Teresa es la gran protagonista del final de temporada. (Fuente: RTVE)
La ficción española se ha reservado dos de sus mayores revelaciones para los meses de verano. Una ha sido El día de mañana, la miniserie de Movistar+ que entrelaza una historia de ambiciones y resistencia en los últimos años del franquismo, y la otra se ha emitido durante trece semanas en La 1, pasando demasiado desapercibida como para que alberguemos esperanzas de ver una segunda temporada. La otra mirada es más idílica y aspiracional en su retrato de los años 20 en Sevilla, pero ha acabado teniendo éxito en la evolución de sus personajes.
Ahí reside el encanto de esta serie. El mensaje feminista es muy evidente y, a través de Teresa, a veces hasta resulta demasiado obvio, pero la manera en la que han ido creciendo las alumnas y las profesoras de esta academia de señoritas lo justifica plenamente. Con María de Maeztu y Mary Wollstonecraft como guías, y una banda sonora de Fernando Velázquez digna de un Goya, La otra mirada ha trazado una historia que se queda abierta para dar un interesante salto adelante. Si se le concede esa oportunidad.
El mcguffin del embajador
Alma máter, el último episodio de la temporada, culmina prácticamente todas las líneas argumentales que se habían estado manejando hasta ahora, incluido el misterio de quién asesinó al embajador español en Portugal con el que arrancó la serie y que, realmente, no era más que un mcguffin para justificar la presencia de Teresa (Patricia López Arnaiz) en Sevilla. A la serie le ha interesado más bien poco, y se nota en que la resolución es atropellada, pero se salva porque es un golpe emocional devastador para Teresa.
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Fuente: TVE
También se queda en el aire la relación entre Ángela (Cecilia Freire) y Paula, con ese aviso escrito en una pizarra de que su secreto va a dejar de serlo. Tras el juicio por la violación de Roberta, ha sido la historia que ha aportado más drama a la serie. Ángela tiene que afrontar no sólo sus propias dudas sobre estar enamorada de otra mujer, sino la posibilidad del escarnio social y, lo que es peor, que su marido le impida ver a sus hijos nunca más. Probablemente, para el final de la temporada se ha quedado un poco estancada, con el tira y afloja constante entre su amor por sus niños y el que siente por Paula, y parecía que iba a alcanzar un punto de ruptura bastante definitivo que probablemente no vayamos a ver.
La revelación de las alumnas
Lo que sí ha terminado siendo un descubrimiento han sido las alumnas, las “niñas”, como las llama Luisa (Ana Wagener). Si al principio de La otra mirada eran las maestras las que generaban más interés, con el paso de los episodios se ha ido matizando el retrato de las jóvenes y se han construido arcos muy efectivos, como el de María Jesús y su falta de autoestima o cómo Margarita ha acabado convertida en un arma cómica infalible (Lucía Díez lleva una buena racha este año entre esta serie, Velvet Colección y La catedral del mar). Hasta la historia de amor imposible entre Flavia y Tomás Peralta ha evitado, en la medida de lo posible, los mayores clichés del género, y al final se ha transmitido una verdadera sensación de comunidad entre todas.
Algunas de las alumnas de la academia de señoritas de Sevilla. (Fuente: TVE)
Ésa ha sido una constante a lo largo de toda la temporada. Si Manuela (Macarena García) intenta ganar cierta independencia de su marido y, sobre todo, de su controladora madre, se explora al mismo tiempo que para ella no dejan de ser familia y no puede alejarse de ellos tan drásticamente. Y su historia, al mismo tiempo, permite a los guionistas explorar algunas de las convenciones sociales a las que las mujeres se veían sometidas, como la presión por tener hijos o que necesitaran la firma de un hombre para pedir un crédito en el banco.
Esa falta total de agencia personal motiva muchas de las cosas que las maestras les dicen a las alumnas, impulsándolas a pensar por sí mismas y a no quedarse sólo con lo que sus padres esperan de ellas. Por ahí es donde llega ese abierto mensaje feminista del que La otra mirada no se avergüenza (tal y como contaban dos de sus guionistas al ABC), y que no ahoga el trabajo de construcción de los personajes. Estos tampoco son el arquetipo de la mujer adelantada a su tiempo, y si empiezan ahí, como ocurre con Teresa, rápidamente van adquiriendo otros detalles.
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Una temporada de menos a más
La serie ha ido creciendo poco a poco con cada episodio y ha sido en las relaciones entre sus personajes donde ha estado su mayor punto fuerte. No sólo ha sido la amistad entre las alumnas, y cómo han aprendido unas de otras a superar momentos difíciles, sino también la dinámica entre las profesoras, que ha dejado con ganas de verlas interactuar más a menudo entre todas.
Manuela y sus padres. (Fuente: TVE)
La química entre Manuela y Teresa, las contradicciones en Luisa entre su propósito de que sus alumnas sean algo más que buenas esposas y su defensa de un concepto muy tradicional de lo que es respetable… Todas han evolucionado según aprendían a valorarse más a sí mismas y han aprendido a valorar la relación entre ellas. Y a través de sus viajes personales, la serie ha colado pinceladas de asuntos como la corrupción política en una ciudad en la que el apellido pesaba tanto como en Sevilla, por ejemplo, o cómo era todavía una rareza que hubiera mujeres que fueran a la universidad.
Por supuesto, el juicio por violación del octavo episodio se ha llevado casi toda la atención en la serie, y es de algún modo el momento en el que cristaliza todo lo que La otra mirada ha estado haciendo desde el principio, pero su labor de construcción de personajes ya queda clara desde sus primeros capítulos. Para cuando llega el decimotercero, los espectadores queremos seguir viendo a alumnas y maestras, y no sólo para comprobar cómo pueden Teresa y Roberta vivir con las revelaciones que se suceden en el episodio, y si la primera se librará de la cárcel, claro.
‘La otra mirada’ está disponible en el servicio A la carta de la web de RTVE.