(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito después de ver los cuatro primeros episodios de la cuarta temporada de ‘The Crown’ y no contiene spoilers.
Que The Crown es ese objeto precioso que gozamos observando es algo evidente. A estas alturas, a nadie sorprende su factura impecable ni la gracia con la que reproducen lugares y escenas que dejan maravillado al más pintado, por lo que gran parte de la conversación que genera más allá de su primer año se centra en los hitos que narran o en los nuevos personajes y actores.
La cuarta temporada estaba llamada a ser la de Margaret Thatcher, a quien Gillian Anderson da vida de una forma notable. La actriz logra reproducir el mismo gesto con el que todos recordamos a la Primera Ministra y establece una tensión con Isabel II que hace honor a la fama que tiene su relación. Ambas están estupendas, mostrándose incómodas y distantes gran parte del tiempo y las escenas de los primeros episodios en Balmoral son perfectas: ridículas en su justa medida, cómicas, incómodas y cargadas de comentarios fuera de lugar. Pero que Gillian Anderson salga airosa del papel complicado no es inusual, dado que es una actriz de dilatada carrera que ya nos había convencido antes.
Si en los primeros tráilers todos estábamos esperando ver a Thatcher, y elucubrábamos con lo que se nos iba a presentar y nos fijábamos en cada golpe de laca, conforme avanzaban las imágenes se dio a conocer la novedad: Diana de Gales. La escenografía es tangible, medidas, datos objetivables y reproducibles, y The Crown nos tiene acostumbrados a lucirse exquisitamente en la puesta en escena, así que tampoco supo a especial novedad ver a Emma Corrin (Pennyworth) con el vestido de bodas de la princesa (lo que no restó expectación). Eso sí, con lo que no contábamos era con verla a ella, y hablo de Diana. Se pueden buscar vídeos y fotografías de entonces y encontrarlas calcadas en las escenas que vemos, la forma de colocar la cabeza y mirar desde abajo, la posición de su cuerpo, todo. Es ella. Y es distinta ante los espectadores (la prensa o incluso la familia real) que ante sus amigas o en su primera escena. Es brillante y se disfruta cada momento.
(Fuente: Netflix)
Y, con ella, The Crown muestra un cuento de hadas que nació roto. La presencia de terceras personas, de otros intereses, de buscar en un enlace cómodo la respuesta complaciente es mucho más sencilla de lo que a veces queremos oír y también más gris. La serie arrebata todo el romanticismo que pudiera quedar entre el relato de Diana Spencer y el Príncipe Carlos y muestra un sendero marcado para que una muchacha respondiera a los trucos con los que se la quería amaestrar.
Dentro de ese retrato frío, la serie se mueve más que bien, logrando darle una agilidad a la historia que permite quemar etapas rápidamente y restar algo de peso al protagonismo de Isabel II, cosa que algunas lamentamos, todo hay que decirlo. Pero se puede afirmar, sin lugar a dudas, que The Crown sigue en forma: continúa siendo esa mezcla entre folletín social, narración histórica y recuerdo político que año tras año nos embelesa ante la pantalla y paraliza nuestras vidas durante ese par de días en que consumimos cada temporada sin control.
La temporada 4 de ‘The Crown’ se estrena el 15 de noviembre en Netflix.