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La maldita obsesión de las series españolas por las niñas desaparecidas

Las niñas desaparecidas de ‘La caza. Monteperdido’. (Fuente: TVE)

Televisión Española estrenó la semana pasada La caza. Monteperdido, unos días después de que Movistar+ anunciase que prepara Paraíso. Dos series con un punto en común: su historia comienza con la desaparición de unas niñas. Y no son, ni mucho menos, las únicas que comparten esta premisa puesto que en España son pocos los thrillers que se resisten a sobar de nuevo este cliché. Desde Desaparecida a Mar de plástico, pasando por Sé quién eres, no paramos de toparnos con las mismas historias una y otra vez: niñas o mujeres penalizadas por la ficción.

Parece que no hay misterio sin desaparición y no hay desaparición sin que la víctima sea del género femenino. Los niños no pueden desaparecer porque, tal vez, el guionista hombre entienda que un espectador medio (léase: hombre) sentirá más empatía si la que se ha perdido es una niña. Por aquello de que el padre de familia debe proteger a su esposa e hijos, y que el niño puede defenderse solo y la niña no. Las niñas, suponemos, son más débiles, mientras que los niños muertos deben doler menos y por eso no desaparecen (¡¿quién va a robar un niño?!). Y obviamente, el dolor del padre es hacia dentro, mientras que a la madre se le muestra atacada de los nervios o llorando como una Magdalena.

Si la víctima es de edad adulta, por supuesto tampoco será nunca un hombre. Y no se trata de un afán por retratar de un modo realista que vivimos en una sociedad machista. Todo lo contrario, el fin es lúdico y la ficción televisiva española está empeñada en no sacar a la mujer del papel de víctima. Bajo Sospecha pasó de una primera temporada de niña desaparecida a una segunda temporada de mujer joven desaparecida, y curiosa fue la propuesta de Mar de plástico: cuando resolvió el crimen de la primera temporada -el asesinato de Ainhoa Sánchez, hija de la alcaldesa de Campoamargo-, mató al personaje de Belén López para crear un nuevo misterio.

Y, encima, se cuestiona su moralidad para darle juego al asunto: siempre se siembra la duda de si la víctima no es trigo limpio y, cómo no, se la sexualiza. Si nuestra desaparecida/muerta de turno ha llegado a la adolescencia, las pesquisas de la investigación nos llevarán a pensar que quizás estuviese enrollada con su profesor, su primo o su tío… o todos a la vez. Parece que nos dicen que ella, con sus minifaldas, se lo anduvo buscando. Ana Saura de Sé quién eres, Paula García de La verdad o Anne Otxoa de Presunto culpable siguen este mismo patrón.

Entre las series que vienen, además de Paraíso -un Stranger Things en el que las niñas desaparecen y los niños investigan-, encontramos Malaka que arranca con el cadáver de Noelia, hija de un poderoso empresario, o Perdida (cuyo nombre no deja lugar a dudas) sobre la desaparición de la hija de un narcotraficante. Solo Hierro apuesta por algo distinto y comienza con el fiambre de un chico.

Cada nueva historia de niñas/jóvenes muertas/desaparecidas me da más náuseas que la anterior. Y no tanto por la falta de originalidad, que también, sino porque nadie en la sala de guionistas se ha cuestionado qué esquemas narrativos machistas están revalidando hasta la saciedad.

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