Todo guionista tiene un cajón con historias que por alguna razón, sabe que nunca podrá contar. Como estoy de limpieza, he recuperado una a la que va siendo hora de decir adiós y nada mejor que se convierta en un artículo para Fuera de Series.
Esta historia es real y apareció en mi vida hace muchísimos años. La descubrí al mismo tiempo que comprendí muchas diferencias entre la generación de mi padre y la mía. Yo era muy pequeño pero ya había sido infectado por el virus del coleccionismo. Si un libro tenía un número en el lomo que indicara que pertenecía a una serie, entonces necesitaba tener los otros. Si los videojuegos se editaban en una colección, podía pasarme horas viéndolos ordenados tras la vitrina de la tienda. Era mi propio Síndrome de Stendhal.
Los reyes de esta obsesión eran los cómics, y concretamente, mi entonces modesta colección de Capitán América. Había que conseguir fundas para guardarlos, leerlos prácticamente sin abrirlos y llorar si se doblaba alguna esquina. Más que un placer, coleccionar era una responsabilidad. Un día, casi no recuerdo cómo, mi padre, viéndome obsesionado con completar las colecciones y conservarlas, se dirigió a un cajón que creo que nunca había abierto delante de mí. Dentro había fotos antiguas de todo tipo: imágenes familiares, él jugando al fútbol o haciendo el servicio militar. Junto a ellas, estaba lo que quería enseñarme… dos tomos muy pequeños de tamaño apaisado; uno rojo y el otro azul. En ellos, mi padre había encuadernado la colección completa de unos tebeos españoles llamados Diego Valor.

Portada del número 10 de Diego Valor
Fue pasar las páginas y vivir la pesadilla de un coleccionista: había páginas recortadas. En cada número faltaba una viñeta. La razón era que por el otro lado habían impreso cupones para ganar una bicicleta que mi padre -casi a la misma edad que yo tenía entonces y en la que yo ya iba por mi segunda bici- había estado intentando ganar mes tras mes, sin perder la fe. La España de los 90 descubriendo la dura realidad de los 50, todo aderezado con el shock de un niño para el que doblar la esquina de un tebeo era echarlo a perder.
Aquellos dos tomos apaisados se convirtieron en algo que tenía que preservar de las garras del tiempo y lo primero que hice fue meterlos en fundas para evitar que siguieran amarilleándose las páginas. Después, los leí con el mismo cuidado con el que Indiana Jones leería un códice recién descubierto, y cuando conocí la historia de memoria, intenté averiguar más sobre ellos.
Con los años, ese personaje de Diego Valor y la rocambolesca historia de su gestación, se han convertido en una obsesión. He intentado escribir varias historias sobre su creación, pero nunca lo he conseguido. El mayor escollo siempre ha sido la falta de documentación sobre algo que solo vale la pena contar siendo fiel a lo sucedido.
Bien, pero… ¿por qué hablar sobre esto en una revista sobre series de televisión? Pues porque en estas lagunas de documentación hay un misterio sobre una de las primeras series de la historia de TVE, una serie de la que nadie ha vuelto a ver un solo fotograma o una imagen de rodaje. Empezamos.
1950, Reino Unido. En mitad de un país que acelera su reconstrucción, el sacerdote (anglicano) Marcus Morris está empeñado en crear una revista juvenil que consiga conectar con las nuevas generaciones. Morris ya ha intentado varias veces la aventura, quizá la más famosa fue en 1945 con The Anvil, una publicación que le sumergió en deudas pero en la que contó con autores próximos al cristianismo como C.S. Lewis o Dorothy L. Sayers.
En abril de este año, el sueño de Morris comienza a tomar forma. Publica Eagle, un semanal de cómics en el que ha unido fuerzas con Frank Hampson, también colaborador de The Anvil y dibujante que había combatido en la Segunda Guerra Mundial. Hampson desarrolla la historieta que ocupa la portada y que se convertirá en el santo y seña de la publicación: Dan Dare, Piloto del Futuro. En ella, el Coronel Daniel McGregor Dare, alias ‘Dan Dare’, debe explorar el universo y hacer frente a la amenaza extraterrestre, representada en el malvado Mekon, líder de una raza de ‘hombrecillos verdes’ procedentes de Venus.
Por mucho que un tebeo fundado por un sacerdote nos rompa los esquemas, y por mucho que se tratara de una historieta reaccionaria con respecto a la ola de cómics oscuros y terroríficos que venían de Estados Unidos, hay que señalar que Dan Dare: Piloto del futuro era un trabajo excelente. El detallado dibujo de Hampson (y los artistas que lo continuaron) era impresionante, su sentido de la aventura distaba mucho de otras narraciones de la época, existía una preocupación por justificar sus elementos futuristas hasta el punto de contratar como consejero a un jovencísimo Arthur C. Clarke y, para colmo, el tener a un cura como editor hizo que algunos padres británicos terminaran accediendo a que sus hijos leyeran algo tan vulgar como un tebeo.
Esos factores hicieron de Dan Dare un éxito que ancló al personaje en lo más profundo del imaginario británico, colándose con los años en letras de canciones de David Bowie o Elton John y saltando al universo televisivo, jugando un papel importante en la concepción del Capitán Jack Harkness de Torchwood y Doctor Who.
Dan Dare tenía un potencial tremendo para atraer dinero. Generó diferentes productos de prehistórico merchandising y su fama fue tal que en 1951 se transformó en un serial radiofónico de Radio Luxembourg. Con esta adaptación comienza la parte más divertida de la historia, pero también aquella en la que empezamos a toparnos con la oscura y destartalada hemeroteca española.

Merchandising de Dan Dare
Como decíamos, las aventuras del piloto galáctico eran una mina de oro y alguien en España debió darse cuenta, poniendo en marcha un curioso proyecto. Publicidad Cid, la agencia vinculada a una embrionaria Cadena SER, se hizo con los derechos del serial de Radio Luxembourg y en octubre de 1953 empezó a emitirlo bajo el título de Diego Valor. El personaje de Hampson fue filtrado a través del ideario franquista por un Coronel de Brigada de Infantería llamado Enrique Jarnés ‘Jarber’, quien empezó traduciendo los guiones gracias a su experiencia en el servicio de publicaciones del ejército y que más tarde acabaría escribiendo historias originales, comenzando así una nueva carrera que le llevaría a convertirse en guionista.

Reseña al Premio Ondas concedido a Diego Valor
La nacionalización de Diego Valor como militar fiel a los principios ‘del movimiento’ también pasó por convertir a la localidad de Alcalá de Henares en capital del mundo (sí, has leído bien) o a reinventar a sus personajes secundarios[1], pero eso no erosionó la capacidad del piloto espacial para impactar en el imaginario de los niños que se sentaban junto a la radio, escuchando aventuras espaciales patrocinadas por el chocolate Svylka (“El chocolate que toma Diego Valor”). La jugada maestra de la agencia de publicidad:

“Svylka”, el chocolate que tomaba Diego Valor
Ante la avalancha de oyentes de pantalón corto, la editorial Cid -perteneciente al mismo grupo- invirtió el proceso original creando tebeos a partir de la versión de Cadena Ser (contando también con “Jarber” como guionista), pero también surgieron cromos que venían con las chocolatinas, huchas del héroe, pistolas de juguete y caretas con las que los más pudientes podían jugar, discos con aventuras del personaje e incluso obras de teatro que congregaban hasta 1800 personas cada semana.
El paso lógico era saltar a la televisión, y aquí viene la auténtica sombra de la desgraciada falta de datos. El domingo 27 de abril[2] de 1958, a las 18:45, Televisión Española emitía Diego Valor — Aventuras en el Futuro, una serie realizada en directo desde su pequeña sede en el 75 del madrileño Paseo de La Habana. El realizador era Carlos Suevos, con “Jarber” como eterno guionista del personaje y actores como Ignacio de Paul, Pilar Arenas o José Manuel Marín, quien daba vida al temible Mekong de los Wiganes.
Además, la serie incorporaba dos fórmulas novedosas para la época: por un lado, la periodista Blanca Álvarez -en una de sus primeras intervenciones televisivas- aparecía realizando sorteos entre los niños que dirigían sus cartas al programa. Por otro, Diego Valor seguía siendo una mina de oro y su versión televisiva no iba a ser menos, de modo que el espacio estaba patrocinado por Industrias Plásticas Madel[3], a los que el programa les servía para promocionar su nueva línea de juguetes futuristas.
Diego Valor se convirtió en una de las primeras series producidas en España, posiblemente la primera serie infantil y, sin lugar a dudas, en el primer proyecto de TVE dentro de la Ciencia Ficción. El problema es que sobre ella no existe más información. Nunca se ha publicado una sola imagen de ninguno de sus 22 capítulos y en el remoto caso de que estos fueran grabados, las cintas debieron ser reutilizadas, perdiéndose para siempre. Un misterio que recuerda a la caza y captura de los episodios perdidos de Doctor Who.
Militares escribiendo guiones, jugueteras ensayando técnicas de marketing con niños en los años 50, un héroe espacial convertido del anglicanismo a la España franquista y Alcalá de Henares transformada en la capital del mundo. Si el enigma de Diego Valor — Aventuras en el Futuro es comparable a Doctor Who ¿A qué espera nadie para hacer con ella nuestro particular An Adventure in Space and Time?

Número extra de Diego Valor
- En honor a la verdad, y pese a la militancia ideológica sus autores, cabe destacar el personaje de Beatriz Fontana, quien no se limita a ser el objeto amoroso del protagonista y tiene un rol científico de igual importancia que el de los personajes masculinos. Un oasis de feminismo en la España del crucifijo y el tricornio.↩
- Algunas fuentes sitúan una semana más tarde la emisión del primer capítulo. Esta discrepancia parece deberse a por un error, las guías de programación correspondientes al 27 de abril recogen la emisión de “Aventuras en el Futuro”, omitiendo el nombre completo, “Diego Valor — Aventuras en el Futuro”.↩
- Exacto. Lo has adivinado. Industrias Plástica Madel son los mismos que se harían famosos (que se forrarían) años más tarde con los MADELMAN, la explotación hispana de los G.I. Joe.↩