Eduard Fernández tiene gancho. (Fuente: HBO España)
No imaginaba, ni por lo más remoto, el puñetazo que 30 monedas estaba a punto de propinarme. El título no presagiaba sorpresas, de acuerdo, pero lo que yo anticipaba como un episodio de transición se ha convertido en una revelación: y es que el velo se cae paulatinamente durante todo su recorrido, mostrando parte del plan maestro al que Vergara, y por ende todo su círculo, se enfrentarán en los próximos cuatro capítulos. Este episodio era necesario para sacarnos del estupor al que nos hemos visto sumidos en lo que va de serie, para así saber más de la conspiración cainita de la que solo nos habían mostrado pinceladas. Recuerdos nos propone un viaje al pasado y al conflicto.
El comienzo del capítulo es del todo apabullante. En esa búsqueda recurrente de las monedas de Judas, la llegada a esa catedral subterránea, donde un cristo inmenso boca abajo alberga en uno de sus ojos otra de las monedas de marras (a mí me recordó a la escena del descenso de El exorcista: el comienzo) es, hasta la fecha, el mejor inicio de todos (y los hay potentes). Un breve respiro nos lleva a Pedraza, donde el pueblo, por iniciativa de Paco, hace una colecta para asumir los costes de los destrozos provocados por el incendio en casa de Elena. Mientras, Vergara decide viajar a Roma, y a base de analepsis, la narración nos lleva a unos jóvenes Vergara, Fabio Santoro/Cardenal Petruccelli (Manolo Solo) y Sandro (Leonardo Nigro), cuando en El Vaticano, treinta años atrás, asistían a clases sobre exorcismos, impartidas por Lombardi (Luigi Diberti).
A partir de aquí entramos en una dinámica donde comparten protagonismo Pedraza y Roma. En el pueblo segoviano, Elena, cansada del mutismo al que se ve obligada, decide recomponer su vida yéndose. Para ello recurre a Roque, aceptando n viaje a París. Paco, por su parte, cada vez más presionado por Merche para que aleje del pueblo a Vergara y a la propia Elena, se ve atrapado en su propia indecisión. En Roma, Vergara acude a sus recuerdos y nos desvela que Fabio es el anfitrión del mensajero del maligno, llamado Angelo (Cosimo Fusco), quien le provocó la cicatriz que aún sigue abierta cuando es forzado a escoger entre el bien y el mal; la escena de los tres sacerdotes frente a Angelo, en un contenedor aséptico en mitad de ningún sitio, con una puerta que accede al conocimiento perverso, con diálogos tan brillantes como delirantes, es de lo mejor de la serie hasta la fecha.
En la espiral que acontece desde ese momento, Vergara, en la actualidad, acude a Sandro y Lombardi; necesita información y ayuda, y ambos se la brindan, pero la de Lombardi será capital cuando le consigue una cita con el mismo Papa. En Pedraza, el desbocamiento sigue su curso. Elena decide irse con Roque a París, Paco sigue sumido en sus indecisiones, Antoñito ejerce como augur desde su silla de ruedas… Y de pronto, un espantapájaros en mitad del campo cobra vida. Y de pronto, Vergara logra una audiencia con el Santo Padre.
Un nuevo arco gobierna este capítulo de 30 monedas, dándole un giro inesperado, que aúna una narrativa poderosa conjugada con escenas igualmente poderosas. Hay un poso de solemnidad necesaria y es que Roma y la conspiración de marras lo exigen. Los conflictos que atesora y despliega el episodio, las revelaciones en la ciudad eterna y los viajes del padre Vergara invitan a intuir que Recuerdos es el entremés necesario para el desencadenamiento del infierno que asolará Pedraza, y a todos con él.
Imperdible.