La nueva temporada sorprende con lo mismo de siempre. (Fuente: Disney+)
Esta crítica se ha escrito tras ver el primer episodio de la segunda temporada de ‘The Mandalorian’.
¿Se puede sorprender haciendo lo mismo de siempre? Sí. La segunda temporada de The Mandalorian parece decidida a hacerlo. Los cimientos del episodio estrenado hoy en Disney+ constan, en esencia, de los mismos materiales que componían la primera temporada, estrenada en marzo. Con el regreso del pistolero mandaloriano y su diminuto acompañante vuelven también el inacabable desierto, la estructura de casos de la semana, las reminiscencias del wéstern, el catálogo de bichejos made in Star Wars y los ricos paisajes sonoros de Ludwig Göransson. Pero, a pesar del exceso de equipaje, el aterrizaje es exitoso.
La trama de este nuevo arranque conecta con lo anterior y proyecta el futuro a un tiempo. Si en mayo dejamos a Mando y Baby Yoda partiendo hacia lo desconocido en busca del hogar del odioso bebé verde, la nueva temporada nos los devuelve en la primera parada de ese viaje: Tatooine, donde, según un chivatazo, aguarda otro pistolero ataviado con una armadura mandaloriana. Esta aventura de introducción, no obstante, sirve también como aviso: nos previene ante una estrategia capitular como la de la primera entrega, acorde a un protagonista siempre de paso. El cazarrecompensas llega a un poblado, deja algo de sí en él y parte de nuevo hacia la nada.
Prácticamente superada la hora de metraje del nuevo volumen (que se ha estrenado con 52 minutazos de episodio, lejos de los 30 y pico habituales), la cosa no ha avanzado demasiado. El rastro que el Mando seguía se ha enfriado, de Moff Gideon no sabemos nada y el camino hacia el hogar de Baby Yoda continúa siendo una incógnita; no obstante, hay otras novedades. Por ejemplo, hemos visto dirigir a Jon Favreau, hasta ahora solo creador, productor y guionista, y cómo se nota su mano en esa primera pelea en la cantina, pariente cercano del slapstick.
Otro bombazo: el resucitado Boba Fett ya ha asomado la cabeza. Al final de este episodio comparece por fin Temuera Morrison, intérprete de Jango Fett en El ataque de los clones, quien dará vida aquí a su hijo Boba, según da por hecho The Hollywood Reporter. Ni idea de por qué sigue vivo un personaje (tan cazarrecompensas como nuestro protagonista) al que vimos desaparecer en el esófago de un sarlacc en 1983, pero es evidente que algo ha cambiado. Sigue compartiendo rasgos con todos y cada uno de los soldados clon, pero carga con unas extrañas herramientas a la espalda y parece haber roto lazos con el credo de Mandalore.
The Mandalorian vuelve con un episodio inmovilista, tan orgulloso de los triunfos pasados que podría fácilmente pertenecer a la temporada anterior, pero se permite ciertas licencias. Ese espíritu de cambio-no-cambio, que, apuesto, gobernará la serie hasta su conclusión, se encuentra precipitado en la secuencia más importante del capítulo: la emboscada al dragón krayt. En el hito que marca la aparición en pantalla de la fiera, el ratio de aspecto de la pantalla muta del cinematográfico 2.35:1 al televisivo 16:9; es decir, del panorámico a la pantalla completa. El discurso soterrado delata a Favreau y su equipo como jugadores prudentes, bien agarrados a lo que funciona pero flexibles.
Es más estimulante asumir que en esta expansión de la ventana a través de la cual nos asomamos a los ignotos mundos que Disney nos propone, que no es sino una osada transgresión de lo pactado con el espectador, hay cristalizada una política. La estipulación de unas reglas, la entrega al devoto de unas Tablas de la Ley. El credo de Favreau y los suyos: mantener la convencionalidad a toda costa, incluso cuando esto pasare por traicionarla. Si debe irrumpir la modernidad, que irrumpa; siempre que su fin último sea quedar asimilada en la tradición. La narración, los principios, la televisión, el cine, todo al servicio de la inteligibilidad. Ese es el camino.
‘The Mandalorian’ puede verse bajo demanda en Disney+, con un episodio nuevo cada viernes.
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