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Feminismo en un mundo de hombres: Una mirada a las mujeres de Mad Men

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Cuando empezó a emitirse, asumimos que Mad Men simplemente nos contaría las aventuras de los genios de la publicidad de Madison Avenue en la década de los 60 con imágenes de postal de una cotidianidad con las que apelaría a la nostalgia. Como las dinámicas de las relaciones laborales y personales entre hombres y mujeres en la serie están determinadas por la sociedad sexista de aquel momento, nosotros las aceptamos como parte de la ficción, desde la comodidad de la distancia histórica que nos ofrece nuestro sofá más de 50 años después. Podríamos llegar a pensar que estamos en posición de ver muchos de los temas sociales y de género que allí se abordan como una lucha superada por generaciones anteriores. Pero la realidad nos recuerda que todos ellos siguen entre nosotros, con otros nombres, nuevas olas que afectan la marea de nuestras relaciones y nuestra vida en sociedad.

Y es que muchas obras que reproducen el pasado suelen convertirse en conversaciones relevantes sobre el presente. Las buenas obras al menos. Mad Men habla sobre nosotros y nuestro ahora a partir del presente de sus personajes. Temporada a temporada, ha ido construyendo un complejo tejido emocional a través de reflexiones sobre temas que siempre estarán vigentes, como la búsqueda de la realización personal, el descubrimiento de quienes queremos ser, qué es lo que representa la idea de felicidad para cada uno de nosotros y, como decía Peggy Olson, el hambre por conectar con otros. Temas universales e inherentes a la naturaleza del ser humano con los que todos nos podemos sentir identificados.

“What is happiness? Is the moment before you need more happinness” — Don Draper.

Don es un gran personaje, pero también es un símbolo que representa la insatisfacción incurable de los estadounidenses, un vacío que parece imposible de llenar: el ideal del sueño americano está basado en una mentira, en falsas necesidades creadas para alimentar y mantener en marcha la maquinaria del consumismo. La sociedad del malestar. Una sociedad que, como él, carece de una verdadera identidad como nación, porque son un elaborado entramado de apariencias.

Matt Weiner convierte una historia ambientada en el mundo de la publicidad en el mejor alegato anticonsumista con su “The best things in life are free”, y el relato de una sociedad sexista, en una gran oportunidad para darle visibilidad a unas mujeres, muy propias de su época, pero que, paradójicamente, tienen más voz que aquellas que vemos representadas en la ficción ambientada en la actualidad. La serie utiliza a Don Draper como el hilo que nos lleva a conocer a un amplio abanico de mujeres complejas, mujeres que están a su alrededor, pero que nunca giran alrededor de él. Desde el primer episodio, la serie se ha preocupado por darle presencia a sus inquietudes, reflexiones y experiencias, por eso, aunque hay muchísimas formas de aproximarse a Mad Men, si hay algo que siempre merece la pena ser destacado es su canto al feminismo. En un momento en el que la gran mayoría de los espectadores no perciben (o ignoran voluntariamente) los problemas de representación, la falta de desarrollo o la ausencia de los personajes femeninos con personalidad en las series de televisión, hoy quiero dedicarle una justa y necesaria mirada a lo que esos personajes de Mad Men nos cuentan sobre los retos de ser mujer ayer y hoy.

“I’m thankful that I have everything I want — and that no one else has anything better” — Betty Draper.

De Betty se dice que los guionistas nunca han sabido qué hacer con su personaje y que solo la mantienen para mostrarla como una madre horrible. Incluso, se ha llegado a decir que Weiner deja entrever su machismo en la forma de representarla. Lo cierto es que, desde el punto de vista feminista, su caso es digno de comentar y analizar, porque la Betty que conocemos en la primera temporada de la serie encarna perfectamente a la mujer de la que hablaba Betty Friedan en La Mística de la Feminidad (1963): “El malestar que no tiene nombre ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de la mujeres estadounidenses, durante muchos años. Era una inquietud extraña, una sensación de insatisfacción, un anhelo…”. La autora identificó un sentimiento masivo de infelicidad en las mujeres estadounidenses que intentaban encajar con la imagen idealizada por los medios de comunicación de la esposa feliz de los barrios residenciales: “(…) imagen soñada y envidia, según se decía, de las mujeres de todo el mundo… Estaba sana, hermosa, tenía estudios y solo tenía que preocuparse por su marido, sus hijos y su hogar. Había encontrado la auténtica realización femenina… tenía todo aquello con lo que una mujer siempre soñó.”

La Mística de la Feminidad afirma que el más alto valor y el único compromiso de las mujeres es la realización de su propia feminidad, la cual se alcanza al momento de dar a luz. El rol social de la mujer está determinado por su biología y les permite ignorar la cuestión de su propia identidad cuando la pregunta “¿Quién eres?” se puede responder con “esposa de” o “madre de”.

Betty ha vivido todo el tiempo con ese malestar. Fue mujer de Don, ahora es mujer de Francis y, cuando la vemos en reuniones sociales con ellos, destacan las diferencias, por contraste, con la actitud del personaje de Megan en las mismas situaciones. Betty nunca buscó un sentido a su vida más allá de su destino como esposa y madre porque, tal como le enseñaron, pensó que tenía todo lo que una mujer podía aspirar.

“She wanted me to be beautiful so I could find a man. There’s nothing wrong with that. But then what? Just sit and smoke and let it go until you’re in a box?” — Betty Draper.

Si La mística de la feminidad expresa que la realización de una mujer llega con la maternidad, ¿qué pasa cuando los hijos crecen y se independizan? ¿En qué se convierten las mujeres? ¿A qué pueden aspirar? En la última temporada, Betty ha manifestado esa preocupación porque, tal como afirma durante una conversación con su amiga Francine, ella pensaba que los hijos eran la recompensa.

Hay aquí un asunto interesante para La Mística de la Feminidad, que se ha discutido a través de diferentes personajes durante toda la serie, y es el de la maternidad. Para las mujeres de Mad Men el instinto maternal no está grabado en el código genético y lo vemos en varios ejemplos de diferentes generaciones a través de las siete temporadas. Aunque el cuerpo de la mujer esté biológicamente preparado para concebir, no todas las mujeres quieren ser madres y, muchas de las que lo son, no saben cómo serlo. Hoy, en 2014, el aborto sigue siendo un asunto legislable, no un derecho, y a las mujeres se nos pregunta constantemente cuándo vamos a tener hijos, como algo que nos define, que debe pasar porque sí; como si el reloj biológico fuese un órgano adicional y la maternidad no fuese una opción, como sí lo es la paternidad.

Desde luego, Betty no es el ideal de la madre que hace pasteles y le cose disfraces a sus hijos pero, ¿no es demasiado simplista definir su personaje únicamente a través de su faceta de madre? Al hacerlo, solo estamos perpetuando La Mística de la Feminidad. Deberíamos ver más fácilmente que ella, como Don Draper, también tiene un vacío existencial y la sensación de estar perdida entre dos mundos, porque vive en una época de cambio que derrumba todo aquello en lo que creía. Betty, es una persona infeliz e insatisfecha, producto y víctima de una educación que anuló su identidad, haciéndole creer en un ideal de mujer que no encaja con ella y contra el que, poquito a poco, va levantando la voz.

“We could comfort each other through an uncertain world” — Bob Benson.

Al igual que Betty, Joan también fue criada para ser admirada y creyendo que convertirse en “mujer de” era la meta en su vida. En su caso, al no casarse joven, ha trabajado siempre fuera de casa. No como parte de su búsqueda de realización personal porque, al menos en un principio, ella misma no encontraba en ello ningún valor. Precisamente por eso, aceptaba con resignación que sus méritos no fuesen reconocidos. Estaba dispuesta a conformarse con ser la “esposa de” un médico y, por ello, desvió la mirada y aguantó abusos que la Joan de hoy no toleraría.

Joan ha tomado algunas decisiones muy complicadas, y lo ha hecho pensando en su futuro y el de su hijo, porque es consciente de su condición de madre divorciada y sabe que está en una sociedad en la que la “vida útil” de la mujer tiene un límite marcado por la edad. Pero lo más importante de su camino, es que ha aprendido a exigir lo que le corresponde, tanto a nivel personal como profesional. Quizá no fue consciente de lo que había conseguido hasta que sintió la admiración de su madre y su amiga Kate, pero finalmente Joan se ha dado cuenta de lo valiosa que es para la agencia, ha abrazado sus ambiciones y le ha dado valor a sus logros profesionales. Joan se ha aceptado a sí misma y se siente cómoda con quien es, y esta posición le permite rechazar salidas fáciles para acallar las exigencias de una sociedad que le dice cómo debe vivir una mujer a su edad. Joan, como todo ser humano, desea ser amada y confía en encontrar el amor que se merece, pero ha aprendido a no depender del brazo de ningún hombre para sentirse cómoda en su rol de mujer.

“You can’t be a man. Don’t even try. Be a woman. Powerful business when done correctly” — Bobbie Barrett.

A Peggy la hemos visto crecer como profesional, como persona y como mujer. Es seguramente el personaje más querido y admirado de toda la serie y el que ha servido en algún momento como inspiración a la propia Joan. Si bien podríamos comentar más de un aspecto de su viaje, nos quedaremos, para el tema de este artículo, con un asunto que se aborda en conversaciones con diferentes personajes: qué necesita una mujer para triunfar en un entorno laboral dominado por los hombres. Desde el primer episodio, Peggy recibe consejos sobre cómo vestirse, qué hacer, qué callar y cómo comportarse en el mundo laboral. En una escena, le reconoce a Dawn la presión que siente y afirma que no sabe si tiene dentro de ella lo que hace falta para actuar como un hombre y, más importante, no sabe si es eso algo que realmente quiere.

Pero el mejor consejo lo recibió del personaje de Bobbie Barrett: no intentes ser un hombre, sé una mujer. Peggy nos llevó a la luna cuando, en esa habitación llena de hombres, Don Draper la presentó, con las mismas palabras que ella iba a utilizar para presentarlo a él, y ella construyó su propio discurso. Uno poderoso y muy emotivo, creado desde su experiencia como mujer, y consiguiendo transmitir una idea universal porque, en el fondo, todos queremos lo mismo. Peggy ha aprendido a desenvolverse en un mundo de hombres aceptando que es una mujer, sintiéndose orgullosa de ello y sacando provecho precisamente a lo que, aquellos que no la reconocen como igual, creen que podrían ponerla en desventaja.

“Not every little girl gets to do what they want. The world could not support that many ballerines” — Marie Calvet.

Es imposible que todos consigamos lo que queremos, pero no por ello Megan va a dejar de intentarlo. Ella tenía lo que cualquiera, incluso hoy en día, desde afuera, llamaría la vida perfecta: un marido apuesto que la quería y ella a él, un loft impresionante en Nueva York y un futuro prometedor en la publicidad, una profesión para la que, no solo parecía tener talento, sino que además le era reconocido. Sin embargo, Megan no se conforma con trabajar en la agencia simplemente porque puede y lo sabe hacer bien, su pasión es ser actriz. No solo necesita trabajar y ser buena en ello, Megan necesita realizarse con algo que la haga sentirse realmente plena, y por perseguir su sueño está dispuesta a rechazar una vida estable en la que no tendría que preocuparse por nada.

“I’m so many people” — Sally Draper.

Siempre atenta y con ganas de absorberlo todo, Sally Draper se ha cuestionado las normas y se ha rebelado contra lo establecido desde que era pequeña. Es inteligente y analiza lo que hay a su alrededor, intentando siempre formar sus propias opiniones, para convertirse en la persona que quiere ser, sin dejar que sea la sociedad quien defina lo que se espera de ella.

A Sally la hemos visto crecer literalmente delante de nuestros ojos y, aunque no nos habría sorprendido que su futuro fuese tormentoso, nos regocija verla convertida en una jovencita serena, a pesar del ejemplo que recibió de sus padres y los adultos en general. Sally procesó todas esas disfunciones y no ha permitido que determinen la persona en la que se convertirá. Es dueña de su destino y sabe que no tiene que encajar con un ideal de mujer marcado por la sociedad, porque ella puede ser, y es, al mismo tiempo, muchas personas. Sally es un icono feminista de hoy y, para mí, la verdadera heroína de la serie.

“I’m in the persuasion business. And frankly I’m disappointed by your presentation” — Peggy Olson.

Todos los personajes femeninos de Mad Men merecen un reconocimiento: no solo los mencionados en este artículo, porque son muchas las que tienen mundo propio en la serie y reflexionan sobre quiénes son y la persona que quieren ser. Weiner podría habernos contado otra historia y, seguramente, nos habría seducido con otros recursos pero, eligiendo darle voz a las mujeres, Mad Men brilla allí donde fallan la mayoría de las series.

Aunque en los últimos años ha aumentado la presencia de los personajes femeninos en las series, los problemas de representación continúan. En los mejores casos, no es suficiente con que existan personajes que podamos definir como fuertes, sobre todo, porque esa fuerza tiende a ser confundida con otras cosas. Algunos críticos han empezado a identificar una tendencia que muestra que, si nuestra protagonista es inteligente y tiene carácter, existen muchas posibilidades de que también padezca una enfermedad mental o algún tipo de neurosis que sirva para justificar su complejidad moral y brillantez profesional, tal como lo vemos con Carrie en Homeland, Linden en The Killing o Sonya en The Bridge. Tamara Shayne Kagel lo expresó mejor que nadie en su artículo “On TV Dramas, Men Have Secrets, Women Are Crazy”. El titular ya nos da una idea muy clara de la situación que plantea.

En un momento en que el feminismo es un concepto que parece trasnochado porque se supone que todas las batallas que peleaba ya han sido ganadas hace décadas, reivindicar la igualdad sigue siendo un asunto vigente. Y, no nos referiremos al asunto político, ni al social, porque este no es el espacio para hacerlo. Lo que nos atañe, es la representación de la mujer en la ficción audiovisual. Cada año se publican nuevos estudios que demuestran que se continúan perpetuando los estereotipos de género y que demasiadas mujeres interpretan a un personaje sin identidad al servicio del protagonista masculino y no de la historia. Y esto debería preocuparnos, porque los discursos que puedan extraerse de las series de televisión y del cine son formas de ejercer el poder. Las representaciones que los medios de comunicación y la cultura popular hacen de la realidad influyen y condicionan la formación de referentes en el imaginario colectivo. Que se lo digan sino a las mujeres de las que hablaba Friedan.

En It’s a Man’s (Celluloid) World, un estudio del Centro para el estudio de la mujer en el cine y la televisión de San Diego, se analizó la representación de los personajes femeninos en el Top 100 de películas estrenadas en 2013. Algunos de los datos que aporta el estudio afirman que: sólo el 30% de personajes con diálogo son mujeres y sólo un 15% son protagonistas. Es curioso que, siendo una batalla ganada, aún tengamos que seguir hablando sobre ello.

Pero, por lo visto, nunca habrá suficientes personajes masculinos en las pantallas. Hace poco apareció un artículo en The Atlantic que critica la serie Orange is The New Black porque no representa de forma correcta la cruda realidad de las cárceles para hombres: Why should OITNB, unique in being devoted to women, bother with more men? The reason: While media is full of men, real-life prisons are even more so”. El argumento de su autor, Noah Berlatzky, es que, si bien las series de televisión y el cine están repletos de hombres, las cárceles de Estados Unidos también, y debería hablarse de ello. Aunque la serie en cuestión, curiosamente, esté ambientada en una cárcel para mujeres.

Ese punto de vista explica muchas cosas. La triste realidad es que los personajes femeninos interesantes y complejos continúan siendo una especie tan extraña en las series de televisión, que nos sorprendemos cuando alguno aparece en pantalla. Seguiré reivindicándolos hasta que algún día, espero que no muy lejano, simplemente tengamos que maravillarnos por los viajes que tengan en las historias y deje de ser una sorpresa su mera existencia en ellas.

cj

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