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Crítica: ‘Juego de tronos’ 8×04 — El último de los Stark

Lena Headey demostrando que puede decir muchísimo sin decir nada y pidiendo su Emmy. (Fuente: HBO)

Jon elige a Daenerys (a medias), pero Daenerys no elige a Jon. Sansa elige el Norte y Arya elige venganza. Varys elige al pueblo y Tyron elige no elegir todavía. Jaime elige a Brienne, pero se arrepiente y elige a Cersei. Cersei ya había elegido, hace tiempo, que su hijo merece los Siete Reinos. Y para ello, Cersei eligió la violencia.

Ese es el resumen de un perfecto episodio 8×04 de Juego de tronos que, tras zanjarse la amenaza sobrenatural en la batalla de Invernalia, recoloca todas sus piezas de cara a la contienda final por el trono (y ya sabéis: cuando juegas al juego de tronos, o ganas o mueres). Perfecto porque condensa todo lo que es la serie: las batallas no solo se libran en el campo (o en el mar, en esta ocasión) sino en habitaciones pequeñas con grandes conversaciones. Ha habido diálogos que lo han sido todo (y muchas miradas, ¡qué miradas!), pero antes de que los haters enarbolasen el “¡oh, no, otro episodio de hablar!” nos han golpeado en el mismísimo dragón.

La celebración en Invernalia ha servido para mucho. Sansa pone el broche final (literalmente) a la historia de Theon dejando claro que siempre fue parte de su familia. Daenerys ha nombrado a Gendry como heredero de Bastión de Tormentas colocando así a un aliado como líder de uno de los reinos (¿ves Tyrion como yo también soy lista?) aunque reconociéndole como heredero del trono según el linaje de Robert Baratheon. Una gran noticia para el herrero, que se viene arribísima y le pide a Arya matrimonio: ella le contesta con las mismas palabras que le dijo a su padre en la primera temporada, no es una dama. Y Jaime, por fin, ha consumado su tensión sexual con Brienne aunque no será un final feliz.

Pero la enjundia en Invernalia estaba en la mesa presidencial: Daenerys ve con sus propios ojos cómo Jon Snow (o Aegon Targaryen) ha conseguido siempre el poder (Lord Comandante, Rey del Norte…) aunque no lo desease: con un carisma (¿carisma?) y apoyo que siente mayor que el suyo (¡amenaza!). Y él sigue diciendo que no quiere el poder (¡JÁ!), que estará siempre al lado de Daenerys, pero ella necesita algo como prueba de su lealtad, que entierre el secreto de su verdadero nombre. Él no es capaz de dárselo, porque, como el pobre hombre que es, no termina de decidirse entre ella y las Stark.

No quiero ni imaginar la reacción de los detractores de Sansa después de este episodio. No van a entender sus motivaciones ni cómo ha decidido jugar al juego de tronos. Lo que motiva a la Señora de Invernalia (y cuenta con el apoyo de Arya) es defender al Norte y a su familia y es por eso que se resiste a hincar la rodilla ante Daenerys. Pero, ¿por qué es tan reticente ante la Reina de Dragones? Como ella misma recuerda en este capítulo, a los hombres Stark les ha ido siempre muy mal en el sur. Dicho de otra forma: todas las desgracias de su familia empezaron el día en que Ned Stark aceptó el mandato de Robert Baratheon de ser su Mano del Rey. ¿Por qué va ella a poner el destino de su reino y su casa en manos de otro monarca loco? ¿por qué ceder el poder que tiene sobre el norte en favor de una extranjera?

Lo peliagudo de la situación es que Sansa lanza los dados muy fuerte y eso le puede costar mucho en el futuro: compartiendo el secreto de Jon con Tyrion puede poner la vida de su medio hermano en la picota. La existencia de Aegon Targaryen ya no es un secreto sino información, dice Varys, quien apuesta por él como futuro rey en detrimento de la mujer a la que hasta ahora había apoyado, mientras que Tyrion no lo tiene tan claro. Varys se mueve por los intereses de los desfavorecidos (¿mejor persona viva de Poniente?) y cree que una reina dispuesta a arrasar ciudades llenas de civiles no es su mejor opción. Es justo verlo así, aunque nos duela.

Pero tampoco pueden decirle a Daenerys que no ha agotado todas las vías posibles antes de optar por las llamas. De hecho, aconsejada por Tyrion y Varys, ha recurrido a la diplomacia para sacar a Cersei del trono y la reina se ha reído en su cara a carcajadas. Y ha cortado la cabeza de su mejor amiga, nada menos, poco después de matar al segundo de sus escamosos hijos. Era un movimiento condenado al fracaso desde su planteamiento pero que había que intentar y que sirve para mostrarnos, más claramente que nunca, el gran dilema que tiene Tyrion: quiere que Daenerys suba al trono pero no que para ello mate a Cersei. O mejor dicho, al hijo que Cersei tiene en su vientre. El problema es que, necio de él, Cersei no va a aceptar exiliarse con su hijo en una isla remota y vivir de plantar remolachas.

Tyrion debe decidir entre su sobrino Lannister y la reina a la que lleva apoyando varias temporadas y el tiempo se le agota. Hasta su hermano ha tomado una decisión: Jaime, tras probar el amor de Brienne e intentar darse una oportunidad para la redención, se da cuenta de que eso no es posible. Jaime siempre ha sido un monstruo… por Cersei. Y con Cersei debe acabar. La pregunta es si a su lado o contra ella, pero su destino está inevitablemente unido al de su hermana y amante. ¿Será Jaime Lannister quien mate a la reina o será Arya quien de nuevo actúe de heroína y consume la venganza por la muerte de su padre? ¿o tal vez será Daenerys quien siga las últimas palabras de Missandei y haga Dracarys sobre la Fortaleza Roja?

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