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So expensive to be a Brooklyn hipster

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Ni el Greenwich Village de Friends ni el West Village de Carrie y su grupito de amiguitas pijas de Sexo en Nueva York. Ahora lo más molón del mundo es vivir en el norte de Brooklyn como bien saben las cuatro chicas de Girls. Sin embargo permitirse vivir en el epicentro de la modernez está al alcance de pocos bolsillos, de ahí que la cultura hipster esté migrando hacia barrios colindantes. ¿Tendrá algo que ver con ello el éxito de Lena Dunham y su show? Nos infiltramos en la zona para responder a ésta y otras preguntas…

Abandono España con el hartazgo de la palabra hipster instalada en mi corteza, no hay ningún coloquio en la España del 2014 que esquive su uso. Coño, hasta mi madre utiliza la maldita palabreja. Ese atracón, y otros (no… no vayan a pensar en el aspecto laboral, en el comprobar cómo mes a mes la mitad de mi ridículo salario termina abocado a las cuentas del estado en lugar de engrosar una paupérrima cuenta bancaria. Nah, para nada) motivan el exilio, pero va y no se me ocurre otra que recalar en el epicentro del movimiento, en su cuna, en la tierra de Lena Dunham y la serie hipster por excelencia (con el permiso de Portlandia): Brooklyn, NY.

Gentrificación

Aquí lo hipster no es una tendencia, una moda, un comodín lingüístico, un capricho ornamental para acudir al Primavera Sound y ser el más cool. Aquí eso (me niego a repetir la palabra con la misma frecuencia que se usa en España) es la doctrina dominante. Y su feudo principal se halla en Williamsburg, digamos que el equivalente hipster (mierda, ya estamos otra vez) a Desembarco del rey. Pero la religión se ha expandido fuera del barrio más de moda de Brooklyn, ya se pueden ver vestigios importantes en Bushwick, Dumbo y Greenpoint, para temor de población afroamericana, latina, judíos jasídicos y polacos. Porque sí, y perdonadme que vuelva a pensar en Juego de tronos, pero la zona se ha convertido en una guerra silenciosa, invisible, sin sangre pero sin cuartel, para intentar apropiarse del territorio, expulsar a la población residente de toda la vida y a los molestos inquilinos que tiene la desfachatez de tener alquileres bajos, con el fin de asentar un feudo que haga sacar humo a la caja registradora del tío Sam.

Las dos caras de Williamsburg, la antigua y la moderna, colisionan en muchos cruces

Las dos caras de Williamsburg, la antigua y la moderna, colisionan en muchos cruces

¿Y cómo se hace eso? Pues con la presión inmobiliaria. Ahora que el recuerdo de Inside Job empieza a estar borroso, coloquemos una mina de oro aprovechando que la palabra hipster está en boca de todos, y del efecto llamada masivo que provoca la simple pronunciación de Brooklyn a todo aquel con ínfulas creativas y siervo de lo cool. Han pasado solo cuatro años desde mi última peregrinación a la cuna hipster, y os puedo asegurar que el panorama es algo distinto. Los graffiti, los sneakers colgados sobre las líneas eléctricas, la abarrotada línea L, los bares de moda que regalan pizzas y que te retan a jugar ebrio al mini golf o a recreativas de los 80’s, los restaurantes de gastronomías procedentes de todos los puntos cardinales (sí, hay etíopes y nigerianos cuyo precio del menú superan todo el producto nacional bruto de esos países), los flea market, las tiendas vintages, las fiestas en azoteas, y todo lo que aparece en el video siguiente sigue ahí, pero ahora mezclado con Real Estate de lujo, edificios de obra nueva de considerable altura, mujeres adineradas paseando su mascota con su visible tatuaje a modo de emblema que señala su pertenencia a la tribu allí asentada, tiendas chic que parecen sustraídas del Upper West Side, pero sobre todo lofts, apartamentos y habitaciones a un precio desorbitado. O aún con una lacra peor… los tour turísticos.

Una metamorfosis urbanística que en realidad no empezó en el 2010, sino bastantes años atrás, tal y como apunta Brian Chidester, editor en The Deli, una revista articulada alrededor de la escena artística y cultural de Brooklyn: “A mitad de los años 90s solo una pequeña oleada de gente había abierto camino hacía Brooklyn, pero su motivo era simple: en el Lower Manhattan, desde largo tiempo el área de mayor esencia creativa de la ciudad, se dispararon los precios, haciéndolos inalcanzables. Williamsburg — al estar cerca de Manhattan, justo al lado de un paseo marítimo, por donde pasa una de las líneas de metro más importantes (L train) y aún así muy barato para alquilar un espacio — resultaba el sitio natural para que los artistas se asentarán”…”Entonces Williamsburg se convirtió en el sitio deseado para vivir porque se produjo allí una explosión cultural a finales de los 90’s que permaneció hasta justo antes de la gran crisis financiera del 2008.”, apuntilla Brian.

En primer plano las antiguas fachadas del barrio. Sobre ellas sobresale un rascacielos nuevo.

En primer plano las antiguas fachadas del barrio. Sobre ellas sobresale un rascacielos nuevo.

Pero la situación dista bastante de la del 2008, tal y como me confirma Imani Henry, un afroamericano de 40 años natural de Flatbush (Brooklyn), marxista, antiguo punk que solía liarla por Williamsburg y cuya zona ahora no pisa ni por asomo. Imani está al frente de la organización Equality for Flatbush y se encarga precisamente de denunciar y hacer frente a todo el mobbing inmobiliario que está transformando la fisonomía de los barrios de clase media y pobre de Brooklyn en aras del desembarco de capital de inversión de la gente que maneja la pasta. “Brooklyn está sufriendo un columbusing”, un nuevo vocablo que se utiliza para describir este supuesto redescubrimiento de la zona por parte de algunos. “Tratan ahora a Brooklyn como un sitio inexplorado, por descubrir, que es super cool, cuando nosotros llevamos viviendo aquí por muchas décadas y se supone que no era así. Pero pensamos que ha sido siempre un sitio increíble, muchos antes de que la gente rica se mudará aquí y nos redescubriera la zona”, señala Imani. ”La gentrificación consiste en bancos, empresas e inversores empaquetando tu barrio de una manera que sea atractiva para atraer a nueva gente a vivir. Están incluso cambiando los nombres de algunos barrios. Ahora por ejemplo el sur del Bronx se le llama Southbro, lo que las agencias inmobiliarias definen como Central Park West es en realidad, y ha sido siempre así, Harlem West. Y Bushwick lo han dividido en dos para bautizar una parte de éste como East Williamsburg.”

Unas sneakers colgando de unas líneas eléctricas, una imagen que se repite por todo Brooklyn y también por muchas ciudades.

Unas sneakers colgando de unas líneas eléctricas, una imagen que se repite por todo Brooklyn y también por muchas ciudades.

Diáspora hipster

2.000, 3.000 o 4.000 dólares al mes de alquiler han terminado también por agujerear los bolsillos de los pantalones de pitillo de los hipsters menos adinerados, fauna boho y artistas (¿acaso es posible diferenciarlos?) que se cruzan por las calles de la zona y que andan constantemente preocupados por no ser engullidos por la ola mainstream que invade la zona (la peor de sus pesadillas). Y que como buenos new yorkers emplean 6 días a la semana a compaginar varios trabajos (normalmente el artístico con aquel detestable y vergonzoso que les permite traer el pan a la mesa) para terminar viendo como su principal ingreso económico se lo traga el alquiler. Algo que ha provocado un fenómeno migratorio hacía otros rincones de Brooklyn.

“Clinton Hill, Bushwick, Greenpoint, Bed-Stuy, Crown Heights. Alguna gente se está mudando hacia Flatbush. DUMBO y Park Slope que siempre han tenido los precios altos, incluso antes que Williamsburg. Bensonhurst y Red Hook se barajan como los sitios donde podría estallar la próxima llama creativa y cultural. Pero ahora mismo Bushwick es el nuevo epicentro creativo”.

Tal y como indica arriba Brian la vecina Bushwick, para temor de la población latina, se ha convertido en la principal tierra de acogida de los cansados, arruinados o asqueados de Williamsburg. Este barrio colindante se está asentando como la alternativa propicia para artistas y creativos, que quieren seguir desarrollando su vena artística en lofts y apartamentos ajustados a sus bolsillos.

De hecho no son pocos los intentos en esta zona de preservar esa llama creativa que se extendía debajo del puente de Williamsburg y que parece haber sido extinguida con el boom inmobiliario. Pese a la cercanía, Bushwick respira el bullicio creativo asilvestrado y libre que alguna vez tuvieron las zonas de Williamsburg y Greenpoint. Hay locales y garitos de esos impregnados del tufillo característico de lo que la fauna nocturna conoce como antro, esos en los que las suelas de los zapatos quedan enganchadas en el suelo, y da igual si la cerveza la has adquirido en el local o las has robado en el Deli de al lado. Hay un intento de avivar un espíritu creativo que destaque en un barrio cuyas zonas limítrofes no pasan por figurar en ninguna guía turística. De hecho, la estampa por la parte baja es la de jóvenes conviviendo con familias latinas y población afroamericana de pocos recursos, o lo que es lo mismo… calles solitarias, infestadas de ratas y sonidos constantes de las sirenas de los coches de la NYPD. Todo ese aire del Brooklyn prohibido, del de toda la vida, el genuino, el de las zonas no explotadas por inmobiliarias e infestadas de negocios trendy, le aporta ese plus que buscan los que denuncian una pérdida de identidad de la ciudad y la zona.

El Brooklyn de Lena Dunham

Por mucho que los críticos defensores de Girls alaben el realismo de la serie y la proximidad con la que Lena Dunham retrata el angst y los problemas de la juventud que anda en la veintena, un mes por el barrio de Greenpoint –que es donde se ruedan la mayor parte de los exteriores– es suficiente para comprobar que su visión, como mínimo, resulta sesgada. Poco rastro, por no decir ninguno, de la presión inmobiliaria que afecta a hipsters y no hipsters, ni un fotograma de la comunidad polaca que reside en la zona, poca huella de la diversidad del barrio, tan solo instantáneas con filtros que parecen más óptimas para acumular likes en Instragram que en dibujar un retrato cercano y veraz de la zona. Retazos del Brooklyn más cool a los que Dunham recurre, se recrea y los barniza con su peculiar, efectivo, y a ratos, hilarante humor.

Algo que Imani interpreta de este modo: “Una serie como Girls puede transmitir una idea de persona viviendo en Nueva York, la de gente blanca en sus veinte y tantos viviendo en medio de Brooklyn, pero no creo que dé la idea más aproximada de lo que es la realidad. Me gustaría que Lena imprimiese a la serie ese componente más social, me encantaría que toda su crew fuera contratada en Brooklyn, o que aparecieran personajes de color en la serie. Una sola línea de guión sobre la gentrificación en Brooklyn, o sobre el racismo de la gente latina o de color en Bushwick y Williamsburg. Eso sería increíble.”

Otra estampa característica de la modernez de Brooklyn

Otra estampa característica de la modernez de Brooklyn

¿Es entonces la de Lena una mirada edulcorada de la realidad? Sí, y no. Por una banda resulta notorio el atino con el que Lena es capaz de desenmascarar las relaciones humanas, la desfacción de una generación, las relaciones exprés, la adición a las nuevas tecnologías, la evasión a través del cóctel de drogas y sexo — este último punto tratado con valentía y sin pelos en la lengua, lo que al principio levantó fuerte polémica, de la que sin duda se habrá beneficiado la HBO con los informes de rating. Ya en el primer capítulo de la serie, Lena, a través de su personaje, Hannah, se lanzó un auto objetivo que parecía inalcanzable. En palabras de su alter ego en la ficción, aspira a convertirse en la voz de una generación, o como mínimo, en una voz de alguna generación. Y cuatro años después de ese piloto parece haber alcanzado tamaño objetivo, al menos para la generación millenial, para ciertos jóvenes que se mueven entre los 20 y los 35, adquiriendo con ello un estatus envidiable e inimaginable para alguien que recién ha cumplido los 28 años. Y en buena parte gracias a un estilo fresco, desenvuelto, sin tabúes, directo y rompedor, especialmente a la hora de abordar las relaciones sexuales.

Girls no recurre a la moralización para demostrar algún aspecto de la generación actual. Juega con cosas muy realistas y ha derribado algunos muros en la ficción televisiva”, opina Brian.

Y en cierta manera, de modo casi residual, Lena recoge la nueva realidad del barrio, porque tanto Hannah como Jessa pertenecen al grupo de jóvenes de vida bohemia y aspiraciones artísticas que se ven obligadas a desempeñar trabajos roñosos (bueno Jessa más que trabajar practica el couchsurfing), mientras que en el otro lado, con Shoshanna y Marnie, sobresale el componente posh, ese linaje procedente de Sexo en Nueva York –en el piloto hay un guiño a la serie de Sarah Jessica Parker, precisamente a través de Shoshanna y un póster de esa serie que cuelga en su habitación– que viven la experiencia más transgresora de sus vidas poniendo su refinado culito en Brooklyn. Esa estampa es bastante acorde con la realidad que he ido respirando por mis orificios nasales durante estos días. Palabra.

Pero por otro lado, y eso es algo que se hace palpable a medida que pasan las temporadas, Lena ha decidido entroncar la historia de Hannah, y la de sus tres inseparables amigas, en los cauces del cuento, un cuento de ornamentos románticos. De ahí probablemente la desviación de su mirada, de su foco centrado en las particularidades que encajan en el relato de la aspirante a escritora malviviendo en la zona molona de Brooklyn, como tantas otras personas de carne y hueso que se levantan a las 7 de la mañana a diario para coger el tren rumbo a Treblinka Manhattan.

Pero un momento… ¿era esa la cuestión planteada? Más bien no, el planteamiento inicial era si la serie había actuado como faro de la zona para los peregrinos hipsters, y si había favorecido de algún modo a acrecentar la burbuja del barrio. A lo que Imani parece tener una respuesta tajante:

“Estoy harto de que se quiera buscar culpables de la situación. No tiene nada que ver con individuos que triunfan con un show o con hipsters que intentan encontrar un lugar seguro para vivir y tomarse una cerveza después del trabajo. No, una vez más los responsables de todo esto hay que encontrarlos en las grandes corporaciones y bancos. Chase Manhattan, Bank of America y City Bank, ellos son los verdaderos responsables de la transformación de nuestros barrios”.

Más claro, el agua

Un edificio en construcción tras haber demolido el antiguo

Aunque en cierto aspecto, y más allá de los fans y haters que tiene la serie (numerosos a ambos lados), y ya lo suelto como una impresión personal sin nada que la respalde, sí que tengo un poco la sensación de que el éxito de Lena Dunham con su producto estrella provoca influjos idealizados entre miles de jóvenes, tanto ellas como ellos, cuya empatía con los personajes y sus inquietudes los han hecho partícipes del cuento diseñado por la prodigiosa y joven Dunham. Además, apuesto el ridículo contenido de mi cuenta corriente a que la serie terminará con un happy end sonado.

Un cuento que trasladado al mundo real hemos comprobado de primera mano que no es del todo exacto, pero sí lo suficientemente atractivo y vistoso para que medio mundo conozca y centre su atención en el norte de Brooklyn. La prueba más sangrante son los tours turísticos que ha montado una agencia para seguir los pasos de Hannah y sus amigas. Sí, tal cual, estacada y punzón a Greenpoint, tal y como hicieran con Sex and the City para desespero de los vecinos de Perry Street lanzados a noches de insomnio, prozac y otras sustancias ante la avalancha de hordas de curiosos. Una vez más nos han vuelto a endosar lo del sueño americano para hacer un negocio… un gran negocio.

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