La serie sigue la estela de la película ‘Skate Kitchen’. (Fuente: HBO)
Esta crítica se ha escrito tras ver el primer episodio de ‘Betty’ y no contiene spoilers.
Hacer skate mola. Corrijo: es cosa de gente que mola. Lo de acelerar los rodamientos atornillados a una tabla para hacerla saltar por los aires es el abecé de la mecánica; los que molan son los skaters, máxime por ser eso, skaters, y no patinadores. El inglés nos resulta extraño y ellos, exóticos e incomprensibles. Su tribu habla otro idioma, uno hecho de piruetas, deslizamientos y frenazos y que habla también Betty, la nueva serie de HBO, que se ve como se mira cualquier fenómeno extraordinario en estos tiempos incapaces: uno observa, no entiende cómo puede ser posible y aplaude.
El espanto que produce ver a alguien subirse a un madero y desafiar a la gravedad, a la suerte y a los límites del cuerpo humano, eficiente en el día a día pero justito para las hazañas, sustenta la vocación documental de Betty como lo hacía con Skate Kitchen, una película de linaje neorrealista sobre ser mujer y skater en Nueva York cuyo testigo recoge la serie. Las chicas protagonistas, que no se interpretan a sí mismas pero insuflan a los personajes la realidad de su extrema rutina habitual, son las musas de Crystal Moselle, que escribió y dirigió la cinta, y hace lo propio con la serie.
En la primera media hora de la serie se advierten cuestiones que prometen apuntalar la crónica cotidiana de esta joven pandilla, la mayoría de ellas puestas en órbita alrededor del asunto del género como un marcador inevitable en un ambiente sobre el que, al menos en apariencia, se abate la sombra de referentes principalmente masculinos. Sin embargo, y pese a la insistencia nunca demasiado evidente de Moselle en que reparemos en los obstáculos que las chavalas encuentran solo por el hecho de ser mujeres, la línea feminista no es el único prisma interesante desde el que escrutar Betty.
Si algo se queda conmigo después de un primer acercamiento cálido, pero sin toda la digestión formal que el asunto del patinaje permite (In the 90s, miope en temas de género, me interesa más en ese aspecto), es el movimiento: el ir y venir de los cuerpos, tan unidos a las tablas como a sus brazos o sus cabezas, que centellean sobre el asfalto atorado del centro neoyorquino. Seguirlos con la mirada parece tan complicado como hacerlo con la cámara a medida que las skaters fintan coches y viandantes, rompiendo con los usos prescritos para el espacio urbano y ejecutando una danza emancipadora, de un individualismo feroz.
Esos cuerpos, unos cuerpos eminentemente modernos (indiferentes, cosmopolitas y registrados por el embrujo de una cámara), cartografían la ciudad de ciudades con su surfeo, y lo hacen desde una perspectiva refrescante. La vocación documental de la serie, de nuevo, palia la falta de intrepidez narrativa; trocando los resortes institucionales de la ambición dramática por la justa conquista del relato, el asalto de las experiencias urbanas visibles y la reescritura del canon. Somos chicas y la ciudad es nuestra.
La primera temporada de ‘Betty’ está disponible todos los sábados en HBO España.
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