Logan Browning y Ashley Blaine Featherson son Samantha y Joelle. (Fuente: Netflix)
Queridos blancos (Dear White People) es una de esas series que suelen pasar desapercibidas entre el público general. Al hablar del conflicto racial, fuera de Estados Unidos los espectadores la reciben como algo que les queda muy lejano, cosa que nunca entenderé cuando no parece producirse conflicto alguno al entrar en otras historias que no tienen nada que ver con su vida ni con su entorno.
Y dentro de Estados Unidos es un tema que incomoda porque el racismo estuvo institucionalizado hasta hace muy poco. El problema persiste y hay un alto porcentaje de la población cuyas reacciones son ignorarlo, para no cargar con el peso de lo que llaman la culpa blanca, o sentirse atacados y actuar a la defensiva, algo que ocurre ante las reivindicaciones de cualquier minoría.
“Tenemos una amnesia histórica y cultural como país y como ciudadanos y creo que es algo realmente irresponsable”.
-Justin Simien.
Esta frase la dijo el creador de Queridos blancos en una entrevista en Los Angeles Times y me recordó a un segmento del Daily Show con Trevor Noah que vi la semana pasada. En él, se alertaba de que sólo el 8% de estudiantes de instituto eran capaces de identificar la esclavitud como la causa central de la Guerra de secesión. Y no sólo eso, pone como ejemplos algunos libros de primaria en los que se banaliza el tema con problemas matemáticos como: un árbol tiene 56 naranjas. Si 8 esclavos recogen el mismo número de naranjas, ¿cuántas recoge cada uno? Socorro.
Si a esta ausencia de memoria histórica le sumamos el hostil ambiente que se ha instalado con la Alt-right (la extrema derecha estadounidense), que se siente amparada por el actual gobierno y su peligroso discurso de ataque a lo políticamente correcto (y sólo sirve para validar la opresión y la discriminación en todas sus formas), el clima social es cada vez más tenso.
Fuente: Netflix.
Esta realidad política y cultural es la radiografía que plasma Queridos blancos en la Universidad de Winchester, convirtiendo el campus es una representación de la sociedad, y en el espacio de reflexión que desde el privilegio tienen como estudiantes de una de las universidades más prestigiosas del país.
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Lena Waithe hace un cameo como protagonista de ‘Prince O’ Pal-ities’.
El año pasado era Defamation, una parodia de Scandal, este año es Prince O’ Pal-ities, una de Empire. Ahora, compartiendo el espacio con el resto de estudiantes, no saben si sus compañeros son capaces de pillar la ironía, si se ríen de ellos o con ellos, y se sienten incómodos, ya no pueden disfrutarla con la misma libertad.
Fuente: Netflix.
En cuanto a la estructura narrativa, como ya hizo en la primera temporada, la segunda mantiene la acción dentro de un período de tiempo corto y centra cada episodio en la exploración de la experiencia de un personaje. En esta ocasión, la voz en off de Giancarlo Exposito nos inserta una serie de flashbacks en los que vamos conociendo la historia de Winchester, contrastando el indignante pasado racista de la institución con los conflictos que ocurren en su presente. Y nos introduce un nuevo concepto que veremos en la tercera temporada, que esperamos se anuncie más pronto que tarde.
Fuente: Netflix.
La serie, una vez más, consigue con éxito reflexionar sobre el conflicto racial a través de la experiencia única de cada uno de sus personajes, hablando de la búsqueda de su identidad como individuos con la presión añadida de cuestionarse constantemente qué papel juega ésta dentro de las necesarias luchas de su comunidad. Enfrenta a los personajes con sus propias contradicciones en un sistema que reconocen complejo y lleno de aristas y no pierde nunca de vista los claros temas de los que pretende hablar: PTSD, brutalidad policial, prejuicios, el ciberacoso, la presión de proyectar una determinada imagen o lo manipulables que somos ante ciertos discursos.
Fuente: Netflix.
Uno de los comentarios más interesantes que propone la temporada es cómo la extrema derecha se apropia del discurso de los movimientos progresistas y los tergiversa. No sólo eso, también cómo busca como aliados a representantes de los grupos oprimidos para desvirtuar así sus reivindicaciones: no somos racistas, porque esta persona que es como tú piensa como nosotros, tus reclamaciones son cosas del pasado. Para esto se centra en Rikki Carter (interpretada por una actriz que hace un cameo muy meta cuya identidad no os voy a revelar para no estropear la sorpresa), un personaje muy interesante porque no la están utilizando, es muy consciente de lo que está haciendo.
Fuente: Netflix.
Queridos blancos es una comedia satírica muy inteligente, que sabe encontrar el equilibrio entre la profundidad de los temas que le interesan y los momentos de humor; que permite a sus personajes mostrarse vulnerables y debatir con la libertad de equivocarse. Está llena de referencias a la cultura popular, tiene una banda sonora para enmarcar y una propuesta estética muy personal. Sólo son diez episodios de media hora, no os la perdáis.
Fuente: Netflix.
Las notas de Fuera de Series:
En Fuera de Series puntuamos nuestros análisis en una triple escala de 1 a 5, inspirada en la que usa Little White Lies, en función de lo deseosos que estábamos de ver la serie (“Antes”), lo que nos ha parecido viéndola (“Durante”) y las ganas de ver más y de comentarla con más gente tras hacerlo (“Después”)
Antes: 4
Me gustó mucho la primera temporada y tenía muchísimas ganas de reencontrarme con la serie.
Durante: 4
Reí y lloré. Me duró un domingo.
Después: 4
Espero ansiosa la noticia de la renovación.
Crítica: ‘Dear White People’, orgullo y prejuicios
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