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Crítica: ‘El nombre de la rosa’ al servicio del entretenimiento

(Fuente: Fabio Lovino)

Esta crítica se ha escrito tras ver el primer episodio y no contiene spoilers.

El nombre de la rosa llega a la televisión. La célebre novela del medievalista y doctor en semiología Umberto Eco ya tuvo una, igual de célebre, adaptación al cine en 1986 dirigida por Jean-Jacques Annaud, donde un imberbe Christian Slater, en el papel de Adso, dio su salto a la fama y en la que Sean Connery, como Guillermo de Baskerville, fraguaría uno de sus mejores papeles. Si bien la crítica no fue demasiado generosa con la película, ésta fue un éxito en taquilla; el thriller medieval, trufado de simbología, ocultismo, herejías y con un acertado y exhaustivo retrato social no era fácil de condensar en una película de poco más de dos horas.

La miniserie, una coproducción de RAI Fiction, Palomar y Tele München Group, que se estrenó ayer en La 1, encaró el mismo reto con un inmenso presupuesto(26 millones de euros), un director experimentado, Giacomo Battiato, un equipo solvente de guionistas (Nigel Williams, Andrea Porporati y el propio Battiato) y un elenco internacional potente: John Turturro, Rupert Everett, Greta Scarano, Michael Emerson y James Cosmo, entre otros.

A lo largo de ocho capítulos de 50 minutos y rodada en siete localizaciones (sólo cuatro corresponden a la abadía y sus subterráneos), la miniserie intentará trasladarnos al ambiente creado en el libro y sumirnos en esa trama detectivesca pero, por lo visto en su inicio, carece de profundidad en aspectos cruciales de la novela. La adaptación, en este caso, opta por una expansión del universo donde algunas incorporaciones adolecen de recorrido y algunas exclusiones no sólo no se entienden, sino que no están justificadas.

(Fuente: Fabio Lovino)

Año 1327. Adso de Melk (Damian Hardung), hijo de un noble al servicio del emperador Ludovico, abandona el oficio de las armas para convertirse en novicio benedictino. Al poco, toma como maestro al franciscano Guillermo de Baskerville (John Turturro) para encaminarse a una solitaria y remota abadía benedictina enclavada en los Alpes, famosa por poseer la biblioteca más importante y nutrida de la cristiandad. En el trayecto, Adso conoce a la niña (Nina Fotaras), una joven que despertará en el novicio el amor de juventud.

En la abadía se unirán a otros franciscanos para debatir con una delegación del Papa Juan XXII la posibilidad de que la “pobreza espiritual” sea declarada una herejía. Esta corriente está promovida y defendida por una rama franciscana llamada los espirituales y que, según la delegación papal, está enraizada en una herejía denominada los dulcinistas, a la que se erradicó mediante la declaración de una cruzada. Esta doctrina ataca la pompa y el lujo que defiende la jerarquía eclesiástica auspiciada por el papado.

Guillermo de Baskerville es conocido por su cultura y perspicacia (trasunto entre Guillermo de Ockham y Sherlock Holmes, como reconoció el propio Eco), y también por abandonar tiempo atrás su papel de inquisidor al ver las atrocidades que la Iglesia, en nombre de Dios, era capaz de hacer. A su llegada a la abadía les recibe el abad Abbassano da Fossanova (Michael Emerson), que le anuncia la llegada de los delegados del Papa, encabezados por el inquisidor papal Bernardo Gui (Ruppert Everett). La relación entre Guillermo y Bernardo viene de largo: antagonistas y rivales en fondo y forma.

Quienes estén familiarizados con el material de partida saben que, al poco, un suceso horrible acaece: uno de los monjes del scriptorium aparece muerto, y las pesquisas iniciales apuntan a un suicidio. El abad pide a Guillermo que investigue los hechos, y los hechos apuntan a la biblioteca. Sin embargo, el acceso a la biblioteca está restringido y sólo pueden acceder a ella Jorge de Burgos (James Cosmo) y el hermano Malaquías (Richard Sammel). Cuando Guillermo y Adso logran entrar en ella descubren un laberinto formado por celdas octogonales donde es imposible orientarse. Cuatro muertes de otros tantos monjes más se suceden día tras día: algunos monjes evocan las trompetas del apocalipsis para justificarlos.

(Fuente: Fabio Lovino)

La miniserie es convincente, pero en absoluto complicada. Desde el guión se apuesta por un producto entretenido, rítmico y con los elementos propios de un thriller. Su arranque propone, además de la presentación, un punto de inflexión donde el drama impera por encima del misterio. Aquello de que el detective, antes de acertar, ha de equivocarse varias veces, sumiéndole en el desconcierto. Elude el contexto político, tan relevante en la novela, y el conflicto entre religión y poder.

Parece que va a perder el juego que presenta y dispone Eco en su novela original: la numerología, los acertijos, el ocultismo, el trasfondo entre la luz y la oscuridad, el conservadurismo contra el aperturismo o (el más importante) simbolismo que alberga el libro como vehículo del saber y del poder. El nombre de la rosa no defrauda si la abordas como una historia de detectives al más puro estilo de Arthur Conan Doyle. Aderezada, eso sí, con los elementos de la novela, pero superficialmente. Sin más.

‘El nombre de la rosa’ se estrena en La 1 esta noche, a las 22:05 h.

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