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Crítica: ‘Arde Madrid’ es irreverente, incisiva y con mucha personalidad

Inma Cuesta y Debi Mazar, en ‘Arde Madrid’. (Fuente: Movistar+)

Esta crítica se ha escrito tras ver los cuatro primeros capítulos de ‘Arde Madrid’. No contiene spoilers.

La sinfín. Así es como Lola Flores apodaba a Ava Gardner por sus ansias de fiesta, de diversión, de comérselo y bebérselo todo, en todos los sentidos, durante los años que vivió en Madrid. Para la actriz era un escape de Hollywood, de Frank Sinatra, de todo lo que allí la encerraba en la concepción que los grandes estudios tenían de cómo debían ser sus estrellas femeninas. Y más si eran conocidas como “el animal más bello del mundo”.

En la España oprimida y en blanco y negro de los 60, Ava encontró la liberación que las mujeres que trabajaban para ella no podían ni permitirse soñar. Mientras la señora se llevaba a su cama a todos los hombres que quería, sus criadas estaban reprimidas por una educación que las ponía al servicio de sus futuros maridos, y anulaba cualquier tipo de deseo o voluntad propia, o por un completo analfabetismo emocional y sexual. Y ahí es donde está el quid de Arde Madrid, la comedia que Paco León y Anna R. Costa han creado para Movistar+ y que se estrena mañana jueves.

El motor de toda la historia es una fantástica Inma Cuesta como Ana Mari, la integrante de la Sección Femenina coja, muy pueblerina, con ningún sentido del humor y que va a sufrir el mayor shock de todos cuando llegue a casa de Ava Gardner, y no sólo por la actitud de la actriz. Tiene que espiarla para Franco y, para tener una tapadera sólida, finge estar casada con Manolo (Paco León), un tipo que está buscando siempre chanchullos rápidos con los que ganar algo de dinero. Y la proximidad física de ese hombre con el que debe comportarse en público como si fuera su marido termina por provocarle un choque emocional aún mayor.

El conflicto de Ana Mari y el que vive la otra criada, Pilar (Anna Castillo), son los verdaderos centros de la serie. La supeditación de la mujer a esos roles de esposa servicial y madre amantísima les creaba graves inseguridades cuando se topaban de frente con alguien que tenía otras prisiones en Hollywood, pero que en Madrid se quedaban muy atrás. Ese contraste, paralelo a esa muy tímida apertura del régimen hacia algunas cosas que empezaban a entrar desde el extranjero, es lo que impulsa Arde Madrid y lo que fomenta también gran parte de su humor.

Porque estamos ante una comedia con mucha personalidad, irreverente, con un olfato muy fino a la hora de retratar esos conflictos de sus mujeres y que tiene dos armas secretas a la hora de hacer reír como son el general Perón y su esposa Isabelita, exiliados en España y vecinos de Ava que sufrían el ruido de sus fiestas. El costumbrismo con el que están retratados (ellos y su fabulosa asistenta, Rosario) desmitifica el modo de vida de esa jet set con la que las autoridades hacían la vista gorda en sus noches de juerga. Y la desmitificación es otro punto más a su favor, uno que la entronca con esas comedias italianas y españolas de los 60 de las que también están bebiendo León y Costa.

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Todos sus personajes están retratados a la altura de sus ojos; ni se les mira por encima del hombro ni se les pone en un pedestal. Eso ayuda a que las situaciones, a veces rocambolescas, en las que se ven metidos se noten realistas (algunas ocurrieron de verdad y otras son ficción) y que los momentos de comedia funcionen. Porque Arde Madrid es muy divertida. Está repleta de gags visuales, de chistes que surgen a partir de los personajes, de conversaciones que ocurren de fondo y que dan no sólo contexto sino, sobre todo, una capa más de contenido a la serie… Hay muchos detalles que permiten que vaya más allá de una mera comedia sobre las chachas de Ava Gardner.

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Pero funciona como comedia, sobre todo en el aspecto de que no va a dejar indiferente. Su propuesta es de las que se abrazan o se descartan. Si se entra en el juego de esos cameos de personajes reales que, a veces, añaden unos guiños metarreferenciales que son la guinda del pastel (como que Elena Furiase, nieta de Lola Flores, haga de la tata del clan en el bautizo de su tío Antonio), la serie se disfruta mucho, porque está hecha para eso.

Las mismas ganas de divertirse de Ava están en Arde Madrid. Y aunque no descuida su discurso sobre el rol de las mujeres (que, en algunos aspectos, no ha cambiado tanto desde los 60), su sentido del humor y la originalidad de su propuesta es lo que más engancha desde el principio. No está haciendo crítica social pero, al mismo tiempo, un poco sí, y el cariño con el que trata a sus personajes femeninos es digno de ser resaltado.

‘Arde Madrid’ se estrena completa bajo demanda el 8 de noviembre en Movistar+.

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