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Hay pocas series aunque se produzcan demasiadas

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De izquierda a derecha, ‘Westworld’, ‘Por trece razones’, ‘Fariña’, ‘Bron | Broen’ y ‘The Good Fight’.

Hay demasiadas series. Es una verdad universalmente aceptada, si podemos parafrasear el principio de Orgullo y prejuicio. Desde hace ya un tiempo, la barrera de las 500 series estrenadas al año, sólo en Estados Unidos, es la frontera que indica que la producción de ficción televisiva ha explotado como si fuera una supernova, con la misma intensidad y enorme brillo, expulsando al espacio no tanto todos los materiales de los que estaba hecha su estrella progenitora, sino la creatividad de guionistas, directores, actores y ejecutivos de televisión y plataformas de streaming que quieren diferenciarse de la competencia gracias a su serie.

Para quienes se dedican a imaginar estos mundos televisivos, la supernova ha representado todo un nuevo abanico de oportunidades. Para los espectadores, lo que deja es la sensación de estar abrumados. Todas las semanas hay, como mínimo, dos estrenos de nuevas temporadas, y eso si no contamos el ritmo machacón con el que Netflix lanza sus novedades. Hay tantas series que tenemos la impresión de que seguro que encontramos alguna que nos guste, pero también que es probable que se nos escape porque, precisamente, hay demasiadas.

¿Pero puede también que no haya tantas como parece? Hace unos días se generó un pequeño debate en Twitter a raíz de un tuit que apuntaba que faltaban series. Las respuestas que recibió iban casi todas orientadas al enorme volumen de ficciones que se producen y se estrenan no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, pero es probable que estuvieran perdiendo de vista que esa sensación de que faltan series no se refiere a que haya pocas: se refiere a que hay públicos que no se ven representados en ellas.

La organización GLAAD se encarga todos los años de elaborar un informe sobre la representación del colectivo LGTBQ en la televisión estadounidense. En el de la temporada que acaba de finalizar, la 2017/18, dicho informe apunta que un 6,8% de los personajes regulares de series en abierto se han identificado como LGTBQ, por ejemplo, y que aunque esa cifra es la más alta desde que se elabora este estudio, todavía tiene mucho camino que recorrer en cuanto a diversidad racial pues esos personajes aún son mayoritariamente blancos.

Una cadena de cable premiun como Starz ha cimentado su ascenso en número de nuevos suscriptores estrenando series dirigidas a públicos que estaban siendo poco atendidos por sus competidores, como las mujeres y la comunidad afroamericana, y una de sus últimas novedades, Vida, está llamando la atención por contar historias sobre gentrificación y personajes latinos LGTBQ en un barrio de Los Ángeles. Todavía es noticia que haya series con repartos predominantemente de color (como ocurre con buena parte de las comedias de CBS para la temporada que viene), o con protagonistas latinos, o que contraten a actores trans para contar una historia en la que esa comunidad es fundamental (caso de Pose), o se escriben multitud de artículos sobre lo revolucionario que es que una serie como The Good Fight esté protagonizada por una mujer negra, una que pasa de los 60 años y una lesbiana.

Audra McDonald (incorporada en la segunda temporada), Christine Baranski y Rose Leslie, en un fotograma de ‘The Good Fight’. (Fuente: Movistar+)

Si todo eso llama la atención es porque, aunque realmente hay demasiadas series, se podría argumentar que casi todas son la misma. O mejor dicho, casi todas se dirigen a un público muy parecido. La demográfica entre 18 y 49 años sigue siendo la más perseguida por los anunciantes, lo que limita a veces las edades, razas y hasta aspecto físico de los repartos de las series. Los títulos de misterio dominan buena parte de los estrenos y no es raro que haya un hombre blanco al frente de la acción. Entre nordic noir, policías que investigan casos en pueblos pequeños y detectives muy inteligentes que persiguen a delincuentes aún más inteligentes podemos encajar el 70% de esas 500 series anuales en Estados Unidos (esto es una especulación mía, he de puntualizar, no una conclusión estadística sesuda).

No es tan extraño, entonces, que haya colectivos y personas que crean que faltan series. La Universidad Tufts elabora desde los 70 un estudio sobre la diversidad racial y de género en la televisión infantil, concluyendo que hay un tercio de protagonistas femeninos, un 5,6% de personajes afroamericanos y un 1,4% de latinos, por ejemplo, y que todavía se debe trabajar en evitar los estereotipos al presentar a estos personajes. Esas comunidades pueden estar deseosas de ver una serie que refleje su experiencia vital lejos de los clichés.

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Porque en esas 500 series anuales es muy probable que haya espectadores que tengan la impresión de haber visto la misma serie repetida en muchas de ellas, ya sea la plantilla de Perdidos seguida en misterios high concept o los procedimentales que todavía se miran en CSI. En teoría, esta explosión de ficciones se debe no sólo a que hay muchos más actores en el negocio produciendo series, sino a que se están desarrollando unas cuantas dirigidas a nichos muy concretos, pero esos nichos no le han servido a un gigante como Amazon, que ha descartado títulos como One Mississippi para buscar otro Juego de tronos. Es decir, para ir a por un éxito masivo.

‘Fariña’ ha sido la serie española más comentada del año. (Fuente: Atresmedia)

Centrémonos sólo en las series españolas estrenadas esta temporada. Ha habido thrillers e historias criminales (La casa de papel, La zona, Vis a vis o Fariña), comedias sobre familias (desde Vergüenza a Ella es mi padre), dramas románticos (Tiempos de guerra, Velvet Colección o la nueva temporada de Las chicas del cable) y algunos títulos que se salían un poco del molde al apostar, por ejemplo, por un toque sobrenatural (Estoy vivo) o por historias de mujeres (La otra mirada). En su mayoría, se desarrollan en entornos urbanos y las relaciones entre sus personajes son bastante “tradicionales”. Es perfectamente comprensible que haya espectadores que crean que faltan series para ellos.

A eso se resume, al final, todo el debate. Cuantitativamente, es innegable y objetivo que se producen demasiadas series y que ni aunque viviéramos tres veces podríamos verlas todas, pero no es ahí donde tiene sentido que alguien crea que, en realidad, hay pocas series. Es en la representación de comunidades y experiencias que no encajan en lo mayoritario o en la apuesta por historias que no se habían visto en la pequeña pantalla, o que se cuentan de una manera inédita. Ahí, siempre faltarán series.

marina

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