Claes Bang, como Drácula. (Fuente: BBC/Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver la miniserie completa.
El Conde Drácula. El vampiro. El no muerto. Revisitar al quizás más grande mito del terror, tomando como base la novela de Bram Stoker, es tarea compleja y arriesgada. Si bien se ha hecho a lo largo del cine incontables veces, los resultados son variopintos y, muchas veces, caen en el olvido.
Desde obras maestras como el Nosferatu de Murnau, hasta comedias impagables como Lo que hacemos en las sombras, la mitología del vampiro ha sufrido cambios y modificaciones en pos de la novedad, porque para clásico ya tenemos la novela original, y calcarla a la hora de llevarla a una producción audiovisual hubiera sido erróneo y falto de interés. Me resulta mucho más atractivo deslizar la tapa del ataúd y ver qué me propone Drácula, una y otra vez porque para eso es inmortal, cuando anochece.
Steven Moffat y Mark Gatiss no sólo han dado un giro de tuerca a la historia del noble transilvano, sino que han abordado la obra original con varios toques “importados” de las muchas adaptaciones del vampiro, como ente, encarnado en la figura del conde.
El tono salvaje de la sangre (La adicción, de Ferrara), una sexualidad patente (Entrevista con el vampiro, de Neil Jordan), la elegancia decimonónica de la Hammer (Drácula, de Fisher), el desafío religioso (Réquiem por un vampiro, de Rollin), el sentido del humor un tanto procaz (El baile de los vampiros, de Polanski), la adaptación al mundo moderno (Sólo los amantes sobreviven, de Jarmusch) o el drama de la soledad que todo no muerto entraña en su no vida (Nosferatu, vampiro de la noche, de Herzog), son los ingredientes del cóctel sangriento que ambos creadores, junto con Jonny Campbell, Paul McGuigan y Damon Thomas (como directores), imprimen a la miniserie de la BBC y Netflix.
(Fuente: BBC/Netflix)
Dividida en tres capítulos claramente diferenciados en pos de la narrativa, Drácula nos oferta un planteamiento, nudo y desenlace bien construidos. A saber: El primer capítulo se desarrolla íntegramente en el este de Europa, entre un convento húngaro donde conocemos a la hermana Agatha (excepcional la actriz Dolly Wells) y a Mina (Morfydd Clark) realizando un interrogatorio a Jonathan Harke (John Hefferman) cuando logra escapar de su visita de negocios del castillo del conde Drácula (igualmente excepcional el actor danés Claes Bang) en Rumanía. A través de una analepsis continuada en la que los personajes protagonistas, Bang y Wells, tejen la relación que será la marca de la miniserie, conocemos los entresijos de la caída en desgracia de Harker, el interés del transilvano por Inglaterra y la presentación del mito del vampiro en sus habilidades y debilidades. Y que nos prepara para el segundo asalto, el nudo.
El segundo capítulo se desarrolla por completo en el Demeter, el navío que traslada al conde desde su Transilvania natal a Inglaterra para hacerse cargo de la abadía de Carfax, cerca de Londres. Como en la novela, el ansia de sangre del vampiro infecta el barco y su tripulación. Un variopinto grupo de pasajeros y un más variopinto grupo de marineros son objeto de su crueldad (no sólo el hambre es el móvil de Drácula, sino la capacidad de absorber conocimiento y habilidades a través de su ingesta).
Diseñado como un misterio de asesinatos (un Cluedo muy peculiar), la trama va desenrollándose hasta que aparece de nuevo la hermana Agatha y un nuevo giro alumbra la narración. El pasaje y la marinería desvelan el misterio, se conjuran contra el asesino y urden un plan para acabar con él, pero nuestro Drácula es ahora quien juega su mayor y mejor baza: la invulnerabilidad. El Demeter y el océano se alían para que el vampiro descanse. No en paz, y no para siempre, sólo durante 123 años.
Inglaterra, en la actualidad. Tercer capítulo: el desenlace. Drácula desembarca en el siglo XXI, pero también la hermana Agatha (o eso parece), y los personajes secundarios tradicionales: Lucy Westenra (Lydia West), Quincey P. Morris (Phil Dunster) y Jack Seward (Matthew Beard). Una fundación científica llamada Harker, unos descendientes calcados a sus antepasados y un abogado al que se echaba de menos, Renfield (interpretado por el propio Mark Gatiss), completan el círculo. Es cuando Drácula, aparentemente por fin, se desvela ante nosotros, con grandes conversaciones sobre la naturaleza y ciencia del vampirismo o divertidos diálogos sobre el feminismo e internet (incluida la wifi).
La miniserie de Moffat y Gatiss nos lleva, por un lado, al terror clásico: goticismo, un castillo laberíntico y tenebroso, la transformación en animales, gouls, metamorfosis horripilantes y subyugaciones gracias a la dictadura de la sangre; pero también nos traslada a un convento extrañamente divertido (se acordarán de esto cuando vean la escena en la entrada del mismo, con una reja entre Bang y Wells), una monja descreída y deslenguada a partes iguales (“Como muchas mujeres, estoy atrapada en un matrimonio sin amor, manteniendo apariencias por el bien de tener un techo sobre mi cabeza”) o reproches que nunca imaginarías saliendo de la boca de un noble transilvano (“Es usted un monstruo, conde. Y tú abogado. Nadie es perfecto”).
Una montaña rusa entre clasicismo y modernidad. Así es el Drácula que hoy nos trae aquí; pero lleno de audacia y de giros inesperados (sean personajes o partes de la trama), con frescura, pero sin desmerecer al personaje creado por Stoker. Si a eso le sumamos un Drácula sexy, lenguaraz y con un punto sádico, y le enfrentamos a una monja (su gran némesis) audaz, divertida y ciertamente encantadora, nos encontramos con una adaptación que quizás no complazca a los amantes de la ortodoxia, pero que dejará huella. Sin duda.
“¿Por qué quieres ir a Inglaterra? Por esa gente tan sofisticada e inteligente. Llevo años diciendo que eres lo que comes”.
‘Drácula’ está disponible en Netflix.
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Esta nueva serie, coproducida entre BBC y Netflix, llegará en enero a la plataformafueradeseries.com