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En defensa de Michael Sheen en ‘The Good Fight’

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Michael Sheen, caracterizado como Roland Blum. (Fuente: CBS)

¿Qué tipo de serie habría sido The Good Fight si Hillary Clinton hubiera ganado las elecciones presidenciales de 2016? ¿Habría seguido más o menos al pie de la letra el tono y las enseñanzas de la serie de la que derivaba, The Good Wife, pero repartiendo el protagonismo entre tres mujeres en diferentes puntos de sus vidas y carreras profesionales? Nunca lo sabremos porque la victoria de Donald Trump impidió que esa serie saliera a la luz.

En su lugar, lo que tenemos es una ficción que arrancó con Diane Lockhart boquiabierta ante su televisor, levantándose indignada al ver a Trump anunciando que había ganado las elecciones, y ese hecho lo cambió todo. Probablemente, es lo mejor que pudo pasarle a The Good Fight porque, de un plumazo, se sacudió la sombra de Alicia Florrick de encima y se convirtió en una de las ficciones que mejor explica cómo es el mundo actual, sobre todo en Estados Unidos.

¿Y cómo es? Ridículo, peligroso e incomprensible. No hay reglas, la mentira es el gran arma política y se ha hecho realidad algo que Robert y Michelle King, sus creadores, ya satirizaban en BrainDead: si estás lo suficientemente enfadado, conseguirás todo lo que te propongas, aunque sean despropósitos que te has inventado. Di una mentira flagrante con convicción, y todos creerán que es verdad. Es tu verdad, como dicen los tertulianos de Sálvame.

En su tercera temporada, The Good Fight ha introducido a un personaje que personifica ese nuevo mundo: el abogado Roland Blum (Michael Sheen). Blum parece un Falstaff mucho más excéntrico, agresivo, faltón, peligroso e irritante de lo habitual en una serie que ha continuado la tradición de The Good Wife de crear personajes estrafalarios que aporten cierto humor, sobre todo, y eso ha suscitado dudas de si la ficción no ha perdido el norte por completo.

A Maia le toca sufrir a Blum en los primeros capítulos. (Fuente: CBS)

Se ha vuelto mucho más directa y hasta combativa, si queremos, pero sabe perfectamente lo que está haciendo. Blum no es una versión masculina de Elsbeth Tascioni, es la América de Trump encarnada. Está ahí para recordarles a todos los personajes (demócratas liberales que en la segunda temporada estudiaron seriamente cómo podría plantearse un impeachment del presidente) que no entienden nada, que están indefensos ante la nueva manera de funcionamiento de la política y la sociedad porque aún los atan los viejos principios de la verdad, la honestidad, de que el fin no justifica los medios.

Cada entrada en tromba de Blum en Reddick, Boseman & Lockhart viene a decirles que todo eso son gilipolleces. Con la verdad no se ganan juicios ni elecciones. Los escrúpulos no te consiguen acuerdos extrajudiciales millonarios. Blum miente, manipula, tergiversa, le dice al jurado lo que quiere oír aunque sea una patraña infecta y obtiene resultados. Eso es lo único que importa. Con un presidente obsesionado con que no es un perdedor (aún hace declaraciones intentando hacer de menos que perdiera el voto popular en las elecciones de 2016 por casi tres millones de votos), y una cultura empresarial que considera pérdidas tener menos beneficios que el año anterior, la existencia de Blum es lógica.

Diane se ha pasado las dos primeras temporadas de The Good Fight totalmente confusa, sin tener un asidero al que agarrarse para comprender qué está pasando a su alrededor. Y cuando decide pasar a la acción en esta tercera, se da cuenta de que tiene que aprender a vivir con las consecuencias indeseables de sus actos. Filtrar determinada información hace daño a quien no pretendía y bajar al barro implica ensuciarse y generar daños colaterales potencialmente graves. No es un ejercicio teórico, es la realidad.

(Fuente: CBS)

Cuando Diane se adentra en el mundo en el que se mueve Blum, le causa incomodidad. Para eso precisamente está él, para generar esa incomodidad en los demás abogados, para destapar las hipocresías con las que rigen sus vidas (la polémica que se genera por la disparidad salarial es muy interesante en este aspecto), para enfrentarlos cara a cara con lo que de verdad representa que Trump sea presidente y que por todo el mundo se haya extendido el populismo político más descaradamente manipulador y mentiroso.

The Good Fight no ha perdido el rumbo, lo ha encontrado en medio de la sociedad caótica en la que sus guionistas trabajan. Las viejas reglas han dejado de funcionar y la serie se ha lanzado de lleno a mostrarlo a través de Blum. Y de todos los personajes, curiosamente, la única que lo comprende es Maia, que aprende despacio, como Sansa Stark, pero aprende.

¿Cuál es la buena lucha? ¿La que persigue objetivos honorables por métodos honorables? ¿La que busca ganar a cualquier precio? ¿Es eso ético, o la ética ya no importa?

La tercera temporada de ‘The Good Fight’ está disponible los jueves en el VOD de Movistar+. También se emite los viernes, a las 22:00, en Movistar Series.

marina

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