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Crítica: ‘The Midnight Gospel’, historia de la televisión en Netflix

La serie pone imagen a un podcast de Duncan Trussell. (Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver ‘The Midnight Gospel’ completa y no contiene spoilers.

En contadas ocasiones, una llama especialmente viva ilumina el pabellón a menudo lóbrego de la historia. Es bonito pensar que The Midnight Gospel se verá de esa manera en el futuro. La mordedura de su transgresión acumula tanto impulso y está tan envenenada de ideas, que hace quebrar el aburrido y gris hormigón que sustenta las convenciones narrativas del pasado y el presente. Con el cadáver de su explosión vanguardista aún caliente, me atrevo a juzgar que la última pieza en la historia formal de la televisión la ha colocado Netflix.

The Midnight Gospel, serie de ocho escuetos episodios que la plataforma estrenó sin demasiado pábulo hace unos días, tiene los apellidos necesarios y suficientes (animada y experimental) para verse automáticamente empujada a los márgenes de lo popular y, merced a esa misma marginalidad, arar nuevos campos donde cultivar lo prohibido y lo inimaginable de la televisión. Su premisa burla los límites de la ficción, la memoria y la subjetividad y tensiona pilares maestros del lenguaje como el realismo, el papel del espectador o la correlación entre lo que se ve y lo que se oye.

El alcance de su puñetazo en la mesa se antoja incalculable. En la cabeza de cada cual trastocará mecanismos esenciales de la asimilación y la reflexión de historias. La crítica cultural, por ejemplo, es la principal damnificada en las ecuaciones mentales del que escribe: cómo reducir la experiencia de The Midnight Gospel a un puñado de frases inteligibles, a mensajes que puedan entenderse y, al mismo tiempo, codificar unos conceptos tan profundos sin mutilarlos, o por qué hacerlo siquiera, son preguntas que atravesarán este texto y todos los venideros desde hoy.

Si no podemos sino resignarnos a los caprichos de la prensa para seguir entendiéndonos en un idioma que no implique la destrucción y reconstrucción completa de nuestro sistema de lectura cultural, diré que The Midnight Gospel es la historia de Clancy, un podcaster intergaláctico que recorre una infinidad de mundos simulados entrevistando a las más variopintas criaturas para su programa. Durante largos paseos por ecosistemas que no dejan de moverse en la pantalla, los conversadores tratan temas como la muerte, el amor, la religión, el uso de drogas, la capacidad de perdonar, la meditación o cómo escuchar nos conecta con el resto de seres humanos.

Si The Midnight Gospel es uno de los productos televisivos más intelectualmente estimulantes que recuerdo, no es por su apartado visual. La calidad e inspiración del dibujo (inevitablemente marcado por la presencia de Pendleton Ward, autor de Hora de aventuras, como cocreador) está fuera de toda duda, pero sus agitadas filigranas plásticas están subordinadas al diálogo que ilustran. Ese chorro de imágenes ambiguo, colorido e improcesable, por acelerado, es un fondo. Un espectáculo de sugestión, más que de hipnosis.

Clancy y el entrevistado de cada episodio no caminan perdidos. Hay un itinerario palpable, asaeteado por baches o muros que nos reúnen con la idea familiar de una narrativa basada en la superación de obstáculos y la consecución de recompensas. Pero el tránsito de la pareja de turno poco se acerca al viaje de un héroe campbelliano, ni se viste con la contemplación impersonal del documental no narrativo, y tampoco encaja con el vacío dramático del slow cinema. Su naufragio entre las palabras en busca de descripciones, aforismos y formas nuevas de entender tiene más que ver con algo como la crónica. Con el nuevo periodismo, lo gonzo, la etnografía, Kapuściński. Es otra cosa.

Clancy recorre disparatados mundos con su podcast. (Fuente: Netflix)

La producción de Netflix es, en realidad, la traslación animada de un podcast que el cómico, escritor y actor Duncan Trussell, que pone voz a Clancy, graba desde 2012, The Duncan Trussell Family Hour. De este collage multimedia emana la genial verborrea de la serie, que obliga a repensar la relación entre audio y vídeo, y el supuesto poder de las imágenes frente a la palabra hablada. Con su imparable locución, The Midnight Gospel invita incluso a cuestionar la crítica hegemónica al doblaje como una práctica que castra la obra original. El podcast de Clancy, si se consume en la versión nativa, requiere un dominio considerable del inglés y los subtítulos, alargadísimos, dificultan verdaderamente la distribución de la atención entre la infinidad de cosas que ocurren en el plano.

Dejar de observar para aprender a sentir

Resulta difícil hablar por los creadores cuando, en su innegable vocación de distanciarse de cualquier ortodoxia narrativa, han dejado cubierto hasta el hueco de la propia contradicción. El sexto episodio supone un punto de inflexión en el fluir de la temporada con una aventura de andamiaje clásico, en la que hay un conflicto que resolver y una cuenta atrás que fuerza el avance de la historia. Con todo, produce un mayor hormigueo pensar que la función de este episodio aberrante no es dinamitar lo construido sino salir de ello, contemplarlo desde fuera y regresar adentro convertido a la causa. Clancy deja por un instante de ser todos nosotros para ser él, y nos demuestra que estamos deformados para observar y que debemos aprender a sentir.

Quizá sea relevante que ese islote contenga el único momento en que la imagen real atraviesa el telón de lo diegético: se trata de un plano de lo que parecen unos dobladores en una sala de grabación, que termina a la vista de los personajes. Este penúltimo gran destello recupera la atención sobre la síncresis vista-oído, y subraya el espejismo de una televisión verdaderamente nueva que The Midnight Gospel invoca. Se aparta del camino de las series que quieren desligarse de los clichés catódicos demostrando que pueden mirarse de tú a tú con el cine, y cree en una tercera vía. En otras formas de contar, de ofrecer experiencias, de conectar con los sujetos y de reconstruir el tejido de lo real.

En la virtud suelen tener también la condena este tipo de obras mesiánicas. No puede haber nuevos comienzos sin que arda todo lo anterior; o eso parecen decir, tan embelesadas en la frialdad de su ruptura con la norma que se revelan, al tiempo, distanciadas e inhumanas. Enmendarle la plana a un club tan selecto como el de las series que hacen historia de la televisión es el último gran atrevimiento de The Midnight Gospel, que utiliza para su episodio final una conversación de Duncan Trussell con su propia madre, fallecida en 2013. El insoportable poder emocionante de ese corte es la toma de tierra que consigue que la historia de Clancy excite el corazón tanto como el cerebro. La serie es perfecta; un abrazo efusivo conecta su vanguardia suicida con el resto del mundo.

‘The Midnight Gospel’ se puede ver completa bajo demanda en Netflix.

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