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Crítica: ‘El desorden que dejas’ es puro fuego en la piel de un drama adulto

Bárbara Lennie y Arón Piper en ‘El desorden que dejas’. (Fuente: Netflix)

Sobre El desorden que dejas, hoy día de su estreno, me gustaría decir una única cosa: VEDLA. Vedla y disfrutadla tanto como yo lo hice hace unas semanas, cuando nos pasaron a la prensa los episodios. Pero ya que estáis aquí, sería descortés no decir nada más, aunque advierto que apenas daré detalles de la sinopsis y el devenir de la trama de esta miniserie de Netflix porque es de esas producciones de misterio que cuanto menos sepas, más disfrutas.

Creada por Carlos Montero, uno de los artífices de la explosiva Élite, y autor del libro homónimo en que se basa, El desorden que dejas es un thriller muy bien medido donde no hay margen para el aburrimiento. Es puro fuego. Y eso, más allá de la presencia de Arón Piper o contar con un aula entre sus escenarios, es el verdadero nexo entre ambas series del mismo creador, que están concebidas como un entretenimiento sin pudor que engancha como pocas series a un espectador que se verá avocado al maratón hasta descubrir toda la verdad. Realmente, dudo que quien empiece hoy a verla llegue al lunes sin haberla completado.

Su historia sigue a Raquel -interpretada por una Inma Cuesta que a veces tiene más acento gallego que otras, pero que logra que empaticemos fuertemente con ella-, una profesora que llega nueva a un colegio, inexperta, y de repente se ve a sí misma como una investigadora improbable, obsesionada, de un suceso que aún resuena entre las gentes del pueblo. Sus alumnos, sus compañeros y otros personajes aportarán respuestas o incógnitas al caso, pero, aún con todo, El desorden que dejas logra separarse de las series de género criminal más prototípicas de pueblos donde todos son sospechosos y todos se miran con los ojos entornados mientras guardan oscuros secretos.

La atmósfera de esta serie es distinta, cotidiana, y no trata al entorno rural con paternalismo. El pueblo no es un lugar de gente anclada en el pasado que choca con la personalidad cosmopolita de quien viene de la gran ciudad: no hay sitio más cool que Novariz, con sus paisajes apabullantes, su moderno colegio, su bar, sus termas o el restaurante más chic de la comarca. Por eso, entre otros motivos, esta miniserie se siente tan diferente a otras tantas con las que sobre papel compartiría muchos puntos.

Pero lo verdaderamente disfrutable de El desorden que dejas, como avanzábamos antes, es su capacidad para seguir hacia delante, imparable. Capítulo a capítulo asistimos a un sinfín de giros de trama, a un desfile de “OYOYOY” y de “No puede ser”, sea mediante polvazos, sangre, amenazas o traiciones que nos dejan petrificados. Y también nos siembra el miedo de si Montero sabrá darle un buen cierre a todo esto, pero en mi opinión, y sin spoilers, lo hace con competencia. Se notan las tablas.

A todo eso sumamos a dos actrices protagonistas de primer nivel (a Cuesta la acompaña Bárbara Lennie) y un buen elenco de secundarios (atentos a los debutantes Isabel Garrido y Roque Ruíz, que se vienen dos estrellas) y la fórmula se vende sola. Y tal vez haya quien la cuestione, tal vez quien no la meta en su lista de mejor del año (no en vano, no hubo ni rastro de ella en los Feroz), pero no me cabe duda de que será uno de los mayores hits de Netflix en 2020, aquí y fuera. La droga está servida y yo, que la he disfrutado como un cochino en el barro, no puedo más que hacer mi reverencia ante Carlos Montero.

Porque si Élite me dio la vida durante el confinamiento, esto me ha arreglado diciembre. Ahora quiero más. Quiero esa cuarta temporada de Las Encinas para mañana y, sobre todo, quiero que Netflix deje de entretenerse con Manolo Caro y le ponga un monumento a Montero. Y un camión de dinero en la puerta de su casa. Como diría, orgullosa, Encarnita del Baptisterio Romano sobre su abuelo, “SE LO MERECE TODO”.

‘El desorden que dejas’ está disponible en Netflix.

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