Este artículo se ha escrito tras ver la temporada completa y contiene spoilers.
La fórmula épica (o aparentemente épica) le está dando buenos resultados a Netflix. Ya sea replicando (Vikingos) o cocreando (The Last Kingdom); las andanzas del hijo pródigo que regresa al hogar en busca de explicaciones y reconocimientos, ambientada en una época histórica donde la historiografía o no es abundante o es confusa, y lo que le sumamos dosis de amoríos, sexo e infidelidades parecen ser las tres patas del taburete que engendran productos así. Es prácticamente la misma fórmula que usa para Bárbaros, llevándonos a los albores del siglo I de nuestra era, en lo que posteriormente se llamó Germania.
La miniserie nos traslada a la conquista romana de Germania donde convivían una pléyade de tribus independientes que, si bien es cierto que compartían costumbres, dioses y fórmulas políticas, eran sumamente belicosas incluso entre sí y esa división era el caldo de cultivo perfecto para que un ejército como el romano actuara casi a sus anchas. Poco antes del año 9 un germano educado en Roma, Arminio, regresa a su hogar natal, une a las tribus bajo un mando único y derrota a los romanos en una contienda que pasó a la historia, la batalla de los bosques de Teotoburgo. La derrota supuso casi la aniquilación de tres legiones romanas, la pérdida de sus águilas (toda una afrenta en el honor romano) y una humillación que perduró como una de las más capitales que recordarán posteriormente los anales de la ciudad eterna.
Hasta aquí, la historia más o menos como es. Y es encomiable que una producción de estas características quiera acercarnos una parte de la Historia antigua. A priori, el producto es atractivo. Los romanos interpretan en latín y los germanos en una suerte de dialectos proto alemanes, el diseño de producción está conseguido (porque hay producciones de época que parece que son los carnavales de Cádiz), las armas son las que usaban… Sin embargo, cuando conoces el planteamiento y desenlace de una historia, tienes que procurar que el nudo sea muy atractivo, que esa gran parte de la narración te mantenga pegado al sillón, que desees seguir viéndola a pesar de saber cuál es el final. Que te atrape, en definitiva, para sumergirte en las historias de los personajes y sus conflictos. Bárbaros no lo consigue.
Al margen de las licencias que se toman los guionistas con la historia y con la Historia (la protagonista como líder militar, la definición de bárbaro, las cifras de fuerzas enfrentadas en la batalla final, el maniqueísmo de los bandos), o el tono superhéroe de algunos de los germanos (lo que resulta pueril e irritante) la historia que nos propone, sin ser un alarde de originalidad, y aun estando basado en ciertos aspectos reales, tiene pocas aristas; y las que tiene, más allá de la previsibilidad presente en cada conflicto, resultan si no infantiles, casi.
(Fuente: Netflix)
Bárbaros nos lleva un status quo de paz tensa al sur del Rin entre las tribus germánicas (brutescos, catos, queruscos) y Roma. El aumento de los tributos que exige el Imperio en nombre del cónsul Publio Quintilio Varo enerva a los germanos que se ven obligados a pagar. Sin embargo, Thusnelda (Jeanne Goursaud), hija de un consejero de uno de los reiks (líderes de cada clan o tribu), decide unirse a su enamorado Folkwin Wolfspeer (David Schütter) para robar el águila de la legión del campamento romano. La afrenta tiene respuesta inmediata y los romanos exigen su devolución con castigos sumarísimos de por medio.
Pero los germanos se niegan a entregar a los autores del robo. Es entonces cuando aparece Arminio (Laurence Rupp), querusco de nacimiento y que tiempo atrás fue dado como rehén a los romanos. Su estancia en Roma le ha convertido en ciudadano romano, a punto de ser nombrado caballero y, para colmo, adoptado como hijo por Varo. La llegada de Arminio en su tribu natal despierta una serie de conflictos que van desde el amor por Thusnelda, el asalto al poder como reik de reiks y la consiguiente unión de los germanos en contra de Roma.
A diferencia de Vikingos o The Last Kingdom, donde se juega con una mayor amplitud de tramas y subtramas, Bárbaros es llana, sin apenas giros en guion y con un acartonamiento más que evidente en las interpretaciones. La miniserie consta de seis capítulos de unos 45 minutos cada uno, pero aun con todo, se hace larga, porque la narrativa no hace sino girar en torno a sí misma; las analepsis, que bien hubieran podido alimentar la historia de Arminio en su vida romana, son escasas en número y contenido; las interpretaciones no son creíbles y, aunque buscan la intención de calar, son forzadas, en algunos casos, y ausentes, en otros tantos. El guion, empeñado en una épica a ultranza, resaltando las virtudes germanas y denostando las romanas, nos transporta a una senda casi infantil.
La sensación que te deja Bárbaros es la de “un quiero y no puedo”; aunque puede que esté equivocado y realmente podían, pero no lo consiguieron. Netflix no acierta con esta producción ni en el fondo ni en la forma.
‘Bárbaros’ está disponible en Netflix.
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