Merritt Wever y Michelle Dockery, en ‘Godless’. (Fuente: Netflix)
A Scott Frank, creador de Godless, le gusta el western. De hecho, este mismo año ya había convertido en una especie de Raíces profundas crepuscular una historia de superhéroes como Logan. El guionista llevaba tiempo queriendo contar una historia que fuera una del Oeste de toda la vida, pasada por un filtro ligeramente diferente, pero no encontró el lugar para hacerlo hasta que Steven Soderbergh, en calidad de productor, le recomendó reconvertir su idea de una película en una miniserie. Y así acabó en Netflix.
Godless son siete episodios centrados en el territorio de Nuevo México, en la década de 1880. Su escenario son los pequeños pueblos en medio de ninguna parte, por los que no pasa el recién estrenado ferrocarril. Pueblos en los que los rancheros tienen que excavar a gran profundidad para conseguir agua en sus pozos, donde el viento y el polvo se cuelan por todas partes y donde siempre hay hombres sin escrúpulos que van a tomar todo lo que quieran. Les protege la ley del revólver más rápido.
El guionista ha afirmado que su intención con Godless no era hacer el western feminista que se ha intentado publicitar, sino otra cosa: “no me interesaba hacer un gran alegato feminista. No sé si tengo el derecho. Lo que quería hacer era centrarme en personajes de los que nunca se cuentan sus historias, y las mujeres son las principales ahí. Mi tema favorito es la identidad y la gente atrapada en vidas que nunca planearon. La mayoría de los personajes de esta historia encajan ahí”.
En los tres primeros capítulos de la miniserie queda muy clara esa intención. Los protagonistas de la historia son los que en los westerns clásicos habrían sido los secundarios con menos peso en la trama, pero al mismo tiempo, tira de todos los arquetipos del género y los mezcla como si estuviéramos ante una especie de Stranger Things del Salvaje Oeste menos nostálgica.
Los fans de estas películas pueden reconocer clichés que han visto anteriormente en El jinete pálido, Raíces profundas, Solo ante el peligro y, por supuesto, Sin perdón, que es un gran referente estilístico para la miniserie. Su historia gira alrededor de la rivalidad entre el legendario y sanguinario forajido Frank Griffin (un amenazador Jeff Daniels) y el pistolero Roy Goode (Jack O’Connell), que lo traiciona. Los espectadores saben que Godless acabará con el enfrentamiento definitivo entre ellos, y que en medio acabarán arrastradas las habitantes de La Belle, un poblado minero que perdió a todos sus hombres en un accidente.
Scoot McNairy interpretada al sheriff de La Belle. (Fuente: Netflix)
Ése es el aspecto más original de la serie, uno basado, además, en hechos reales. Las esposas de los mineros se quedan solas en el pueblo y se dedican a sacarlo adelante. Eso incluye pedir ofertas para vender la mina y sobrevivir a los fuera de la ley que pasen por allí. Aunque La Belle está tan apartado de todo, que ni los forajidos se molestan en desviarse de su camino.
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Estas mujeres toman las riendas de su historia, y cuando empiezan a aparecer hombres que afirman prácticamente que van a salvarlas, a algunas de ellas les huele a chamusquina. Ellas son las resolutivas del pueblo, cuyo sheriff está perdiendo la vista, y representan esos personajes que Scott Frank quería retratar.
Las viudas, los hombres de la ley a los que nadie toma en serio, los pocos afroamericanos que viven en el lugar… Ellos son los protagonistas de Godless, y el antagonista que se construye en la figura de Frank Griffin es lo suficientemente brutal (parece sacado de la narrativa de Wyatt en Westworld) y se cree tan en posesión de la verdad, que el duelo final apunta a ser algo a la altura. Porque esta miniserie es un western de toda la vida, y ésos siempre terminaban con un duelo en las calles desiertas del pueblo.
Jeff Daniels es el forajido Frank Griffin. (Fuente: Netflix)
El arranque de Godless rinde tributo a algunos de los aspectos más clásicos del género (la emboscada en el desfiladero, los caballos desbocados, el extraño que llega al pueblo y va ganándose la confianza de una familia) y, al mismo tiempo, intenta ofrecer otra visión de ellos al centrarse en personajes a los que es demasiado fácil subestimar.
Hasta otorga gran importancia a lo fácil que era que surgieran leyendas alrededor de algunas figuras importantes, a cómo se contaban los hechos a través de historias que podían ser más o menos fantasiosas. La prensa reproducía más las exageraciones de los “testigos” de algo que un recuento más o menos veraz. Como decían en El hombre que mató a Liberty Valance, “esto es el Oeste. Cuando la leyenda se convierte en hechos, imprime la leyenda”.