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Crítica: ‘Narcos’ 3×01–05 — El agente Peña contra el cartel de Cali

Pedro Pascal se mantiene entre los protagonistas de ‘Narcos’. (Fuente: Juan Pablo Gutiérrez/Netflix)

Las dos primeras temporadas de Narcos se convirtieron, probablemente, en un pequeño e inesperado fenómeno. Aupadas por la personalidad de Pablo Escobar (Wagner Moura), sus horteras jerseys, sus “plata o plomo” e “hijueputas” y la persecución que la DEA y el ejército colombiano lanzaron contra él, muchos espectadores se engancharon a la serie gracias a la facilidad con la que Netflix permite maratonear una temporada entera.

Sin embargo, la historia de Escobar siempre tuvo fecha de caducidad. Al fin y al cabo, el jefe del cartel de Medellín fue asesinado en 1993 y su muerte no detuvo el tráfico de cocaína hasta Estados Unidos, así que, si la serie iba a continuar, tenía que variar los objetivos que investigaran el agente Javier Peña (Pedro Pascal) y sus compañeros de la DEA.

Ahí entra en juego el cartel de Cali, el principal enemigo de la organización de Escobar al principio de Narcos y quienes se quedan con su parcela del negocio a su muerte. Y también unos capos que no pueden estar más lejos de la manera en la que el de Medellín dirigía sus operaciones. Los Caballeros de Cali, como se hacen llamar, están bien conectados política y empresarialmente, no dejan rastro de los cadáveres y se comportan como ejecutivos de una multinacional. La DEA no sabe nada de ellos. Ese cambio se nota también en el arranque de la temporada de Narcos.

A partir de aquí habrá spoilers de los primeros cinco episodios de la tercera temporada de ‘Narcos’.

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Sus primeros capítulos tienen que presentarnos la nueva situación en la que se encuentra la serie. No sólo no está Escobar, sino que Javier Peña es ahora nuestro guía por toda esta historia, pues tampoco encontramos a Steve Murphy (Boyd Holbrook). Suya es la voz en off que nos introduce en el mundo de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez y de sus colaboradores más cercanos; Chepe, que se encarga de la rama estadounidense del cartel, y Pacho, su brazo ejecutor.

Cuando empieza la temporada, Gilberto está negociando la entrega de todos los cabecillas del cartel a las autoridades, a cambio de unas condenas casi simbólicas, para poder legalizar todos sus negocios y retirarse a vivir la vida, pero las cosas se les van a complicar, o no tendríamos temporada.

Para empezar, algunos de los colaboradores y de los prohombres de Cali con los que los Rodríguez tienen negocios no están muy convencidos de que esa “jubilación” vaya a funcionar, y los socios que tienen en México para mover la droga hasta Estados Unidos tampoco están muy seguros de ello. Al mismo tiempo, Peña está investigando al cartel, intentando encontrar pruebas de sus operaciones de lavado de dinero, sin saber que se está inmiscuyendo en una operación patrocinada por la CIA.

Damián Alcázar es Gilberto Rodríguez. (Fuente: Juan Pablo Gutiérrez/Netflix)

La serie nos cuenta también cómo funciona la organización, y cómo tienen controlada toda la ciudad, a través de su jefe de seguridad, Jorge, un tipo que se toma esto como un trabajo más, como su trampolín para poder montar su propia empresa de seguridad y alejarse del mundo de los Caballeros de Cali. Es el personaje que la serie intenta construir mejor al principio, mostrando su lealtad hacia Gilberto, cómo nunca va armado y cómo siempre intenta solucionar los problemas sin tener que recurrir a los tiros en la cabeza, y cómo la sucesión de acontecimientos precipitada por la detención de Gilberto en el cuarto episodio le abre los ojos a la realidad de donde esta metido: en una organización criminal violenta y repleta de gente paranoica e inestable.

Jorge va a ser importante más adelante, porque el quinto episodio termina con él contactando con los agentes de la DEA que Peña ha enviado a Cali. Es el punto de giro de una temporada que arranca con mucha calma.

Los hermanos Rodríguez son menos carismáticos que Escobar; son más serios, quieren ser más hombres de negocios, y eso puede poner a esta tercera entrega en desventaja ante las otras entregas. Sí, tienen un lado excéntrico, como las cinco esposas que Gilberto mantiene al mismo tiempo, y cuando Miguel se queda solo al frente del cartel, se desata la inseguridad y se recurre a la violencia extrema para solucionar los problemas, pero falta un poco de chispa en todo lo que vemos.

Miguel Ángel Silvestre y Kerry Bishé. (Fuente: Juan Pablo Gutiérrez/Netflix)

En ese aspecto, por ejemplo, no ayuda que Peña tenga las manos atadas la mayor parte del tiempo porque la CIA y el gobierno colombiano tienen sus propios planes para el cartel de Cali. No quieren ofrecer el mismo espectáculo que con Escobar, pero Peña no entiende que le sigan el juego a los hermanos Rodríguez. El cuarto capítulo, en el que logra atrapar a Gilberto con varios engaños simultáneos a la policía de Cali y a su personal de seguridad, es uno de los mejores de la primera mitad de la temporada.

Es necesario que la trama no se lance a tumba abierta a la persecución de los Caballeros porque los espectadores tienen que familiarizarse con un mundo distinto, con personajes con otras motivaciones. De hecho, alguien que no viera las dos primeras temporadas de Narcos podría subirse al carro en la tercera sin mayor problema, porque hay casi un reseteo completo de la serie.

Es cierto que hay personajes que apenas son un boceto en este primer tramo: el contable, interpretado por Javier Cámara, o el matrimonio formado por Miguel Ángel Silvestre y Kerry Bishé, el hombre que mueve el dinero por los paraísos fiscales y su esposa estadounidense. Peña enseguida se fija en ellos para intentar encontrar un hilo del que tirar, pero aparte de que son muy fotogénicos juntos como pareja, aportan poco más.

También faltan algunos matices en el retrato del hijo de Miguel, que quiere asumir más responsabilidades en el negocio pero no hace que meter la pata, y que cuando toma las riendas, lo hace aplicando la violencia más sangrienta de la que es capaz. Forma parte de los psicópatas del cartel, gente a la que Narcos sólo nos presenta de ese modo.

Jorge, jefe de seguridad del cartel, y Miguel Rodríguez. (Fuente: Juan Pablo Gutiérrez/Netflix)

El acoso que los Rodríguez van sufriendo de la DEA, de sus contactos en la política de Cali, de sus rivales y de las dos facciones internas que se disputan el control (la moderada de Gilberto y la más expeditiva de Miguel) empieza a presentarse en el quinto capítulo, y a partir de ahí es donde tiene que cristalizar todo lo que se ha ido presentando hasta ese momento.

También que Peña está operando sin tener aprobación oficial; no quiere que las maniobras políticas del gobierno estadounidense le impidan seguir con sus investigaciones de los carteles, pero eso añade un componente de incertidumbre, de no saber si podrá atar bien el caso contra Gilberto Rodríguez. Y de no poder garantizar la seguridad de los agentes que tiene sobre el terreno.

Narcos no ha cambiado tanto sin Pablo Escobar. Es una historia bastante convencional de policías y traficantes, poblada a veces por personajes en los que se cumple el dicho de que la realidad supera a la ficción. La presentación del cartel de Cali es eficaz, y aunque es cierto que falta carisma en sus líderes, sabe mantener el interés. Y el cuarto episodio compensa.

Si queréis espoilearos la temporada, podéis leer sobre las actividades del cartel en diversos medios colombianos.

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