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Crítica: ‘Un espía entre nosotros’, la guerra fría con más pose que poso

Toby Stephens protagoniza esta miniserie. (Fuente: BBC)

Esta crítica se ha escrito tras ver la miniserie completa y contiene spoilers

Stephen Poliakoff es un clásico de la escena televisiva inglesa. Ya sea como productor, director o escritor, su carrera está trufada de productos con una desigual trascendencia. Bautizado como una de las promesas más rutilantes a mediados de los setenta, desde entonces Poliakoff ha cosechado premios y reconocimiento a partes iguales hasta mediados de la década de los 2000. Sus detractores le achacan desde ese punto de inflexión una deriva errática, donde sus proyectos han pasado con más pena que gloria.

Un espía entre nosotros (Summer of Rockets), estrenada por Filmin en España, es su intento de sacudirse esa pátina desafortunada para encaramarse de nuevo a lo más alto en la ficción que produce la pérfida Albión (no he podido evitarlo, ustedes me disculparán). Se trata de una obra marcadamente autobiográfica. Las estancias de Poliakoff siendo niño en un estricto internado; el papel protagonista de Samuel está basado en su figura paterna (ambos son judíos de origen ruso, ambos son ingenieros eléctricos, ambos comparten su pasión y admiración por las clases altas y su relación con la monarquía, y ambos tuvieron como clientes al mismísimo Churchill), y la familia protagonista en la ficción tiene tintes de la suya propia.

Sin caer en el paroxismo (lo que hubiera deslucido el drama), Poliakoff nos traslada a una época un tanto desterrada, donde la guerra fría comienza a tomar forma y la política exterior de Gran Bretaña se debate entre la Vieja Europa y la nueva Estados Unidos. Y la URSS en la sombra. Situémonos: Inglaterra, 1957. La crisis del Canal de Suez amenaza más aún la frágil estabilidad socioeconómica de Inglaterra. Nasser nacionaliza el canal, cuya gestión era anglo-francesa, y junto a Israel establecen una alianza que desemboca en un conflicto armado. El bloque egipcio del canal sume a Inglaterra en una crisis financiera galopante a causa de la escasez de crudo y Estados Unidos desecha ayudarle mientras no abandone Egipto.

Samuel Petrukhin (Toby Stephens) es un ingeniero eléctrico que fabrica audífonos y que está desarrollando un invento revolucionario: localizadores inalámbricos. Su hija Hannah (Lily Sacofsky), es una joven cuyas inquietudes distan mucho de la de sus padres: mientras sus progenitores ansían su reconocimiento social, ella busca la libertad a través de la música y el arte. El hijo pequeño, Sasha (Toby Wolf) es un niño inquieto y vivaz que está a punto de ingresar en un afamado y estricto internado.

Gracias al empeño de Samuel y su colega Courtney Johnson (Gary Beadle), el localizador capta la atención de varios personajes que no entraban en sus planes. Un coche misterioso, unos hombres que se identifican como el servicio secreto y un peculiar lord, Arthur Wallington (Timothy Spall), que conocen en una fiesta de una pareja de la alta sociedad más peculiar aún –Richard y Kathleen Shaw (Linus Roache y Keeley Hawes)-, despliegan un interés inusual en su localizador. Acuciado por su precaria situación económica, Samuel presta atención a todos los interesados en su producto y su posible adquisición.

¿Quién es el posible comprador? En apariencia, el Ejército, pero qué ejército. También el servicio secreto se postula, sin embargo, en una de sus reuniones, cuando el perro que acompaña a los agentes obedece una orden en ruso que le da Samuel, las suspicacias se multiplican. Richard Shaw y Lord Wallington invitan a Samuel para que participe en ciertas reuniones donde un variopinto grupo de personajes conspira sin saber contra qué o contra quién. De pronto, Samuel, cuyas preocupaciones financieras van en aumento, se ve inmerso en círculo donde nadie dice la verdad.

La miniserie aborda el complejo momento que vive la sociedad inglesa, pero centrándose en la historia de Samuel y su familia, y aquí es donde naufraga en materia narrativa. Las subtramas de sus dos hijos, Hannah y Sasha, pecan de falta de profundidad. La obsesión parental por el reconocimiento social y por su inclusión dentro de las clases altas queda desdibujada: el contexto es el adecuado, pero no la dimensión que implementa a ambos roles. De igual modo ocurre con los cambios sociales: la música procedente Estados Unidos, las diferencias raciales sean judíos o negros, el relieve de las discapacidades (sordera), como ejemplos, son tratados de manera somera. Enraizados alrededor de la trama principal sobre la conspiración, tratados con más profundidad y esmero, el resultado podría haber sido muy superior.

A su favor cuenta con lo que siempre se espera de una producción inglesa. El apartado artístico es espectacular, así como la fotografía que, alimentada con una gran variedad de planos, sumerge al espectador en el contexto adecuado. Exteriores brillantes (sobre todo los jardines de los Shaw), una banda sonora a cargo de Steve Parr, todo un clásico, y un reparto muy acertado (Mrs. Hawes está deliciosa, como siempre), aunque su falta de recorrido no invita a empatizar como se debiera, permite que Un espía entre nosotros sea un producto interesante aunque a veces se quede escaso, una suerte de más pose que poso.

La miniserie ‘Un espía entre nosotros’ está disponible en Filmin.

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