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Del binge-watching al guilty-binge: por qué siento culpa al terminar las series tan rápido

(Fuente: Netflix)

Yo siempre me he opuesto al concepto del guilty-pleasure (o, en español, placer culpable) para referirme a ese tipo de serie que uno disfruta mucho aunque sabe que no es especialmente buena. Porque creo que en nuestro tiempo televisivo puede haber de todo y que no todas las series deben ser para verlas con monóculo y fumando en pipa. Y que ese resquicio de culpa judeocristiana no nos puede perseguir hasta un ocio tan inocuo como ver la tele. Sin embargo, yo que siempre he defendido ese placer exento de remordimiento y pudor, me veo hoy en la tesitura de confesar otra culpa seriéfila: la de consumir las series demasiado rápido. Lo voy a llamar guilty-binge.

No me pasa con todas las series que veo, claro, porque ni todas las veo tan de prisa ni todas me importan lo suficiente como para planteármelo. Pero cuando una serie que me gusta mucho está ahí lista para ser devorada entera y me dura un asalto, luego siento la misma desazón que uno siente cuando asalta el congelador y acaba con una tarrina de helado de una sentada. Qué rico estaba, pero qué empacho. Y qué pena que se haya acabado. Todo junto. Recientemente me ha pasado un poco con La casa de papel y, sobre todo, con la tercera temporada de Sex Education.

Con la primera, lo que me movía a llegar raudamente hasta la línea de meta era el miedo al spoiler. La vi el primer fin de semana y, aún así, me comí *ESO* antes de acabarla. Y solo eran cinco episodios, joder, pero hay gente (y medios) que no tienen respeto. Y no solo gente, no solo medios. La propia Netflix dio por hecho que la vida útil de estos cinco episodios era poco más de una semana: si el volumen 5 se estrenaba el 3 de septiembre, para el 12 ya andaban poniendo spoilers por Twitter. ¿Culpa de quienes entramos a las redes sociales? En Argentina y México incluso levantaron un “monumento a los caídos”, así que el spoiler era hasta físico. Así, ver La casa de papel se convierte en una actividad entre el disfrute y el sofoco por que no te arruinen la experiencia.

No obstante, guilty-binge no siempre tiene que ver con el FOMO (fear of missing out, es decir, miedo a quedarte fuera) sino con el vacío que queda cuando terminas y no hay más. Es, por otra parte, una tristeza que ha existido siempre: pasa parecido cuando terminas un libro o un videojuego que has disfrutado durante horas y horas. El pequeño matiz con las series es su naturaleza cíclica: sabes que (si hay suerte y está renovada) volverá en algún momento, pero cuanto más rápido la hayas consumido, más lejos estás de volver a ella. Y la culpa se extiende, además, a la sensación de no haberla paladeado lo suficiente, lo que nos regresa al eterno debate entre la emisión semanal y el maratón.

Volviendo sobre Sex Education, para mí no es solo una serie que me entretenga. Es un lugar feliz y me produce un bienestar, como el de quien pasa una hora entre amigos, que me apena gastar. Por otro lado, es una serie que trata tan bien algunos temas sociales que creo que merece la pena reposarlos, sentirlos y reflexionarlos. Y ese proceso de maduración del relato por parte del espectador se lleva a cabo mucho mejor cuando tiene que esperar entre una dosis y la siguiente, en vez de engullir toda la trama sin miramientos. Siento culpa por no haberme dosificado la tercera temporada de Sex Education porque sé que habría disfrutado más el viaje si la hubiese dilatado en el tiempo.

No sé si será cosa mía esto del guilty-binge o si, en tiempos de maratones y streaming, es de lo más normal sentir esa mezcla entre culpa y melancolía cuando te despides de unos personajes queridos hasta, como pronto, el año que viene. Ojalá la estancia en Moordale hubiese durado más tiempo.

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