(Fuente: Amazon Prime Video)
Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘La jauría’ y contiene spoilers.
Durante buena parte de su duración, La jauría está protagonizada por un vacío. Ese espacio negativo, ese grito que no truena, es Blanca, una estudiante de instituto víctima de una violación en grupo. Tras el atropello la joven desaparece, y la serie, un ornato en el mascarón de proa del Mayflower que transporta a las series chilenas en su peregrinaje hacia un lugar privilegiado en el espacio global, se centra en el desorden que deja.
La chica, que centra el agujero negro en torno al cual Amazon Prime Video arma su coproducción, no comparece verdaderamente hasta el último cuarto de temporada. Hasta entonces, su historia se cuenta en reducidos y escuetos flashbacks, mientras que el tiempo presente avanza empujando a familiares, compañeras de clase y agentes del orden con una apesadumbrada cadencia. La fórmula escogida, sin embargo, no es el retrato costumbrista de un dolor anormal, que lo convierte todo en excepción. Aquí la excepción es la norma, y la violación de Blanca, una pieza secundaria dentro una intrincada trama criminal.
Aunque el género es tan buen embudo de emociones como el realismo (y sus soluciones son, cuando la dicha es buena, incluso más eficaces), la adopción de los modos del thriller perjudica a ratos el conjunto. Extrudir la verosimilitud en un molde policiaco no tendría por qué debilitar la base concreta de la repulsa de la violencia contra las mujeres, pero su ejecución grisácea y de giros predecibles convierte la anunciada inspiración de la trama en el caso español de La Manada en un elemento tangencial y una apropiación descuidada.
Cuando más brilla La jauría es cuando pone toda la atención en lo que parecía ser su objetivo inicial: retratar el impacto de un crimen machista como este en las mujeres de una comunidad. La serie es ostensiblemente inocente de cualquier forma de morbo, pues la agresión no es nunca objeto de voyerismo, sino un disparador de responsabilidades. La desaparición de Blanca provoca un revuelo en el círculo cercano que permite escudriñar las numerosas malas hierbas que yacían escondidas en rincones siniestramente familiares, y de las que la violación en grupo es solo una muestra.
No se entiende entonces de dónde brota ese interés por colocar una cibersecta liderada por un misterioso megalómano como cabeza de turco, una imagen enajenante que resta peso a la idea de que el abuso es una emergencia con la que convivimos y de cuyos estragos debemos tomar conciencia urgentemente. Los malos son otros. Esta importación de la biblioteca narrativa del género policiaco diluye la historia de Blanca como una fantasmagoría aislada, algo que evidentemente no es, y dota al tema de una distancia ambigua.
Al mismo tiempo, es cierto que la adscripción al thriller conecta con la raíz de este tipo de narraciones, que podemos rastrear 2.500 años atrás. El de La jauría es un relato edípico, atravesado por una investigación que acaba siempre en el mismo punto muerto: un espejo. La revelación de que el enemigo está entre nosotros, que es tan producto de nuestra sociedad como lo somos los demás. Se ve claro en las tres agentes de policía protagonistas, que violan la ley en numerosas ocasiones como método heterodoxo para combatir las excreciones del sistema pero también porque es el único recurso heredado de él y de los hombres que han regido sus instituciones durante siglos. No era necesaria la hipérbole criminal: el lobo ya está entre nosotros.
‘La jauría’ está disponible completa bajo demanda en Amazon Prime Video.
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