(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de ‘Love, Death & Robots’ y no contiene spoilers.
En el verano de 2014 corrió como la pólvora un metraje de prueba de lo que después se convertiría en el Deadpool de FOX. El estudio responsable de las imágenes CGI filtradas era Blur Studio, cuyo fundador, Tim Miller, atrajo todos los focos dirigiendo la película del mercenario bocazas de la Marvel. Cuando Netflix anunció que el estadounidense (junto a su equipo) estaría detrás de una serie animada antológica que prometía sexo, violencia y desmadres tecnológicos, las bocas comenzaron a abrirse. David Fincher acompañaría a Miller en la producción ejecutiva, añadió la plataforma. Las mandíbulas impactaron contra el suelo.
El potencial de Love, Death & Robots es difícil de negar. Si el neo-noir fincheresco era capaz de contaminar la acción estrafalaria de Miller, Netflix podía tener un cóctel explosivo entre manos. Una vez vistos los 18 episodios independientes que componen la serie, sin embargo, es inevitable que el sabor que queda sea amargo.
En las casi cuatro horas de contenido total, se asoman a la pantalla robots, espíritus demoníacos, hombres lobo, civilizaciones en miniatura, versiones alternativas de Hitler… Love, Death & Robots es un verdadero desfile de rarezas, pero su praxis conservadora no está a la altura del culto a la extravagancia que destilaba la idea inicial.
La serie viaja de un extremo a otro del espectro de la animación según avanzan los episodios, abordando una cantidad encomiable de estilos distintos (que, solo en sentido museístico, ya hacen que merezca la pena el visionado). De aquí se desprende una voluntad de empujar los límites del medio para plantear, mejor o peor, hasta dónde estamos dispuestos a llevar la animación como una herramienta de representación de según qué realidades; de hecho, uno de los cortos se apoya en gran parte en la imagen real. De ahí que algunos episodios, como el duodécimo (Noche de criaturas marinas), sean más una atracción visual que un relato sólido.
(Fuente: Netflix)
Está claro que esta exploración del medio animado no es equitativa: Blur Studio, la compañía de Miller, repite como autora de varios episodios y marca una norma de animación digital fotorrealista (al estilo del videojuego de superproducción o AAA) que condiciona el resto de paletas desplegadas. De hecho, Call of Duty y derivados aparecen como influencias en más ocasiones de las que uno desearía. La romantización de la guerra moderna, la exaltación del patriotismo norteamericano, el placer estético encontrado en la explosión por la explosión, dibujan un cierto patrón.
Miller, como cabeza del proyecto, maneja claros referentes de género como Star Trek o el anime seinen; pero los reflejos videojueguiles están ahí, y vienen incluso de rarezas como Portal. El episodio número diez, Metamorfosis, es uno de los ejemplos más densos en herencia machacabotones de Love, Death & Robots. El relato, que coloca a unos licántropos en el conflicto de Afganistán, busca una estética concreta de juego AAA bélico. Una estética que, además, responde a una ética de efecto patriótico en contextos como este: el travelling como mecanismo de identificación, como artilugio para la necesaria identidad jugador-personaje de los videojuegos y que también se advierte aquí.
Abstracción o torpeza
Los cuentos que componen Love, Death & Robots (muchos de ellos, de hecho, basados en relatos escritos preexistentes) cubren una amplia variedad de temas, que a menudo inciden en un imaginario folclórico estadounidense de banjo y granja. Algunos episodios, como el espacial Mano amiga, abren arcos poco atrevidos que son incapaces de cerrar con dignidad en un formato tan reducido; otros, como Zima Blue, que se desvían de la zona de confort, plantean una abstracción que parece más un producto de una mala ejecución del plan inicial que una intención verdadera. Y eso, aunque no sea necesariamente malo, es decepcionante.
(Fuente: Netflix)
Miller, además, no es un novato en el formato reducido: estuvo nominado al Oscar al mejor cortometraje animado como escritor y productor ejecutivo de Gopher Broke. Sin embargo, la sensación que deja Love, Death & Robots una vez acabada es de inconsistencia; de haber servido de contenedor para una miscelánea animada que unas veces está a la altura y otras (muchas), no. Si hay alguna línea editorial que justifique la inclusión de todos y cada uno de los cortometrajes en la antología, la serie fracasa en hacerla patente.
No se puede negar que sería refrescante encontrar más propuestas como esta en el catálogo de la Gran N Roja. El amor, la muerte y los robots, tratados con enfoques y formatos así de renovadores, no suelen prosperar por estos lares. Sin embargo, desde una perspectiva más micro, un proyecto mediocre con la firma de dos figuras como Miller y Fincher no deja de ser una decepción. Además, tampoco salen tantos robots.
‘Love, Death & Robots’ se encuentra disponible bajo demanda en Netflix.