Joel Kinnaman es el protagonista de ‘Altered Carbon’. (Fuente: Netflix)
Es muy difícil ser original de verdad en televisión. Casi todo está ya inventado, las historias son, muchas veces, reciclajes de ideas que llevan dando vueltas prácticamente desde la época de la Grecia clásica y lo complicado es encontrar un punto de vista diferente, un enfoque fresco que justifique que se cuente esa historia.
En la ciencia ficción, hay ciertos títulos que arrojan una sombra muy larga y de la que es difícil escapar. Si se hace una historia con tintes noir, situada en una ciudad futurista llena de anuncios de neón tan grandes como rascacielos y que involucra la descarga de mentes y consciencias en cuerpos sintéticos, en complicado escapar de la influencia de Blade Runner. Hay que ofrecer algo más, ya sean personajes con carisma o una trama adictiva, un extra que permita que los espectadores no estén todo el rato pensando que Blade Runner 2049 ya hizo todo esto antes.
Ése es el gran reto al que se enfrenta Altered Carbon. Ése, y que la audiencia entienda bien un mundo que, de primeras, puede parecer demasiado farragoso. Estamos tres siglos en el futuro, en una época en la que se puede descargar la mente en unos chips especiales que garantizan la inmortalidad; si el cuerpo físico muere, se pueden utilizar otros, llamados “fundas”, en los que se instala el chip con nuestra consciencia. Un poco como el chip de los comandantes en Los 100. Así es como el millonario Laurens Bancroft ha conseguido vivir durante más de 300 años, y así es como Takeshi Kovacs vuelve a la vida.
A Kovacs se le ofrece una segunda oportunidad si investiga el asesinato de Bancroft (que presenta un clásico misterio de la habitación cerrada), pero él arrastra sus propios traumas con cada nueva funda. Y el mundo en el que vive es un lugar con una pronunciada desigualdad social; sólo los más ricos pueden permitirse utilizar las fundas y, sobre todo, utilizar unas de “buena calidad”.
El primer episodio de Altered Carbon (dirigido por un veterano de Juego de Tronos como Miguel Sapochnik, y escrito por Laeta Kalogridis) tiene la poco agradecida tarea de tener que presentar una enorme cantidad de información al espectador. El universo creado por Richard K. Morgan en el libro original es complejo, a veces innecesariamente complicado, y la serie hace lo posible para que podamos tener una idea clara de las reglas que rigen ese mundo. Hay que estar atento, pero es factible.
Ayuda que Joel Kinnaman, que interpreta la nueva versión de Kovacs, da perfectamente el tipo del hombre sin nada que perder que asume un último encargo, a regañadientes. Empieza a forjar una dinámica entretenida con una policía que lo sigue a todas partes y rinde igual de bien en las escenas de acción que en las más reflexivas. Es nuestro guía en todo este mundo, y resulta bastante efectivo.
Una imagen de ‘Altered Carbon’. (Fuente: Netflix)
El principal problema que puede tener la serie, como decimos, es esa sensación de que ya está vista. Blade Runner y Ghost in the shell son las referencias más obvias, y es probable que los aficionados al cyberpunk encuentren más. Su componente noir, con la investigación del asesinato de Bancroft, puede ser entretenida, pero no apunta a ser un dechado de originalidad, y lo que podría darle su toque diferenciador, que es la situación social y política de ese mundo, puede resultar demasiado farragoso.
‘Altered Carbon’ y el tropo de la transferencia mental en las series
La serie de Netflix será la siguiente en explorar el tema, pero ya se ha abordado varias veces en los últimos añosfueradeseries.com
Arrancar una serie de ciencia ficción siempre es difícil; la construcción del mundo es un aspecto importante para que el espectador se crea las historias y los personajes que se mueven en él, pero no puede quedarse todo sólo en eso. Y la sensación de popurrí de referencias es también un obstáculo a superar.
‘Altered Carbon’ está ya disponible en Netflix.