Sé que es una tarea casi imposible escribir a día de hoy algo que no se haya publicado ya unas cien veces en cada aniversario del estreno o del final de Buffy cazavampiros. Y, si intento ponerme con la tarea de destacar su importancia, seguramente me quedaré con la sensación de no haber sabido transmitir con la suficiente claridad y vehemencia su valía, su relevancia y todo aquello que la hace tan especial.
Así que he decidido no ser ambiciosa y, simplemente, intentar contaros por qué amo tanto a esta serie y por qué es tan especial para mí.
Mi historia personal con Buffy, la Cazavampiros
En el verano de 2008 yo creía que las series de calidad eran las que estaban protagonizadas por los antihéroes. Mi vida seriéfila estaba sobrepoblada con los Tony Soprano, Dexter, Vic Mackey, Gregory House, McNulty, Hank Moody, Al Swearengen… Estaba acostumbrada a que los protagonistas de mis historias fueran ellos. Y entonces, ese verano, Buffy, la heroína, llegó a mi vida y lo cambió todo para siempre.
Esta serie me abrió los ojos en muchos sentidos. Me enseñó que las buenas historias no siempre están en el cable, que las series juveniles pueden llegar a ser tan (o más) interesantes que cualquier drama de prestigio y que el despliegue de recursos técnicos no es tan importante, aunque a veces nos deslumbre y nos nuble la vista.
Buffy y todo el arsenal de personajes femeninos de la serie me hicieron entender la importancia de su (no) representación en las otras ficciones: me enseñó a detectar su ausencia y elevó mis estándares. Y, lo más importante para mí: le dio nombre a algo con lo que siempre me identifiqué pero a lo que no me refería como un concepto, porque no se usaba el término con la frecuencia que se usa ahora o porque nunca había caído en mis manos ningún libro sobre el tema. Buffy con sus estacazos al patriarcado me enseñó qué es el feminismo y, gracias a la serie y a la curiosidad académica a la que me llevó cuando la acabé, hoy puedo decir con todo el orgullo que soy feminista.
Recuerdo que me advirtieron que los efectos especiales daban risa y que estaba rodada en callejones que parecían de cartón. Eso es cierto, no lo voy a negar. Tampoco negaré que hay algunos episodios bastante infames que implican momias, monstruos cibernéticos o cervezas que no suelo ver cuando hago revisionado de la serie completa. Lo confieso.
Caí rendida a los pies de ese universo y de la forma de hablar de los personajes con referencias constantes, dobles sentidos y mucho sentido del humor. Estaba enamorada de un concepto que hasta ese momento me parecía imposible que existiera, y más aún que me pudiera interesar: una historia protagonizada por una chica que iba al instituto por el día y luchaba con su estaca por la noche para proteger a la humanidad de un apocalipsis salido de la boca del infierno.
Pero el momento que marcó un antes y un después en mi forma de percibir, sentir y vivir la serie, fue el tramo final de la segunda temporada. Wow. No me lo podía creer. Me parecía todo tan profundo, tan importante, tan trascendental… Me identifiqué a un nivel muy intenso con Buffy y admiré tanto su valentía y capacidad de sacrificio, que cuando clavó esa espada, me la clavó también a mí, y no la volvió a sacar. Ahí continúa.
No fue la última vez que vi a Buffy siendo la heroína definitiva, esa que pone el peso del mundo sobre sus hombros y a todos los demás antes que ella. Por eso me da tanta impotencia verla tan indefensa en Helpless (3×12) y se me caen las lágrimas cuando le dan el paraguas en la fiesta de graduación (The Prom 3×20). Por eso, lloro con lagrimones como los de Willow cada vez que veo el final de la quinta temporada (The Gift, 5×22), y lo he visto muchas veces. Y lloro de emoción por todo lo que representa en lectura feminista el final de la séptima temporada, cuando entiende que van a ganar el último apocalipsis, y cómo: compartiendo su poder. Ese discurso es uno de mis momentos preferidos de la vida en general, incluyendo mi vida real.
Los diálogos de Buffy cazavampiros son únicos y marca de la casa. Puede que mientras la viera pensara que era uno de sus cimientos más fuertes. Y entonces llegó Hush (4×10), ¡un episodio casi sin diálogos! Una maravilla en todos los sentidos; la serie seguía siendo igual de divertida y emocionante sin que saliera de la boca de los personajes ninguna genialidad. La serie no solo era un referente temático para todas las heroínas que vinieron después, no solo era entretenida, también nos regaló episodios magistrales a nivel conceptual y técnico.
Por ejemplo, el viaje lynchiano de The Restless (4×22) o los silencios de The Body (5×16). Y qué gran trabajo de Whedon a nivel de dirección en el segundo. Qué maravilloso trabajo a nivel emocional. Las reacciones de todos los personajes son conmovedoras. Cuando llega el momento de Anya me desarmo totalmente. Es maravillosamente desgarrador.
El episodio musical Once More, with Feeling (6×07) lo tiene todo: es divertido, las canciones son geniales y nos hace revelaciones para hacer avanzar la trama. Es divertido hasta que deja de serlo, porque es muy traicionero, te clava la estaca por la espalda con todas las verdades que emergen de debajo de las alfombras vitales de los personajes.
La sexta temporada suele generar polémica entre los seguidores de la serie; para mí es una de las mejores, la mejor casi siempre que me lo preguntan, pero voy cambiando con las horas porque me cuesta muchísimo decidirme. Me gusta porque lleva a los personajes a sus rincones más oscuros, porque afronta temas complicados como la depresión, la adicción a las drogas y la agresión sexual, porque marca el punto de inflexión que inicia la madurez emocional de los personajes y, por supuesto, por Dark Willow, la mejor villana de la serie.
También suelo poner la séptima temporada en posiciones más altas que lo que noto por percepción general. La trama transcurre en poco tiempo, aparecen muchos personajes nuevos y no me caen todos bien, pero creo que en mi valoración influye el tramo final, porque me parece maravilloso, por todo lo que representa.
Podría seguir recordando momentos hasta el infinito pero en algún punto tengo que detenerme. Buffy the Vampire Slayer me emociona, la disfruto, la vivo, la sufro, la canto y me hace reflexionar; todo sin dejar nunca de entretenerme y de divertirme. He vuelto a ver la serie muchas veces y la volveré a ver muchas más, pero siempre recordaré la primera. Vi sus 144 episodios en tres semanas, porque en cuanto empecé, no pude parar. No es la primera vez que cuento esto, pero si no me conocías, entonces te lo cuento ahora: cuando acabé mi maratón de la serie pasé el duelo viendo Angel, mientras tallaba mi propia estaca de madera, la cual sigue ocupando un lugar destacado en la estantería de mi salón.
Descubrí a Buffy gracias a dos buenas amigas y es una experiencia que me dejó huella. Gracias, Leticia y María, estoy en deuda con vosotras.