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Victoria y derrota de los Feroz

(Fuente: AICE)

Nunca he entendido a los antivacunas. Admito que tampoco le he dedicado al asunto ni una pizca de tiempo, pero de entrada me cuesta mucho hacerme cargo de argumentos que se oponen a uno de los grandes avances de la civilización en su lucha contra la muerte. Como todo niño español (y lo refresco ahora que les tocan puntualmente a mis hijos), seguí un calendario de “terroríficos” pinchazos que me evitaron un buen puñado de enfermedades posteriores. La peña de mi generación es más sana que la anterior y ésta que la anterior y así, en buena parte gracias a que las vacunas se iban generalizando tras los primeros hallazgos de Edward Jenner. El feliz progreso.

Tampoco he terminado nunca de entender el desmedido prestigio artístico de Victoria Abril. Ni se me ocurriría decir que no es una buena actriz, pero recuerdo cuando yo era un friki adolescente enfermo de cine cómo la crítica flipaba con sus actuaciones en Amantes o Átame y, leñe, yo siempre me quedaba atascado con sus virtudes porque me costaba mucho entenderla en escenas clave. Esa dicción susurrante se me hacía insufrible sin subtítulos ni moviola.

Puestas estas dos vendas, escribo esta columna con la excusa de que los Feroz también premian series. Y la escribo para entrar en diálogo con muchos amigos que en estos últimos días han estado demandando que le retiren a Victoria Abril el “Premio Feroz de Honor, que se entregará a una persona por el conjunto de su carrera profesional”, según rezan las bases. Regresamos, con variaciones, al corazón de lo que escribía hace dos semanas a cuenta de Gina Carano: la tolerancia, la mezcla de política y profesión, la cultura de la cancelación y demás animalitos tan cruciales para la convivencia en estos tiempos volcánicos que discurrimos.

Un simple gracias habría bastado

Es de mal gusto que Victoria Abril aproveche el encuentro con María Guerra para colocar su mensaje extrafílmico. Siempre me acuerdo en estos casos de Paddy Chayefsky (ganador de tres estatuillas como mejor guionista) conminando a Vanessa Redgrave a que no usara los Oscar como altavoz para su propaganda: “Un simple gracias habría bastado”. Redgrave estaba espectacular en la melancólica Julia y la premiaron por su actuación, no por sus opiniones políticas ni sermones biempensantes. Forma parte del peaje que le da encanto y picardía al show-business: si dejas hablar a los premiados, dirán, en general, lo que les brote. La alternativa es prohibirles que hablen: premio, aplausos y listo Calixto. Se pierde glamour, pero se gana en seguridad expresiva.

Con todo, por mucho Chayefsky que traigamos a colación, a nadie se le escapa que la gente del gremio ha colocado mítines aquí y allá miles de veces. Es más, se suele alabar sin cesar al artista comprometido… siempre que lo haga con las “opiniones adecuadas”. Ahí es donde me surgen las dudas del clásico doble rasero que, lo reconozco, es una de las espinas que más me pincha del discurso público actual.

El argumento, pues, es que esta vez Victoria Abril ha dicho algo que nos resulta grave “a nosotros”, mientras que otras veces Almodóvar o Bardem han dicho cosas que les resultan inadmisibles “a ellos” (esta llamada de Rallo al boicot, por ejemplo). Sí, lo sé, este “nosotros” y “ellos” hay que agarrarlo con pinzas, como cualquier generalización. Pero creo, honestamente, que ahí radica la clave de la indignación moral que ha levantado lo de Victoria Abril entre amigos o gente que admiro. Por eso animo a quienes anden interesados por la cuestión de fondo (la asimetría en la tolerancia de las tribus sociopolíticas) que se tomen un tiempo para leer este impresionante artículo de Slate Star Codex, uno de los comentaristas de centro-izquierda más influyentes en USA. Es uno de las más lúcidas reflexiones que he visto nunca sobre polarización, tolerancia y estándares cambiantes.

Por todo esto no, no creo que haya que retirarle el premio a Victoria Abril. Porque el galardón es por su carrera artística, no por sus opiniones y “datos” como microbióloga. A mí, como ciudadano, lo que diga Victoria Abril sobre pandemias y vacunas me importa una mierda. La escuché y pasé a otra cosa, mariposa, como paso de miles de iluminados que aparecen en las noticias o se cruzan por mis redes sociales cada día.

Altavoz negacionista y manchas

Escucho, entonces, la otra pega: “Es que ella es un altavoz para mucha gente y lo que dice es inadmisible”. Estoy de acuerdo en lo segundo, pero matizaría mucho lo primero. Necesitamos pruebas de la influencia de Victoria Abril en las personas dispuestas a vacunarse. Me cuesta horrores pensar que alguien que tuviera claras -esto es, casi todo quisqui- las bondades de las vacunas -avaladas, como decía, por la propia experiencia personal de todos los que no hemos cogido la polio, la difteria o el tétanos y hemos evitado gripes anuales gracias a las vacunas-, que ese alguien, decía, de repente exclamara: “Ah, oye, que Victoria Abril, conocida por sus excentricidades y su locuacidad sin filtro durante décadas, ha dicho que lo de las vacunas es un timo. ¡María, Pepe, oye, llamad ahora mismo al centro de Salud, que cancelamos nuestra cita!”.

Yo, como Santo Tomás, necesito tocar las llagas para creer. Los datos, las pruebas de ese “abrilismo” expandiéndose como una mancha de aceite entre viejetes a punto de Astra Zeneca. Porque sin esa verificación me temo que atribuirle a Victoria Abril esa capacidad para influir en la esfera pública es minusvalorar la inteligencia del espectador, del ciudadano. Y, aunque diste mucho de la mía, es una posición legítima pensar que la peña es tonta y se traga lo primero que escucha, pero, joer, implica pegar un salto epistemológico gigante. El discurso predominante en los medios (¡¡y nuestra propia experiencia vital!!) es muy claro con respecto a la bondad y eficacia de las vacunas y, sin embargo, se supone que llega una actriz sin estudios médicos y va a desbaratar todo ese esfuerzo de concienciación e historia. Hombre, hombre. Insisto, este argumento solo es válido si admites que la gente es gilipollas y tú no.

El otro razonamiento que he escuchado es el de que Victoria Abril mancha el premio. Para mí no mancha nada: es un premio a su carrera cinematográfica, no a su estilismo, ni a su filosofía política, ni a su sutileza virológica, ni a su moralidad ejemplar. ¿No sería mejor instaurar un “Premio a los Valores Cívicos más Admirables” si, en efecto, eso es lo que se quiere condecorar? Porque yo — y seguro que millones de espectadores de sus películas — no he variado mi valoración sobre sus dotes interpretativas tras escuchar cómo piensa Victoria Abril. Quizá me equivoque, pero poner tanto énfasis en retirarle un premio que se le ha dado por sus méritos profesionales es precisamente manchar ese mismo premio. Es como advertir: “Ey, esto te lo concedemos por tu trabajo, pero si cuando te lo otorgamos te sales del guión — un riesgo inevitable siempre que se le deja hablar a la gente — , te lo retiramos, eh”. Y eso, ay, no está en las bases.

Como siempre pasa en cuestiones así, los efectos perversos de una medida pueden ser muchísimos y el remedio convertirse en peor que la enfermedad. Porque, ¿cómo evitarlo de cara al futuro? ¿Hacemos a los galardonados firmar una cláusula que permita revocarles el laurel en cuanto suelten alguna burrada? ¿se prevé solicitar a cada ganador que mande las palabras que va a expresar cuando salga vencedor, para que algún comité político-moral dé el visto bueno previamente? No parecen salidas óptimas, desde luego.

Por todo ello, me temo que la mayor victoria para los Premios Feroz sería seguir con lo previsto: recompensar los logros de una carrera fílmica. Porque los Premios no son responsables de lo que expresen sus premiados. Esas derrotas son solo de Victoria.

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