Zoë Kravitz es la Rob de la serie. (Fuente: Hulu)
Esta crítica se ha escrito tras ver los cuatro primeros episodios de ‘High Fidelity’ y no contiene spoilers.
Adaptar a televisión una película se está convirtiendo en uno de los recursos más comunes para que los catálogos de las plataformas de streaming tengan constantemente nuevos estrenos. Disney+ es una de las que más se ha entregado a esa práctica, aunque luego algunos de esos proyectos hayan acabado en Hulu, la “pata adulta” del negocio del VOD en la casa de Mickey Mouse. Le pasó a Love, Victor acompañada de una intensa (y justificada) controversia y le pasó a esta High Fidelity que reimagina el libro original de Nick Hornby y la película de Stephen Frears posterior.
Viendo la serie, que Starzplay estrena hoy, lo que sorprende es que alguien creyera que tendría acomodo en una Disney+ casi translúcida de lo blanca e inofensiva que es, porque hay palabrotas, hay sexo y hay gente que pasa ampliamente de los 30 (y ni un solo adolescente a la vista). Con Hornby involucrado en que esta nueva traslación a imágenes de su libro ofreciera algo diferente, los responsables de la serie decidieron actualizarlo no por el lado más fácil de creer (¡oh, han cambiado al protagonista blanco 100% hetero por una mujer birracial 90% hetero!), sino analizando de verdad cómo es Rob.
Y la conclusión a la que llegan es que Rob es gilipollas.
Pero volvamos un poco hacia atrás. Alta fidelidad es, junto con Fiebre en las gradas, una historia en la que el escritor británico pone a hombres adultos con fijaciones juveniles (la música en uno, el Arsenal en el otro) ante relaciones sentimentales que requieren de ellos que dejen de mirarse el ombligo. La película de Frears mantenía esa descripción de personaje porque, además, encajaba en un arquetipo determinado de melómano (o de fan, en realidad): el snob que cree que solo lo que a él le gusta es cool, que considera que únicamente las grabaciones en vinilo merecen perdurar, que hace que todo gire a su alrededor.
(Fuente: Hulu)
Al mismo tiempo, es un arquetipo del que es muy sencillo hacer bromas y desmontarlo. ¿Qué hay debajo de esa actitud? O de frases como la famosa “¿escuchaba música pop porque estaba deprimido, o estaba deprimido porque escuchaba música pop?” Encontrar la respuesta a esa pregunta es lo que interesa a esta High Fidelity que cuenta con Zoë Kravitz como principal fuerza impulsora, tanto delante como detrás de las cámaras.
La actriz, hasta ahora, había ido encadenando papeles más o menos secundarios en megaproducciones de Hollywood o en series de prestigio como Big Little Lies, y ésta es su mejor oportunidad para brillar como protagonista. Y vaya sí lo hace. Su conversación constante con la cámara no se queda solo en el homenaje a la película, pues es quizás de lo más recordado del trabajo de John Cusack, sino que permite que conozcamos mejor a su Rob, alguien mucho más insegura de lo que transmiten sus camisetas de grupos molones y su chaqueta de cuero.
El motor de la película era ver cómo Rob recorría su top 5 de rupturas más dolorosas para entender por qué lo había dejado su última novia, y en la serie es solo una parte más del viaje de su protagonista. Ella está deseando que le digan que no es culpa suya estar cómo está ahora. Evidentemente, está engañándose.
Pero aunque parece que Kravitz domina toda la serie, lo cierto es que esta va encontrando hueco para secundarios como los dos empleados de su tienda de discos y, especialmente, Cherise, de quien se ofrecen poco a poco pinceladas que provocan que lamentemos la cancelación de la serie porque el plan para la segunda temporada era que ella asumiera el centro de la narración. La relación entre los tres se convierte en uno de los aspectos más entretenidos de High Fidelity.
El otro es ver cómo se desmonta el arquetipo cool de Rob y, de paso, los clichés de muchas comedias románticas. El protagonista no es guay por tener esas opiniones ex catedra, al contrario, resulta irritante, así que la serie se dedica a que el personaje de Kravitz se dé de frente con todas sus mezquindades y sus miedos. Y lo hace, de paso, dejando momentos humorísticos que provienen del contraste entre sus calmados diálogos a cámara y la realidad del momento.
High Fidelity cuenta con una actriz principal que derrocha carisma, una banda sonora de ensueño (por supuesto, más cuando Questlove, de The Roots, es su asesor en ese aspecto), unos secundarios que se van ganando nuestro cariño casi sin que nos demos cuenta y un punto de vista muy claro sobre cómo han cambiado las relaciones sentimentales desde los tiempos de la novela (1995) y de la película (2000), y cómo se han mantenido básicamente igual. Es el amor moderno al que cantaba David Bowie en 1983.
Eso sí: ¿cuál es vuestro top 10 de canciones para superar una ruptura? Para superarla no, pero para ponerla en perspectiva y echarnos unas risas, y para eliminar cualquier posible factor cool, yo incluiría sin dudarlo la versión de Weezer de Lost in the woods, de la banda sonora de Frozen 2. Ya está bien de ponernos intensos.
‘High Fidelity’ está disponible en Starzplay.
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