio y a jugar a conciencia con la gran química que había entre Brennan y Booth.
La clave la encontró el departamento de promoción de FOX cuando grabó un anuncio para la segunda temporada con el eslogan “resolver crímenes requiere de química”. Y Bones había encontrado su camino para diferenciarse.
La comedia de los asesinatos
La clave en el humor de Bones estaba en tres aspectos. Por un lado, presentar unos cadáveres en descomposición lo más asquerosos posibles, cuyo descubrimiento llevara a algún gag tirando a escatológico que, después, podía reproducirse en el laboratorio. Por otro, estaba la relación entre todos los técnicos del Jeffersonian y, por último, encontrábamos la interacción entre Brennan y Booth, los mejores herederos de Mulder y Scully en el terreno de la tensión sexual no resuelta.
Durante sus cuatro primeras temporadas, Bones fue una comedia romántica en toda regla, una que no dejaba de encontrar momentos inspirados en todas partes: las sesiones con el psicólogo del FBI a las que Booth y Brennan deben ir tras enfrentarse a un asesino en serie, los becarios cambiantes del Jeffersonian, la familia hippie de Angela (su padre está interpretado, ni más ni menos, que por uno de los integrantes de ZZ Top)… Era un procedimental que aseguraba más risas que bastantes sitcoms.
Por supuesto, cuando una serie llega hasta las doce temporadas, no puede hacerlo con la misma frescura y el mismo desenfado que al principio. A partir de la sexta, Bones fue tirando más del drama para impulsar sus tramas, y perdió parte de lo que la hacía diferente.
El contraste entre la lógica personalidad de Brennan (que ocultaba un corazón que podía “aplastarse”, que no romperse, más fácilmente de lo que parecía) y el mayor don de gentes de Booth movía muchos de los momentos humorísticos (es un viejo truco de las buddy movies, por ejemplo) y está sobreexplotado a la hora de construir una serie de policías con un hombre y una mujer en su centro. Durante cuatro temporadas, Bones demostró que podía hacerse muy bien y que era posible apostar por algo diferente dentro de los límites del procedimental.