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‘Twin Peaks: el regreso’, un año después de su final

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David Lynch ideando el regreso de ‘Twin Peaks’. (Movistar+)

Por Paco Casado, crítico y programador de cine, y doctorando por la Universidad de Málaga con una tesis sobre ‘Twin Peaks’

El 3 de septiembre de 2017 se emitían las dos últimas partes (que no episodios) de Twin Peaks: The Return. Tras un pase de los dos primeros episodios en el sacrosanto Festival de Cannes, la ficción propuesta por David Lynch y Mark Frost empezaba por todo lo alto con la cinefilia del festival francés puesta a sus pies. Entre esos dos momentos, los mortales espectadores habíamos pasado todo un verano viajando desde Nueva York a Las Vegas pasando de vez en cuando por el legendario pueblecito situado en el estado de Washington.

Desde el primer momento quedó claro que ni a Lynch ni a Frost les interesaba quedarse encerrados en Twin Peaks y ansiaban expandir sus fronteras en todos los sentidos. Igualmente, no se molestaron en dejar claro el motor de la narración: si en las temporadas iniciales el relato giraba en torno a “¿quién mató a Laura Palmer?”, en este retorno el misterio giraría en un concepto algo más abstracto. Podríamos decir, a riesgo de ser enormemente reduccionistas, que Twin Peaks: el regreso cuenta cómo el Agente Cooper lucha por salir al “mundo real” con la intención de acabar de una vez por todas con el temible y malvado Bob. Pero cuando encontramos que el Agente Cooper tal y como lo conocemos no aparece hasta prácticamente la parte 16, nuestro intento por resumir de qué trata la obra de Lynch se desmorona.

Kyle McLachlan tras leer el guion del regreso de ‘Twin Peaks’. (Movistar+)

Como ocurre con gran parte de la filmografía del cineasta estadounidense, ese empeño en “entender” o resumir de qué tratan sus películas choca de frente con unas obras que luchan salvajemente por ser deconstruidas y aprehendidas. Por supuesto, el regreso a Twin Peaks no podía ser menos. No tardaron en surgir voces proclamando que Lynch nos volvía a tomar el pelo; otros simplemente disfrutamos sin hacer esfuerzos por “comprender” qué estaba pasando parte a parte. Sabiendo que Cooper estaba encerrado en un cuerpo que no era el suyo y que acabaría resurgiendo, los frentes se abrían: por un lado teníamos al equipo Blue Rose comandado por Gordon Cole, interpretado por el propio Lynch, y sus escuderos Albert y Tammy, que sabían que algo estaba a punto de pasar, pero que no tenían muy claro qué; por otro lado, el avatar de Cooper, Dougie Jones, una especie de desaliñado Monsieur Hulot con chaqueta verde, se veía inmerso en una trama de estafa a la aseguradora en la que trabaja y mafiosos de Las Vegas; un tercer frente lo abría el actor Kyle MacLachlan, que se metía también en la piel de Evil Cooper, es decir, el mismísimo Bob que encerrado en un espejo cerró en 1991 el último capítulo de la serie; todo esto aderezado con los rants contra el capitalismo y el neoliberalismo del Dr. Jacoby en oposición al ansia especuladora de un cabal Benjamin Horne, la eterna historia de amor entre Big Ed y Norma, las íntimas y surrealistas conversaciones entre Hawk y la mujer del leño, el sufrimiento como padres de un reformado Bobby y una inmóvil sentimental como Shelly, y, como no podía ser menos, la incapacidad de adaptación al mundo real de la pareja formada por Lucy y Andy.

Pero estas solo eran unas pocas de las historias que Lynch y Frost habían tramado recuperando a los personajes de la serie de los 90. A estos se les uniría una clásica como Diane, que tomaba el cuerpo de Laura Dern; Janey-E, la sufrida esposa de Dougie, interpretada por Naomi Watts; el duo al principio temible y después encantador de los hermanos Mitchum o los violentos sicarios Chantal y Hutch, interpretados por los tarantinianos Jennifer Jason Leigh y Tim Roth. Todos ellos podrían protagonizar su propia serie en una suerte de spin-offs que David Lynch decidió que nos montáramos en nuestras cabezas. De hecho, hasta el más nimio personaje que aparecía en una sola escena, como el caso de un brandonizado Michael Cera, hijo de Lucy y Andy, abría nuevas vías, apuntando todo un mundo en que ese personaje podría ser el más absoluto protagonista, pero que nos íbamos a quedar con ganas de ver.

ESE episodio de ‘Twin Peaks: el regreso’. (Movistar+)

Al anunciarse este regreso a Twin Peaks muchos temimos que la nostalgia se apoderase de Lynch y Frost, contentando así a los peakies más acérrimos. La bofetada no tardó en llegar al comprobar cómo pasaban los episodios y, por ejemplo, no teníamos ni rastro de Audrey Horne (sabíamos que la actriz Sherilyn Fenn participaba, así que solo era cuestión de esperar) y cuando lo hizo nuestro desconcierto fue aun mayor, inmersa en una incomprensible discusión con su marido sobre si salir de la casa o no, el personaje de Audrey protagonizó la que probablemente fuese la única concesión de Lynch a la nostalgia: el tema musical de Audrey sonaba en la parte 16 con el inevitable baile, esta vez en el Roadhouse (¿o era el Bang Bang Bar?), lugar de peregrinación convertido en regular punto y aparte en cada una de las partes de Twin Peaks: el regreso.

Las codas musicales se convirtieron así en otro de los elementos significativos de este regreso a Twin Peaks. Personalmente seleccionados por David Lynch, en el Bang Bang Bar tocaron jóvenes bandas como Chromatics o Au Revoir Simones y míticas como Nine Inch Nails, la imprescindible Julee Cruise o Edward Louis Severson III, nombre real y completo de Eddie Vedder. Las actuaciones a veces cerraban las partes, otras veces interponían e interrumpían el desarrollo del relato, pero todas tenían su razón de ser: contribuir a un estado de ánimo, ya fuese de retorno al origen con el tema Heartbreaking tocado por un pianista haciendo las veces del compositor Angelo Badalamenti y el Just You de James Hurley o de premonición del desastre, como la protagonizada por la banda de Trent Reznor cantando She’s the One en la parte 8.

En estos momentos de confusión y búsqueda continua de totems a los que agarrarnos, David Lynch entregó uno de esos “episodios” que desde el momento de su emisión todos corrimos a calificar como “algo nunca visto en televisión”. Las redes sirvieron para que mil y un análisis comenzasen a trazar referencias, teorías e interpretaciones en algo que claramente se nos escurría de las manos. Abrazando los inicios (y finales) experimentales de Lynch, esta Parte 8 recorría la filmografía del cineasta recuperando los ambientes de Grandmother y Cabeza borradora, pasándose por el neoclasicismo de Terciopelo azul, transitando los caminos de Carretera perdida y acabando en el delirio sincopado de Inland Empire. De hecho, este fue el episodio que los productores enviaron a los Emmy y que algo de suerte les dio siendo nominados el trabajo de Peter Deming tras la cámara, así como el sonido y el montaje, apartados en los que Lynch está nominado (además de dirección y escritura) al hacerse cargo de parte de estas labores.

Las caras que se nos quedaron a todos tras el final de ‘Twin Peaks: el regreso’. (Movistar+)

Menos suerte tendrían el resto de componentes del equipo de Twin Peaks. Ni MacLachlan ni Dern obtendrían ningún respaldo en los premios Emmy, cuestionando así otro de los elementos que hacían de Twin Peaks algo relevante: su impacto cultural. En estos 25 años mucho han cambiado las cosas y siempre debemos recordar que el paso de la serie de Lynch y Frost fue realmente fugaz, aunque su estela la seguimos viendo hoy. En el fondo, todo funciona mejor en nuestras mentes como el recuerdo de ese sueño (otro de los temas recurrentes tanto en la narración como en los análisis posteriores) que cuando intentamos explicar no hacemos más que banalizar. Como se banalizó la propia Twin Peaks al resolver el misterio de “¿Quién mató a Laura Palmer?”.

Porque recordemos que Twin Peaks siempre tuvo a Laura Palmer como absoluta aunque ausente protagonista. Un personaje que en este regreso volvió a ser el centro del relato y que nuevamente cerraba la puerta con un fantasmagórico grito que dejaba a los espectadores con más dudas que respuestas, con más interrogantes de los que empezamos, pero con más ganas de desentrañar un misterio que tiene infinitos recovecos y ninguna salida. Como las buenas obras de arte.

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