Buscar

Festival de Series (o similar)

Escuchar programa

Las maneras de funcionar de la televisión, tan distintas a las del cine, se lo ponen difícil a los que intentan montar festivales de series de televisión a imagen y semejanza de los de películas (si es que esa gente realmente existe, claro). Las series son otra cosa: se crean, producen, venden y compran en otros circuitos. Y, cosa importante, se ven en casa, no en una sala de cine. Aunque ahora sea cada vez más difícil distinguir el Hollywood cinematográfico del televisivo (y del de los videojuegos y el merchandising, de paso), a la hora de la verdad, las diferencias entre pantallas siguen siendo enormes.

Además, festivales de cine hay docenas y cada uno es diferente. No podemos meterlos a todos en el mismo saco. La fuerza de cada uno de ellos está en su personalidad propia. Más que en la probabilidad de que Julia Roberts o George Clooney digan “sí” a la invitación.

Qué demonios: miento. Si el Clooney o la Roberts ponen el pie en un festival, lo elevan automáticamente de categoría. Ellos son lo más importante de un festival pues estos eventos son un extraño puente de purpurina y photocall entre dos mundos: la fantasía dentro de la pantalla y la realidad fuera de ella. Como en La Rosa Púrpura de El Cairo, la magia se produce cuando la pantalla se volatiliza y los de dentro se asoman a saludar a los de fuera. Aunque los de fuera estén tras unas vallas o estabulados en la sala de prensa.

La sala de prensa.

La prensa. Los periodistas. Esa gente. Esa gente que acude a los festivales como quien va de caza. Caza de canapé y de copazo patrocinado, pero sobre todo caza de entrevista, de exclusiva, de crónica de ambiente, de cotilleo de quién se ha fijado en quién en el Bataplán, quién se ha tirado a quién en los baños del Bataplán o quién se ha pegado con quién. En el Bataplán, claro.

Cotilleos: fundamentales en un festival de cine. Más ahora, cuando en cualquier medio funciona mejor una galería de mejor vestidas, peor vestidas o más magreadas (en el Bataplán) que cualquier cosa (dígase artículo o entrevista) que sugiera que el cine es algo que tiene que ver con la cultura. Aunque sea remotamente (Perdón por el aparente machismo, pero las galerías de mejor vestidos, peor vestidos, y más magreados siempre tienen más visitas. Es lo que hay).

Y eso es el cine, que es lo respetable. Imaginaos la tele, que sigue siendo un poco la paria de la cosa cultural. Por mucho True Detective que hayamos tenido, en cosas de legitimación y acontecimiento el cine sigue ganando a la tele mil a uno. O a dos, si contamos Juego de Tronos.

Juego de Tronos.

La Serie. Llegó y lo cambió todo. Y cuando digo todo es TODO. Esta serie es más que una película, pero en muchas cosas se pone a sí misma obstáculos para ser el producto audiovisual definitivo. Para muestra un botón: para salvaguardar su dignidad y seriedad, Juego de Tronos no se dedica a ofrecer papelitos de estrella invitada a diestro y siniestro. Si lo hiciera, veríamos en Invernalia y Desembarco del Rey a medio Hollywood mientras el otro medio se turna para interpretar a Daenerys. De Charlize Theron a Glenn Close, de Amber Heard (nota: ¿seguirá existiendo Amber Heard cuando se publique este artículo?) a Audrey Tautou, de Charlotte Rampling a Alan Cumming (nota 2: MATARÍA por ver esto último… Y vosotros también).

Juego de Tronos podría ser rentable simplemente a base de subastar esas apariciones, me atrevo a decir. Aparte, ahora mismo, la serie de HBO mueve tantos fans como una superproducción cinematográfica. Mientras la cadena se prepara para forrarse locamente en unos meses (cuando las ventas de DVDs y Blurays ya hayan alcanzado una velocidad crucero que tardarán años en perder), cualquier noticia relacionada con los Stark y los Lannister (sobre todo los Lannister, claro) se coloca enseguida entre las más vistas de cualquier web, incluidas las de Arguiñano y Torbe. Esto para mí significa una cosa: si hay una serie capaz de generar a su alrededor un festival de series, ésa es Juego de Tronos.

Sin embargo, si hay una empresa televisiva con pinta de reacia a encabezar un proyecto de ese tipo, ésa es HBO. Las que van detrás, tres cuartos de lo mismo. Así que Houston, tenemos un problema.

Es un problema de base. El circuito de fabricación y consumo de series de televisión no es que sea peculiar, es que es distinto al del cine. Y cosas como el “cine de festivales”, ése cuya vida trascurre entre certamen y certamen, vive de eso y no necesita más, no tienen equivalente televisivo. Por muy raras, indies y alternativas que nos parezcan Rectify, Louie, Les Revenants o Enlightened, al lado de ese “cine de festivales” (que, reconozcámoslo, es cada vez más un cajón desastre para colocarnos todo tipo de bodrios y pajas mentales) son prácticamente parques temáticos patrocinados por Lego, McDonald’s, Ikea y Apple. La palabra “arte” en el mundo de las series de televisión da repelús. “Vanguardia” e “investigación” también. Con razón, seguramente. A nadie le gusta perder pasta y a la tele, mucho menos.

Que sepamos, ninguna cadena de televisión ha encargado nunca una serie “para que sólo la vean en los festivales”. Ni siquiera la Carlos de Olivier Assayas. Nombro ésa no sólo por ser de lo más “de autor” que hemos visto en televisión, sino también por a) haber tenido un remontaje para salas de cine completamente fallido y b) haberse proyectado íntegra en un festival de cine (la Mostra de Valencia, ¿alguien se acuerda de la Mostra de Valencia?) en una sesión que algunos de los que escriben en esta revista (y sobre todo, los que la dirigen) compartimos. El “team Carlos” nos llamamos.

El "Team Carlos" en el Festival de Series de la Mostra de València del 2011

El “Team Carlos” en el Festival de Series de la Mostra de València del 2011

Entonces, ¿cómo lo hacemos? Lo de un festival de series, quiero decir. Pues tenemos varias alternativas. Una es convencer a productoras de televisión de que muestren públicamente sus proyectos televisivos, en forma de episodios piloto, en un foro más abierto (o sencillamente distinto) que los mercados televisivos habituales, a los que sólo los compradores de contenido televisivo tienen acceso. Una idea interesante… pero posiblemente injusta. En una plataforma de ese tipo las series que ya parten con ventaja (porque tienen ya una cadena detrás, dispuesta a financiarlas) encontrarían una plataforma de promoción perfecta y avasallarían aún más a las producciones pequeñas, incapaces de luchar contra la Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D. de turno.

O no. Igual no.

Imaginaos el impacto que habrían tenido pilotos como los de Smash, Les Revenants o Borgen en un Festival de Series. Yo haría sido el primero en ponerlas por las nubes, en mi nueva faceta de enviado especial al Festival de Series de… ¿puedo poner Nueva York?

Pongamos Nueva York, venga. Porque es el hogar de HBO, porque es donde se desarrolla Mad Men, porque es donde vive Louie y porque a los enviados especiales siempre nos viene bien una visita a Shake Shack. Imaginemos que, paralelamente a la semana de pilotos de Los Ángeles (de la cual algún día alguien tendría que hablar en esta revista), se celebra en Brooklyn el Festival de Series. Cinco días , sesenta series. Cinco grandes y “vivas”, que presentan sus nuevas temporadas, cinco estrenazos, diez estrenos menores, diez rarezas y veinte aspirantes a encontrar un público, un comprador, un futuro. Y una sucursal pop-up del Bataplán en Bushwick. Lena Headey vestida de Pucci acaparando flashes y Paz de la Huerta acaparando vodkas y montando el pollo en todas las fiestas. Glamour del bueno. Por pedir que no quede.

Un momento. Me dicen por aquí que ya hay un Festival de Series en España. Lo organiza Canal Plus desde hace unos años, en Madrid. De hecho lo de Carlos y Assayas tuvo lugar en una sucursal suya. Pero lo siento, no es lo que buscamos. Nos encanta el Festival de Series de Canal Plus, nos da mucha vidilla y hasta nos permite a algunos subirnos a un escenario a sentar cátedra… pero no es lo que buscamos. En este texto yo hablo de algo distinto, de una cita que va más allá del marketing y lo promocional, de un evento que combina industria y cultura (sí: he tardado en escribir ESAS palabras) y del que salen verdaderas noticias. Un acontecimiento complejo y nuevo y, por tanto, muy arriesgado. Y caro.

Ay. El riesgo. El dinero. ESAS palabras. “¿Y esto… quién lo paga?”, también conocida como la frase de la bajona absoluta. ¿Lo paga Sony en Nueva York y se arriesga a que su chiringuito se resquebraje un poco (más) cuando una serie salida de la nada de repente se convierta en The Next Big Thing porque unos cuantos culturetas se han puesto de acuerdo en Twitter? Evidentemente no. Un festival de estas características tiene que ser lo más independiente posible. Y con “independiente”, por cierto, cubro el cupo de palabras incómodas (creo). Patrocinios y algo de financiación pública. Esto último no porque yo crea en lo de las mamandurrias de Esperanza Aguirre, sino porque, por poner un ejemplo, quién coño sabría donde pilla Cannes si Cannes no tuviese un festival de cine (el de Cannes). Vale, sí, Venecia no necesita más publicidad turística y también tiene un festival. Aceptamos pulpo como animal acuático. Pero… ¿Toronto? ¿San Sebastián? Lo que sus festivales de cine han hecho por ellas es impagable. Y no son mamandurrias, Esperanza, querida: Mamandurria, por citar un caso pintón, era lo de Garci y el 2 de mayo… Pero ésa es otra historia.

Supongamos que ya tenemos finaciación. Ahora nos queda el contenido, que es incluso más difícil. ¿Quién quiere mostrar su producto antes de que esté a la venta? ¿Quién se va a saltar los pasos del circuito? ¿Se mostrará en el Festival (de Nueva York, suplico) producto completamente virgen o, como en tantos eventos promocionales, habremos visto ya antes mil y un avances de la cosa? ¿Se atreverán Bambú o Boomerang a proyectar en el Festival de Madrid episodios pilotos de series caras que aún no han sido compradas por ninguna cadena?

A quien me responda estas preguntas le invito a una cena.

¿Qué nos queda entonces? Pues o el festival de series como evento promocional, más o menos plastificado, en el que los periodistas, informadores, bloggers y opinadores vamos a jugar al advertorial, o el evento semi-underground en el que concurren producciones pequeñas y sin ninguna estructura empresarial importante. Ni detrás ni delante.

Sí: las webseries. Ay, las webseries. Hace diez años no había. Hace cinco había diez. Ahora hay miles. Buenas, mediocres, malas, malísimas y… bueno, ya me entendéis. Cosas del amateurismo, del “todo vale” y del “cualquiera con un mínimo de cultura audiovisual y de gigas de espacio en la memoria de su Mac puede hacer una”. Y así llegamos al número demencial de seriales de todo tipo que pueblan la red. Como ya he dicho, algunas son buenas, pero la mayoría no, la mayoría son infumables. Además de que muchas de ellas, y muchos de sus creadores, sacan a menudo el comodín del “con lo que teníamos no podíamos hacer más” o peor, la del “encima de que la estás viendo gratis en Youtube, no pidas calidad”.

Pues claro que la pido. La exijo, de hecho. Dinero no me costará ver webseries, pero tiempo sí, y mi tiempo es caro (o eso quiero creer yo). La cantidad de basura audiovisual que puebla el universo de las webseries tendrá que auto-generar algún tipo de meritocracia que haga que las que lo merezcan, den el salto. No, no voy a nombrar aquí a las que han estado a punto de darlo sin merecerlo. O a las que ni siquiera lo eran y se aprovecharon del fenómeno para colarnos campañas publicitarias.

Las webseries actuales podrían ser el gérmen de otro tipo de televisión que no termina de arrancar. Y para ellas, el formato de festival viene que ni pintado. Mientras escribo esto, en Madrid se celebra precisamente un acontecimiento que en teoría es justo eso. Se trata de algo embrionario y básico, casi extra-profesional. Pero algo es algo. No hay estrellas, no hay alfombras rojas y no hay Bataplán, pero hay una manera de encajar algo parecido a los festivales de cine en algo parecido a la televisión.

Madre mía. Hemos empezado hablado de Juego de Tronos y terminamos con grupetes de aficionados rodando comedias sobre pisos compartidos y colgándolas en la red. ¿Qué ha pasado? Pues que hemos olvidado que el sistema de producción de series de televisión funciona y goza de mucha mayor estabilidad de la que parece. Los proyectos como Pioneer One siguen siendo escasos y los teasers y promos de American Horror Story, apabullantes. El combate es desigual, pero es el que hemos querido. Porque además al final resulta que son muchas veces los grandes monstruos de la producción televisiva los que ocupan en papel de pequeños artistas kamikazes. Los que no necesitan ir a festivales, los que en cierto modo impiden que los festivales existan, son los que producen el material más festivalero. Louis C.K. trabaja para FOX, Lena Dunham para HBO y Hit & Miss se emite en Sky Atlantic. Y ni pasan por la delirante semana de pilotos de Los Ángeles ni se pliegan a los deseos mediocres de ejecutivos de televisión de medio pelo. Ellos no necesitan festivales.

Pero otros como ellos sí. Lo que pasa es que aún no los conocemos porque su trabajo se pierde en las entrañas de la gran máquina de procesar talento, tiempo y dinero que es la industria televisiva. Seguro que algo de todo eso podría ir a parar a crear festivales de series en condiciones, donde podamos ir todos a descubrir al nuevo Ryan Murphy, aunque a cambio algunos tengamos que escribir sobre starlettes borrachas en fiestas, meteduras de pata absurdas en ruedas de prensa o estrellas de segunda que se creen de primera porque les pusieron por error en una suite de a diez mil euros la noche. Por cierto, ¿sabéis quién pasó la noche con ella en la cama con dosel? El chófer que la fue a buscar al aeropuerto. Un becario del festival. True story.

cj

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando, está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies. Pulse el enlace para más información. ACEPTAR

Aviso de cookies