Todo queda en casa. (Fuente: Netflix)
El cine de autor, exponía el periodista Pedro Vallín en la presentación de su libro ¡Me cago en Godard!, es una apropiación burguesa de un arte originalmente plebeyo que nació para entretener, emocionar y dar solaz a las masas, y no para alimentar fantasías demiurgicas de creadores individuales, a menudo proclives a instaurar dictadura. Pensemos en eso antes de encargar otra serie confinada.
En aquel personalismo ha incurrido también Hecho en casa (o Homemade), la apuesta por la creación entre cuatro paredes de Netflix, que no quiso perderse la fiesta a la que, solo en España, ya se habían apuntado HBO y Amazon Prime Video. El producto confinado de TVE, Diarios de la cuarentena, es distinto: apareció en un momento crucial, obedecía a propósitos más nobles y la narrativa que lo atravesaba era de colectividad, colaboración y contacto, tan añorado estos días. Que lo de Álvaro Fernández-Armero y David Marqués fue una prestación pública de carácter emocional, como los aplausos de las ocho o las redes vecinales de ayuda, mientras que las colecciones de cortos sirvieron únicamente para desfogar el priapismo del artisteo es algo que, si bien no merece crítica, tampoco puede negarse.
Hecho en casa recopila cortometrajes de lo más variopinto firmados por cineastas de todas las puntas del mundo, como Naomi Kawase, Johnny Ma, Paolo Sorrentino, Ladj Ly, Ana Lily Ampour, Antonio Campos o David Mackenzie. Siguiendo la tradición, todos ellos se han inspirado en el encierro (que, como aprendemos con el visionado, se ha personado de muy distintas maneras alrededor del globo) para contar escuetas historias. Sin nada nuevo bajo el sol, resulta que los cortos de Netflix son en general buenos o muy buenos.
El de las series confinadas es un torbellino que pone en riesgo las verdades que creemos inamovibles sobre la industria del cine y la televisión. Sobre nuestra percepción de la maquinaria de las narraciones; sobre lo que es indie y lo que no. Y quizá el distingo más importante de todos: qué es barato y qué no lo es. La serie de Netflix, por mucho que haya requerido despliegues mínimos de los medios disponibles, es una pata del gigante mediático tan robusta como otra cualquiera. Detrás de ella están los hermanos Larraín, Pablo y Juan de Dios, cabezas visibles de la productora Fábula, una bestia sagrada en la reciente carrera por exportar más y mejores series chilenas al mundo; y Lorenzo Mieli, quien además de haber producido The Young Pope y The New Pope, lidera The Apartment, el esqueje para producción internacional de FreemantleMedia Italia.
Sobre la estética de la cuarentena se pueden decir pocas cosas más. En los episodios de Hecho en casa se concita lo que ya estamos más que acostumbrados a ver pasar por la pantalla en estos días aciagos: trémulas cámaras en mano, sonido sucio pero diligente y vivo, la imagen de teléfono móvil y su textura abrasiva como herramientas de resistencia, intérpretes no profesionales que dan salida a la cotidianidad que lo impregna todo y un completo descuido del trabajo de iluminación como aserción tajante de una postura naturalista y documental. El cóctel, no obstante, funciona en Netflix con una brillantez a la que sus competidoras en España, En casa y Relatos con-fin-a-dos, no han llegado a asomarse.
Todo empieza y acaba en el artista
Transgresiones formales aparte, no debe olvidarse que las vías de gestión de recursos se han visto afectadas por las medidas tomadas para aplacar el contagio tanto como la aplicación de esos recursos, y quizá en términos más graves. Lo ocurrido con las series de la pandemia no es una socialización de los medios de producción, sino una reducción del campo de trabajo y beneficio a la figura del director como artista con el que empieza y acaba toda creatividad. Llevar las series a los salones, los pasillos, los porches, las terrazas de los realizadores es concentrar en ellos y en los técnicos de posproducción un mercado laboral que debe refugio a un espectro de profesionales mucho mayor.
¿Qué ha provocado entonces la COVID-19 en las series? ¿Qué hemos sacado en claro de ella? ¿Un estilo? Podría hablarse del estilo vírico de rodar series, como se habla del estilo internacional de hacer películas. Me divierte postular un Modo de Representación Confinado (MRC) que comprenda estos productos, así como Noël Burch bosquejó la noción del Modo de Representación Institucional (MRI) para entender los códigos que unían y hacían legibles las películas de Hollywood. Esta afirmación, en tanto exagerada, pretende actuar como una sonda que, si bien chocará contra el muro del rigor, con suerte arrastrará consigo al volver alguna reflexión que nos haga avanzar.
‘Hecho en casa’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.
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