Maisie Williams, como Arya Stark. (Fuente: Helen Sloan/HBO)
El adjetivo que muchos de los involucrados en Juego de tronos pronunciaron cuando se les preguntó cómo describirían su último episodio era casi siempre el mismo, agridulce. La deriva tiránica de Daenerys no era lo único a lo que se referían, pues hasta el mismo George R.R. Martin había afirmado en más de una ocasión que es así cómo tiene planeado terminar su saga literaria, con un cierre que provoque tanto pequeñas alegrías como tristezas. O esa sensación que le queda a Jon de no haber hecho lo correcto tras asesinar a la Reina Dragón, aunque emulara a Jaime Lannister con Aerys II y salvara Poniente.
En su momento, ya hablamos de cómo el final de El retorno del rey, el último libro de El Señor de los Anillos, es una gran influencia para Martin y, por ende, para David Benioff y D.B. Weiss a la hora de terminar Juego de tronos, y en pocos personajes se aprecia más claramente que en Arya Stark. La pequeña de los hermanos supervivientes ha sido, curiosamente, la que más ha seguido los pasos de Frodo Bolsón en los últimos capítulos de la serie. Ella es quien acaba con la gran amenaza sobrenatural (aquí es el Rey de la Noche, allí era Sauron) y, al igual que le ocurre al hobbit, no sabe qué hacer después. No quiere agasajos y no termina de reconocerse a sí misma. Necesita otro propósito a corto plazo, razón por la que parte a Desembarco del Rey junto con el Perro.
Pero cuando ese propósito, que es matar a Cersei, se le escapa también, ¿qué le queda? Sobrevive al horror de la destrucción de Desembarco del Rey sin poder hacer nada más que correr y esconderse; su particular conjunto de habilidades era, precisamente, lo que la humanidad necesitaba para librarse de los Caminantes Blancos, pero ahora no encuentran utilidad. Arya no se encuentra ninguna utilidad en Poniente, así que opta por la misma opción que Frodo: marcharse.
Arya se despide de Jon. (Fuente: Helen Sloan/HBO)
Al fin y al cabo, la joven ya partió anteriormente rumbo a un destino desconocido cuando, al final de la cuarta temporada, se subió a un barco que la llevó a Braavos y la situó en el camino de los Hombres sin Rostro. Ese mismo anonimato es el que busca yéndose al oeste de Poniente. En su interior hay un vacío desde la batalla de Invernalia que no es capaz de llenar de ninguna otra manera, como si hubiera estado cargando el Anillo Único durante toda la serie.
Porque el destino de Frodo es, también, abandonar su hogar, en su caso para siempre. Haber llevado consigo el arma de Sauron para dominar las almas, y haber luchado para resistir la tentación de usarlo y entregarse al Señor Oscuro, lo cambia para siempre. Ya no es la misma persona que abandonó la Comarca dispuesto a vivir una aventura y la melancolía acaba siendo el estado en el que vive cuando regresa una casa que deja de reconocer como suya.
La única salida posible para Frodo es marcharse a los Puertos Grises con los elfos y abandonar la Tierra Media para siempre. Él y Arya sienten que ser los héroes de la historia los ha convertido en personas demasiado distintas a quienes eran, personas que no pueden quedarse en lugares a los que sienten que ya no pertenecen, lugares que han visto arrasados. La sombra de la guerra jamás va a abandonarlos.
P.D.: Dicho todo esto, hay un spin-off de Arya viviendo aventuras y “desfaciendo entuertos” en sus viajes que quiero ver ya mismo.
Crítica: ‘Juego de tronos’ 8×06 — ‘El trono de hierro’
Un final que nos mueve entre la alegría y la tristeza, entre el hielo y el fuegofueradeseries.com