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El otro ‘colapso’, animado y de Netflix: ‘El hundimiento de Japón: 2020’

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(Fuente: Netflix)

No tenemos el cuerpo para distopías, pero unas entran mejor que otras. Solo hay que ver lo ocurrido con El colapso, esa serie conjugada en plano secuencia por el colectivo francés de cineastas Les Parasites que Filmin ha conseguido colar en todas las conversaciones seriéfilas de las últimas semanas. Su acogida entre el público (de todos los estamentos, desde Álex de la Iglesia hasta tu vecino del quinto) ha sido clamorosa; no tanto su recepción crítica. Los profesionales, se entiende que influenciados en parte por el entusiasmo de los primeros comentaristas, se han preocupado de tomar una agria distancia con el catastrofismo en el que se revuelca la producción.

La crítica más repetida es la que censura su supuesto oportunismo: según los que saben, El colapso habría pasado sin pena ni gloria en un mundo que no llevara medio año sumido en otra pesadilla del estilo. Supongo que, temerosa de asomar la cabeza y recibir un mochazo como los que se lleva la de Filmin a cada minuto que pasa (tantos como elogios fervorosos, no se olvide), otra serie en clave de cataclismo, El hundimiento de Japón: 2020, ha pasado por Netflix estos días lo más discretamente posible.

La nipona, una serie animada de diez episodios, plantea en su tesis ciertas diferencias con respecto a la de El colapso (que, por si has pasado el mes de julio debajo de una piedra, imagina el derrumbamiento del sistema económico occidental y la degradación humana que, asegura, seguiría a una crisis de abastecimiento). En El hundimiento de Japón: 2020, como resultará evidente, lo que ocurre es que se hunde Japón, con los consiguientes efectos para la trama, mucho más estirada, compleja y centrada en los personajes (más cercana a lo que se conoce como una serie, vamos a decir).

Primer distingo: el desastre, que en consonancia con el colapso de El colapso es el fin del mundo tal y como lo conocemos, no es mundial. Ni siquiera internacional. Lo que pasa, pasa en Japón, y el resto de países miran desde una segura lejanía sin entender muy bien por qué el archipiélago del manga y la salsa teriyaki se está precipitando al fondo del mar. Entra en juego la identidad nacional, el apego a la tierra o el conflicto con los extranjeros, que no tiene sentido en una narración en la que se va a pique todo el globo. Ocurre, además, que los japoneses llevan largo tiempo obsesionados con las ficciones apocalípticas, en tanto que se abate sobre ellas la mácula cultural de Hiroshima y Nagasaki.

Otro aspecto a diferenciar es la causa de la caída. No son las crisis cíclicas del capitalismo las que dejan vacías las tiendas en esta serie, sino un desastre sísmico. Una fuerza preternatural, un enemigo invisible al que ni siquiera se puede reprochar la miseria provocada. El colapso, aunque escandalosa, no llega muy lejos en su soflama. En las acedas palabras que le dedica el presentador de televisión al científico del último episodio está todo: no hay nada que hacer, no hay forma de contraataque que el sistema no pueda fagocitar.

Reparar la cerámica rota

El hundimiento de Japón: 2020, por su parte, asume la pérdida. Aunque presenta una hecatombe insoportable (su desinhibida representación de la muerte es a ratos grotesca), la serie se centra en qué hacer con lo que nos queda, cómo reparar lo que aún sigue en pie. Encuentra una metáfora a su medida en el arte japonés del kintsugi: la reconstrucción de piezas de cerámica rotas uniendo los trozos con una visible matriz de resina y oro o algún otro metal precioso. La renuencia a disimular las fracturas y, por encima de todo, la fabulación de nuevas maneras de vivir que pasen por honrar lo caído es un motivo que atraviesa la ficción de pies a cogote.

Que sus personajes se permitan momentos de relajo y francachela no los hace más tontos, sino más humanos. Además de desarrollar sus caracteres con seriedad (otro aspecto afeado a El colapso son esos papeles que a veces no consisten en más que ganar tiempo mientras la cámara se luce), El hundimiento de Japón: 2020 se permite así obsequiar al espectador con un voto de confianza para interpretar y juzgar, arrebatado justamente en el momento de limar el discurso de cara a un emotivo y responsable cierre. La serie de Netflix no es oportunista, sino oportuna. La novela en la que se basa, de hecho, se publicó en los 70. Su gravedad funciona al margen del momento que vivimos, pero aporta un valioso modelo para la convivencia con el trauma. No hace sentirse mal por ser feliz: sugiere caminos para volver a serlo.

‘El hundimiento de Japón: 2020’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.

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Filmin estrena el fenómeno galo del año pasadofueradeseries.com

antonio

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