El día soñado por todos los sorkinianos ha llegado, y es que El ala oeste de la Casa Blanca ha sido uno de los títulos sumados al catálogo de Amazon Prime Video en este primero de agosto. Poca es la ceremonia que se le haga a una serie como esta, que arrastra legiones de seguidores a lo largo de los años.
Pero vayamos por partes. El ala oeste es como se conoce a los espacios alrededor del despacho oval del 1600 de la avenida Pennsylvania, ese lugar donde ahora está Trump, pero en 1996 era ocupado por Josiah Bartlet (Martin Sheen), el presidente de Estados Unidos para la ficción de Aaron Sorkin. Y Sorkin no es otro que el tipo que llevó a la pantalla Algunos hombres buenos y que luego crearía La red social, The Newsroom o Studio 60.
Un creyente del status quo
Posiblemente esta sea la crítica que más veces se le achaca a la serie; su creador cree en el sistema que nos gobierna. Está convencido de que otro mundo es posible con las normas de juego que tenemos y es un demócrata militante.
Esto provoca dos reacciones contrarias. La primera es la que se queja de que sus personajes son demasiados buenos; se dice que El ala oeste describe la política que querríamos tener y House of Cards, la que realmente tenemos. Sí es cierto que es un reflejo feliz de lo que muchos desearíamos que fuera la política; un espacio favorable al diálogo donde solo hay buenas intenciones. Bartlet es un católico practicante abierto de mente, bueno casi por naturaleza, premio Nobel en economía, comprensible con sus amistades o colegas y que casi nunca deja que sus deseos se antepongan a su deber.
Pero además es una serie que, pese a empezar a emitirse en 1999, es muy noventera en su elenco. La mayoría del reparto principal está formado por varones blancos heteros en una posición económica acomodada, esos que se ven favorecidos por el sistema. Si miramos de cerca encontraremos personajes menos normativos, pero lo cierto es que los actores principales son los que son, aunque a lo largo de las temporadas encontráramos en su jefa de prensa el personaje femenino que necesitábamos ver.
Hablar y andar a la vez
El ala oeste es una serie muy rápida. Sus conversaciones están llenas de contenido (algo muy de Sorkin), con grandes mensajes y poca función fática, pero además, buena parte de las escenas transcurren en los pasillos, en el cruce de unos con otros. Se habla caminando, lo que en frío parece una tontería, pero supuso una dificultad técnica tanto para grabar como para interpretar (en los extras de la edición en DVD hay un documental al respecto muy interesante).
Esta es una serie que mostraba que los grandes cambios son un acumulado de opiniones distintas que se intercambian de un sitio a otro. De hecho, hasta hay varios chistes internos en los que dos protagonistas se dan cuenta de que se están siguiendo mutuamente, pero ninguno va a un sitio en concreto. El humor es la clave que nos permite que no quedemos saturados al acabar el capítulo.
Y es que El ala oeste es una serie más bien densa donde permanentemente se está dando respuesta al problema de ese episodio y a una serie de historias transversales que son las que dan dimensiones a sus personajes, pero logra que no sea algo difícil de seguir concentrado por vía de un montón de guiños con el espectador, que además suelen ser los que logran que unas personas tan competentes y cuasiperfectas no caigan mal.
Los mecanismos políticos al detalle
Pero esta serie es, sobre todo, una guía del usuario de la política estadounidense. Aprendes cómo funcionan sus cámaras, el proceso electoral o cómo se redacta una ley (cosa que, como las salchichas, debería ser algo que nunca viéramos). Cada episodio nos habla de un mecanismo que permite que la política sea algo más que gente hablando; a menudo cuando veo las noticias, de hecho, recuerdo el momento en el que aprendí qué era un obstruccionista o cómo se produce un nombramiento del Tribunal Supremo.
Es el título ideal para aquellos que somos unos viciosos de la política; nos resulta entretenidísima y llena de tramas interesantes. Reúne personajes brillantes que se enfrentan a diario a un país en constante movimiento y permanentemente supeditado a la agenda política y electoral. Si eres de esas personas, disfrutarás del mejor debate electoral de la historia de la democracia o de discusiones brillantes entre progresistas y conservadores.
Personajes complejos
El ala oeste es una serie eminentemente coral. Pese a que todos tenemos en mente la figura presidencial (su piloto es exquisito, con una presentación de Bartlet que te hace acabar con el cuenco de palomitas), funciona peor sin los personajes de partida. Con los años, algunos de ellos cayeron, coincidiendo además con el fin de Sorkin en el proyecto, lo que hace que sea un título con dos etapas marcadas (de las temporadas primera a cuarta y de la quinta a la séptima), y eso hace que se resientan sus protagonistas. Pero si los miramos descontextualizados, veremos que el desarrollo de sus caracteres es enorme. Normalmente, a un personaje le pasa algo y entonces cambia; aquí la evolución es mucho más sutil y tiene todo el sentido con la lógica de su comportamiento.
Una cita para cada ocasión
Aaron Sorkin sabe hilar escenas épicas. Los discursos y las situaciones que se pueden recuperar de esta serie son infinitos porque el tipo es hábil y brillante. Maneja la música, la conversación, los arquetipos e incluso los personajes coloridos con mucha maña, lo que hace que, si buscamos en internet, encontremos gifs y cortes por docenas. Sabe dibujar un hito y transmitirlo de forma emocionante. Hay canciones que han quedado eternamente enlazadas a sus escenas, y en El ala oeste tenemos varias de esas.
El resultado es un producto que consigue grabarse en la memoria y que nos lleva a retornar a él constantemente; con chascarrillos, con discursos, con planos exquisitos y con todo un imaginario propio del que es imposible olvidarse.
‘El ala oeste de la Casa Blanca’ está disponible en Amazon Prime Video.
Gran Angular: El legado de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ (ep. 61)
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