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Cruz Delgado, el creador de la primera serie de animación española, vivirá para siempre

(Fuente: TVE)

Eso quiere Filmoteca Española: que si Cruz Delgado nos deja, su obra no se pierda con él. Para ello, el ICAA ha adquirido, por 150 000 euros, un voluminoso fondo documental que incluye bocetos, storyboards, acetatos y otros materiales conservados por el pionero de la animación seriada en nuestro país. Para que no pase lo mismo que con Garbancito de la Mancha, de Arturo Moreno: la primera película animada de la historia de España, y no queda de ella más recuerdo que la propia cinta.

Cruz Delgado se interesó por las historietas y sus hermanastras móviles de muy chiquitín, hechizado, como tantos otros, por el genio de Disney, que años más tarde casi se le adelantaría en la adaptación del Quijote, puede que su hazaña más valorada. Quien crea no haber visto el Don Quijote de la Mancha de TVE se sorprenderá igualmente canturreando el tema musical que abría sus episodios, disponibles todos en el catálogo de Filmin y, sorprendentemente, no en el menú gratuito de la corporación. En unos diseños en apariencia ingenuos, la serie, que se emitió entre 1979 y 1981, precipita un trabajo propio de titanes ahogados por las estrecheces y, aun así, capaces de entregar sin retrasos un capítulo semanal dibujado y coloreado completamente a mano o de convencer a Fernando Fernán Gómez y Antonio Ferrandis para que prestaran sus voces a los monigotes del hidalgo y Sancho Panza.

Pero antes de trabar amistad con la historia de España por aquella empresa ciertamente quijotesca, Cruz Delgado se había colgado una condecoración aún más rutilante: ser el artífice de la primera serie animada de la cadena pública, Molécula, aparecida en 1968. La comedia, deudora de las formas de la Hanna-Barbera de entonces, acogía de vuelta a las manos del autor a un personaje que el madrileño ya había dibujado antes en tebeos y que, asegura, es lo único que sigue garabateando a sus 91 años. De aquella primera caravana colona, de sus largometrajes —e.g. Los viajes de Gulliver— y de la serie del Caballero de la Triste Figura, por fortuna, quedarán huellas para quien quiera perseguirlas.

Al artista, ya vacunado contra la covid-19, el tiempo le ha dejado un legado insuperable y una mirada impar, como lo dejó entonces, cuando se alejaba definitivamente del oficio, sin artesanía y sin mercado. Coincidieron en los estertores del siglo la popularización de los métodos digitales entre los profesionales, marcianos frente a su delicado trabajo manual, y el desinterés de TVE en seguir produciendo animaciones para público infantil. Tuvo que conformarse con decir adiós, una vez más, por efemérides: ganando en 1990 el primer premio Goya a Mejor Película de Animación de la historia con Los cuatro músicos de Bremen, de la que salió luego Los trotamúsicos, otra serie añorada. Treinta años después, Cruz Delgado se ha convertido en pieza de museo.

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