La cara de Oona se me queda viendo la segunda parte de ‘(Des)encanto’. (Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver los diez episodios de la segunda parte de la primera temporada de ‘(Des)encanto’ y no contiene spoilers.
El titular de arriba, el oficial, es planito y directo. Por el SEO y toda esa movida. Pero el verdadero encabezado, el que siento por dentro, sería alguna perullada tipo “La insoportable levedad de las tramas o cómo (Des)encanto comenzó a no importarme absolutamente nada”. Y me duele, de verdad, pero la propuesta de esta segunda parte vuelve igual de etérea que la anterior tirada de episodios. Y aquí no estamos para perder el tiempo.
La serie de Matt Groening para Netflix completa con esta nueva hornada de diez episodios de media hora su primera temporada (de momento hay confirmadas dos; o sea, cuatro partes). El argumento, armado alrededor de las correrías de la desinhibida princesa Bean y sus feéricos compañeros Elfo y Luci por el mundo de Utopía, no terminó de cuajar en esa primera parte e igual de flácido comienza esta segunda, con unas tramas insulsas que ocupan buena parte de la temporada mientras se atan los cabos sueltos del año pasado.
No es justo comparar (Des)encanto con Los Simpson. No es justo, de hecho, comparar nada con esa maravilla; pero el caso de Bean y compañía es especialmente distante del de la familia amarillo limón. La serie quiere algo completamente apartado de aquella comedia reina, apostando con furor por unas tramas que fluyen a lo largo de varios episodios y se asoman tímidas al todopoderoso cliffhanger. Y, sin embargo, no puedo evitar pensar que este parece no ser el mejor proyecto para Groening; no, al menos, para el equipo con el que lo está llevando a cabo. Algo no cuadra.
Luci sigue a lo suyo en esta segunda entrega. (Fuente: Netflix)
Manitas no faltan en la dirección, con gente como Frank Marino o Albert Calleros, veteranos de Futurama y El show de Cleveland. Y dudar de los ejércitos de guion comandados por Groening a estas alturas de la vida me parece sacrílego. ¿Qué pasa aquí, entonces? Porque ya vamos a por la segunda entrega de (Des)encanto y todavía hay alguna cosa que no encaja. Creo que no soy el único que desea con locura que le guste esta serie, pero la puñetera se resiste.
Quizá sea esa pesadez en las bromas, a la que habría que dedicarle un estudio mucho más profundo, porque me niego a pensar que los creadores no son capaces de ver que sus chistes NO funcionan. Son más listos que eso. Hay alguna estrategia afilada, un tempo sutilmente cansino, para el que no estamos preparados; que sencillamente no entendemos. Eso sí, la serie vuelve igual de autoconsciente y despreocupada en el humor de lo que vino hace ya un añito. Todos los tropos del género fantástico están invitados al banquete, pero se pasan con el vino y vomitan. Ese es más o menos el resumen.
Por eso me recorre la congoja cuando aprieto las teclas y escribo lo que nunca pensé que escribiría: no veáis (Des)encanto. El tramo final está lleno de imaginación (el noveno episodio es genial) pero el viaje no merece la pena. Llegados a este punto, con esas intrigas palaciegas tan poco entretenidas y unos personajes deformes como el sirope, no soy capaz de encontrar un solo elemento que disuada de abandonar la serie aquí, más allá del amor por el creador y su imaginario. Amor que, en mi caso, es devoción enfermiza de la que los hipsters tienen por los auteurs del cine. Yo estoy en este barco hasta la muerte, aunque vosotrxs no tengáis por qué. Se lo debo a Matt. Le debo tantas cosas.
‘(Des)encanto’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.
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