Elemental, queridos lectores. (Fuente: TMS/RAI)
Todo el mundo empieza por algún sitio. Generalmente por abajo, salvo si se tiene la nariz más bien gorda, la mandíbula mameta y el apellido le incluye a uno mil coletillas. De Silos de Borbón de Marichalar y Grecia y Tegucigalpa. Hayao Miyazaki (79 años), arquitecto del Studio Ghibli y quizá el director de cine japonés vivo más importante, empezó por la televisión.
La primera narración a su cargo no llegó hasta 1971, en la serie Lupin III, creada por su colega Isao Takahata, con quien más tarde fundaría la compañía que grabó su obra en constelaciones del cine global. Hasta entonces, Miyazaki se había ocupado en tareas de tweening o, en su forma completa, in-betweening: el intercalado de fotogramas de relleno para que el movimiento entre dos imágenes clave de una animación resulte fluido. Empezó a destacar en 1965, tras liderar un conflicto sindical en Toei, gigante del anime. Después de aquello llegarían Conan, el niño del futuro y trabajos como animador y diseñador en Rascal, el mapache y Heidi.
Estrenada El castillo de Cagliostro, basada precisamente en la serie Lupin III y primera película no oficial de los Ghibli, Miyazaki, gran soñador pop del país del sol naciente (junto con Shigeru Miyamoto, padre de Nintendo), fue vaciando poco a poco su interés por la pequeña pantalla. Ya solo detendría su paso espectacular por el medio cinematográfico en 1981, justo antes de arrancar con Nausicaä del Valle del Viento, película que consolida al estudio como un puntal de la animación japonesa, una racha de obras maestras del largometraje todavía imparable, para dirigir su última serie: Sherlock Holmes.
El anime es resultado de una interesante relación de coproducción entre la compañía japonesa TMS Entertainment y la cadena pública italiana RAI. Cuando la dupla se propuso actualizar las aventuras del investigador de mente preclara alumbrado por Arthur Conan Doyle, encargó a Miyazaki la dirección de seis episodios que rápidamente quedaron congelados a causa de una disputa con los descendientes del novelista británico por los derechos. Años después, y salvado el brete, el proyecto retomó la marcha sin el director, que ya andaba enfrascado en Ghibli. Se produjeron otros 20 episodios firmados por Kyosuke Mikuriya, entre los que se desperdigaron los realizados por Miyazaki (los capítulos tercero, cuarto, quinto, noveno, décimo y undécimo de los 26 totales).
A pesar de la breve participación del director de El viaje de Chihiro, y aunque las historias dirigidas por el compañero Mikuriya carecen de su inventiva y dinamismo, no es complicado trazar un mapa de sus obsesiones que cruce toda la serie, desde la convivencia con el mundo natural (Holmes es un zorro en un mundo de perros) hasta Europa y sus parajes, pasando por la revolución científico-técnica del siglo XIX y sus máquinas, siempre evocadas desde la fabulación steampunk y adscritas al triunfo de la razón que representan. Los vehículos y cachivaches de diseños alambicados que montan Moriarty o Lestrade son, como en El viento se levanta, El castillo ambulante o Porco Rosso, juguetes de goma que rebotan y jadean vapor entre alegatos pacifistas.
Miyazaki (falsamente retirado, pues prepara una película monumental, ¿Cómo vives?, de la que dicen producir solo un minuto por cada mes de trabajo) quiso recuperar a la criatura de Arthur Conan Doyle justo después de haberse inspirado para El castillo de Cagliostro y su serie predecesora en Arsenio Lupin, el majestuoso ladrón que imaginara Maurice Leblanc, como si buscara completar una rima entre dos de los grandes cerebros de la novela europea del cambio de siglo. Del Sherlock Holmes canino, Amazon Prime Video ofrece los 26 episodios. Filmin, por su parte, tiene en catálogo una versión mutilada que reúne los seis capítulos de Miyazaki en un único bloque de 80 minutos.
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