Una versión de este artículo se publicó por primera vez en la revista digital Fuera de Series y ha sido actualizado para esta ocasión.
Muchas obras que reproducen el pasado suelen convertirse en conversaciones relevantes sobre el presente. Las buenas obras al menos. Mad Men habla sobre nosotros y nuestro ahora a partir del presente de sus personajes.
Temporada a temporada, esta serie fue construyendo un complejo tejido emocional a través de reflexiones sobre temas que siempre estarán vigentes, como la búsqueda de la realización personal, el descubrimiento de quienes queremos ser, qué es lo que representa la idea de felicidad para cada uno de nosotros y, como dijo Peggy en el pitch de Chef Burger: “el hambre por conectar con otros”. Temas universales e inherentes a la naturaleza del ser humano con los que todos nos podemos sentir identificados.
“¿Qué es la felicidad? Es ese momento antes de que necesites más felicidad”.
-Don Draper.
El protagonista, Don Draper, es un símbolo que representa la insatisfacción incurable de los estadounidenses, un vacío que parece imposible de llenar: el ideal del sueño americano está basado en una mentira, en falsas necesidades creadas para alimentar y mantener en marcha la maquinaria del consumismo. La sociedad del malestar. Una sociedad que, como él, carece de una verdadera identidad como nación, porque son un elaborado entramado de apariencias.
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Mad Men utiliza a Don Draper como el hilo que nos lleva a conocer a un amplio abanico de mujeres complejas, mujeres que están a su alrededor, pero que nunca giran alrededor de él.
Desde el primer episodio, la serie se preocupó por darle presencia a sus inquietudes, reflexiones y experiencias, por eso, aunque hay muchísimas formas de aproximarse a Mad Men, si hay algo que siempre merece la pena ser destacado es su canto al feminismo. Por eso, celebramos este aniversario con una justa y necesaria mirada a lo que esos personajes femeninos de Mad Men nos cuentan sobre los retos de ser mujer ayer y hoy.
Betty
“Mi madre quería que fuera hermosa para que así pudiera encontrar un hombre. No hay nada malo en eso. Pero, ¿entonces qué? ¿sentarme a fumar y dejarlo ir todo hasta que esté en un ataúd?”.
-Betty Draper.
De Betty se dijo que los guionistas nunca habían sabido qué hacer con su personaje y que solo la mantenían para mostrarla como una madre horrible. Incluso, se ha llegado a decir que Weiner deja entrever su machismo en la forma de representarla.
Lo cierto es que, desde el punto de vista feminista, su caso es digno de comentar y analizar, porque la Betty que conocemos en la primera temporada de la serie encarna perfectamente a la mujer de la que hablaba Betty Friedan en La Mística de la Feminidad (1963). La autora identificó un sentimiento masivo de infelicidad en las mujeres estadounidenses que intentaban encajar con la imagen idealizada por los medios de comunicación de la esposa feliz de los barrios residenciales: “(…) imagen soñada y envidia, según se decía, de las mujeres de todo el mundo… Estaba sana, hermosa, tenía estudios y solo tenía que preocuparse por su marido, sus hijos y su hogar. Había encontrado la auténtica realización femenina… tenía todo aquello con lo que una mujer siempre soñó.”
Betty ha vivido todo el tiempo con ese malestar que no tiene nombre. Fue mujer de Don, luego fue mujer de Francis y, cuando la vemos en reuniones sociales con ellos, destacan las diferencias, por contraste, con la actitud del personaje de Megan en las mismas situaciones. Betty nunca buscó un sentido a su vida más allá de su destino como esposa y madre porque, tal como le enseñaron, pensó que tenía todo lo que una mujer podía aspirar.
Si La mística de la feminidad expresa que la realización de una mujer llega con la maternidad, ¿qué pasa cuando los hijos crecen y se independizan? ¿En qué se convierten las mujeres? ¿A qué pueden aspirar? En la última temporada, Betty manifestó esa preocupación porque, tal como afirma durante una conversación con su amiga Francine: “pensaba que los hijos eran la recompensa”.
Hay aquí un asunto interesante para esta mística que se ha discutido a través de diferentes personajes durante toda la serie, y es el de la maternidad. Para las mujeres de Mad Men el instinto maternal no está grabado en el código genético y lo vemos en varios ejemplos de diferentes generaciones a través de las siete temporadas.
Desde luego, Betty no es el ideal de la madre que hace pasteles y le cose disfraces a sus hijos pero, ¿no es demasiado simplista definir su personaje únicamente a través de su faceta de madre? Al hacerlo, solo estamos perpetuando La Mística de la Feminidad. Deberíamos ver más fácilmente que ella, como Don Draper, también tiene un vacío existencial y la sensación de estar perdida entre dos mundos, porque vive en una época de cambio que derrumba todo aquello en lo que creía.
Betty estaba insatisfecha, fue producto y víctima de una educación que anuló su identidad, haciéndole creer en un ideal de mujer que no encaja con ella y contra el que, poquito a poco, fue levantando la voz.
Joan
“Holloway-Harris.
¿En qué puedo ayudarle?”
-Joan
Al igual que Betty, Joan también fue criada para ser admirada y creyendo que convertirse en “mujer de” era la meta en su vida. En su caso, al no casarse joven, trabajó siempre fuera de casa. No como parte de su búsqueda de realización personal porque, al menos en un principio, ella misma no encontraba en ello ningún valor. Precisamente por eso, aceptaba con resignación que sus méritos no fuesen reconocidos. Estaba dispuesta a conformarse con ser la “esposa de” un médico y, por ello, desvió la mirada y aguantó abusos que la Joan de hoy no toleraría.
Durante la serie, tomó algunas decisiones muy complicadas, y lo hizo pensando en su futuro y el de su hijo, porque era consciente de su condición de madre divorciada y sabe que vivía en una sociedad en la que la “vida útil” de la mujer tiene un límite marcado por la edad.
Joan se aceptó a sí misma y se sintió cómoda con quien era, y esta posición le permitió rechazar salidas fáciles para acallar las exigencias de una sociedad que le dice cómo debe vivir una mujer a su edad. Joan, como todo ser humano, desea ser amada y confía en encontrar el amor que se merece, pero aprendió a no depender del brazo de ningún hombre para sentirse cómoda en su rol de mujer.
Pero lo más importante de su camino, es que aprendió a exigir lo que le corresponde, tanto a nivel personal como profesional. Quizá no fue consciente de lo que había conseguido hasta que sintió la admiración de su madre y su amiga Kate, pero finalmente Joan se dio cuenta de lo valiosa y talentosa que era, abrazó sus ambiciones, le dio valor a sus logros profesionales, exigió ser tratada con el respeto que se merece y se lanzó a trabajar por cuenta propia.
Peggy
“No puedes ser un hombre. Ni siquiera lo intentes. Sé una mujer. Es una herramienta muy poderosa cuando se usa correctamente”.
-Bobbie Barrett.
A Peggy la hemos visto crecer como profesional, como persona y como mujer. Es seguramente el personaje más querido y admirado de toda la serie y el que ha servido en algún momento como inspiración a la propia Joan. Si bien, podríamos comentar más de un aspecto de su viaje, nos quedaremos, para el tema de este artículo, con un asunto que se aborda en conversaciones con diferentes personajes: qué necesita una mujer para triunfar en un entorno laboral dominado por los hombres.
Desde el primer episodio, Peggy recibe consejos sobre cómo vestirse, qué hacer, qué callar y cómo comportarse en el mundo laboral. En una escena, le reconoce a Dawn la presión que siente y afirma que no sabe si tiene dentro de ella lo que hace falta para actuar como un hombre y, más importante, no sabe si es eso algo que realmente quiere. Uno de los mejores consejos lo recibió del personaje de Bobbie Barrett: no intentes ser un hombre, sé una mujer.
Peggy nos llevó a la luna cuando, en esa habitación llena de hombres, Don Draper la presentó, con las mismas palabras que ella iba a utilizar para presentarlo a él, y ella construyó su propio discurso. Uno poderoso y muy emotivo, creado desde su experiencia como mujer, y consiguiendo transmitir una idea universal porque, en el fondo, todos queremos lo mismo. Peggy ha aprendido a desenvolverse en un mundo de hombres aceptando que es una mujer, sintiéndose orgullosa de ello y sacando provecho precisamente a lo que, aquellos que no la reconocen como igual, creen que podrían ponerla en desventaja.
Megan
“No todas las niñas obtienen lo que quieren. El mundo no puede mantener a tantas bailarinas”.
-Marie Calvet.
Es imposible que todos consigamos lo que queremos, pero no por ello Megan iba a dejar de intentarlo. Ella tenía lo que cualquiera, incluso hoy en día, desde afuera, llamaría la vida perfecta: un marido apuesto que la quería y ella a él, un loft impresionante en Nueva York y un futuro prometedor en la publicidad, una profesión para la que, no solo parecía tener talento, sino que además le era reconocido.
Sin embargo, Megan no se conforma con trabajar en la agencia simplemente porque puede y lo sabe hacer bien, su pasión es otra. No solo necesita trabajar y ser buena en ello, Megan necesita realizarse con algo que la haga sentirse realmente plena, y por perseguir su sueño está dispuesta a rechazar una vida estable en la que no tendría que preocuparse por nada.
Sally
“I’m so many people”.
-Sally Draper.
Siempre atenta y con ganas de absorberlo todo, Sally Draper se ha cuestionado las normas y se ha rebelado contra lo establecido desde que era pequeña. Es inteligente y analiza lo que hay a su alrededor, intentando siempre formar sus propias opiniones, para convertirse en la persona que quiere ser, sin dejar que sea la sociedad quien defina lo que se espera de ella.
A Sally la hemos visto crecer literalmente delante de nuestros ojos y, aunque no nos habría sorprendido que su futuro fuese tormentoso, nos regocija verla convertida en una jovencita serena, a pesar del ejemplo que recibió de sus padres y los adultos en general.
Sally procesó todas esas disfunciones y no permitió que determinaran la persona en la que iba a convertirse. Es dueña de su destino y sabe que no tiene que encajar con un ideal de mujer marcado por la sociedad, porque ella puede ser, y es, al mismo tiempo, muchas personas. Como le dijo Betty en uno de los mejores momentos de la serie: “ya no me preocupo, porque sé que tendrás una vida llena de aventuras”. Y así sabemos que ha sido.
Todos los personajes femeninos de Mad Men merecen un reconocimiento, no solo los mencionados en este artículo, porque tienen mundo propio y reflexionan sobre quiénes son y la persona que quieren ser.
Weiner podría habernos contado otra historia y, seguramente, nos habría seducido con otros recursos pero, eligiendo darle voz a las mujeres, Mad Men brilló allí donde fallaban la mayoría de las series.