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Crítica: ‘Patria’ 1×03: Hoy es otro día

Miren y Joxian repiensan amistades durante la cena (Fuente: HBO España)

Joxian: Primero Joxe Mari y ahora esto.

Miren: No es lo mismo. Mi hijo jugándose la vida por Euskal Herria y esta gentuza que no para de explotar al pueblo. Pues donde las dan, las toman.

Joxian: ¿Gentuza? ¡Si ayer mismo estuviste tomando café con ella!

Miren: Ayer era ayer; hoy es otro día. Ya no hay amistad. Vete haciéndote a la idea.

Joxian: Ya, pero, tantos años, ¿no te da pena?

Miren: A mí me da pena Euskal Herria. Y mi hijo.

En la penúltima escena del capítulo, el matrimonio mantiene esa exagerada conversación por la que el realismo derrapa. Los problemas de verosimilitud y equilibrio dramático que se advertían en los dos primeros episodios — en especial con Miren — no terminan de enmendarse. Se agravan. Esta transformación súbita: “Ayer era ayer; hoy es otro día”. Un arco de transformación recorrido al ritmo de Usain Bolt. El perro de Pavlov hecho conflicto dramático: veo unas pintadas → te odio. Sí, por supuesto, está la huida de Joxe Mari y el registro policial, pero hay que sembrar mucho más audiovisualmente hablando para que el odio cotidiano resulte más creíble: miradas de sospecha, gestos sutiles de desprecio, increpaciones en voz baja, leves enfados entre café y café, un alzar la voz por teléfono… ¡Algo que nos evite la transición supersónica entre el churro compartido por la tarde y el escupitajo de silencio a la mañana siguiente! Esa cena en el salón encapsula la dificultad por retratar el mal. Porque si se te va la mano desembocas en el villano de opereta. Y la grandeza a la que aspira Patria — y ya dijimos que supone una tarea dificilísima — es la del matiz.

Ayer era ayer; hoy llega el desprecio en la carnicería (Fuente: HBO España)

Una sutilidad que también queda coja en la representación de los guardias civiles. Otro trazo grueso, tópico. La Benemérita sale tosca, destrozona y, cómo no, metemanos. La única acción positiva que se les permite es la de dejar entregar una manta. Esa agresividad policial — y las torturas que, según aquel desafortunado cartel promocional, llegarán en próximos capítulos — ha sido la excusa de la izquierda abertzale para vindicar una perpetua opresión y justificar una supuesta “guerra”. Y nadie niega ni la ignominia del GAL ni posibles abusos que, gracias a que vivimos en un Estado de derecho, han podido ser perseguidos y juzgados. Pero incluso con todas esas vendas puestas, el problema de la representación de los guardias civiles topa con el equilibrio dramático y el inevitable espejo de lo real.

El encuentro entre Nerea y la Guardia Civil flirtea con el maniqueísmo (Fuente: HBO España)

La serie se afana — aunque, de momento, falle en el caso de Miren — por indagar en las luces y sombras de los personajes, a priori, victimarios (los de los alrededores del crimen): Joxian es un hombre que mira para otro lado porque, básicamente, es un calzonazos; Joxe Mari ha sido “arrastrado” por unos ideales infectos; Miren era buena gente y amigable hasta que el ayer se convirtió en hoy y emerge su condición de madre-pantera; incluso Nerea, hija del Txato, tiene sus flirteos adolescentes con Eskorbuto y las kalejiras siniestras. Salgan mejor o peor, son intentos de los creadores por aportar matices, grises. Empeños en recordar que el mal y el odio no vienen de Marte y que el hombre está atestado de contradicciones, pasiones y errores.

Sin embargo, toda esa complejidad salta por los aires con los guardias civiles. Se entiende, como pasa con la carnicera, que son personajes terciarios y no pueden disponer de un desarrollo extenso. Pero, ay, entonces topamos con los problemas de trajinar historias inspiradas en sucesos reales: que los hechos pueden reclamar cuota. Veamos.

La temporalidad exacta de los flashbacks resulta algo confusa en Patria. En la radio anuncian la muerte en accidente de tráfico del dirigente de ETA Txomin Iturbe, que ocurrió en marzo del 87. Sin embargo, también aparece Joaquín Prats anunciando El Precio Justo, que comenzaría a emitir TVE un año más tarde. Establezcamos, pues, ese marco temporal más o menos amplio para rastrear los matices ausentes. Solo algunos: en julio del 86 el “Comando España” reventaba un convoy en la madrileña plaza de la República Dominicana con 70 agentes de la Guardia Civil; 12 murieron y 60 resultaron heridos. En octubre de ese mismo año asesinaron al Gobernador Militar de Guipúzcoa junto a su esposa y su hijo. El 14 de julio hicieron pedazos a dos agentes en Oñate (en junio del 87 fue el atentado de Hipercor, por cierto, el más sangriento de la banda). En diciembre del 87, fuera del País Vasco, ETA cometió el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, donde destrozaron a 11 personas (5 de ellas niñas menores de 12 años) e hirieron a otras 88.

¿Por qué estos desoladores datos son relevantes? Porque en la representación de los guardias civiles de aquella época no asoma, por el momento, ni una sola raspa de dolor, de miedo o de victimización que sirvan de comprensión o atenuantes para la brusquedad de sus acciones. Sin embargo, para otros personajes (Miren, principalmente, pero también Joxe Mari) sí emergen todas esas aristas, como debe ser en cualquier drama que pretenda dibujar complejidad psicológica. Los polis, no: son malísimos y punto. Y si Patria aspira a dialogar con la realidad trágica de los últimos cuarenta años y decide integrar en su relato a la Guardia Civil, lo ideal sería no dejarlos como meros dispositivos dramáticos primarios. Si no, el espejo de lo real se les hará añicos.

“Soy su madre. Siempre lo seré. Pase lo que pase”, proclama Miren. Ya lo analizamos la semana pasada: es muy lógico. Puede resultarnos estomagante, pero es comprensible que el amor de madre haga malabarismos morales. Es la puñetera naturaleza humana. Como lo son los intentos del Txato por esconderle el pavor a su familia o su autojustificación para pagar el “impuesto revolucionario”. Esos momentos — entre la desazón, la soledad y la incredulidad — son los que Patria está trabajando mejor. La secuencia del ciclismo mañanero — es curioso: sin apenas diálogos — exhibe con brillantez la pegajosa mugre del miedo, el mecanismo mafioso de la omertà y la paulatina deshumanización del disidente.

El Txato certifica el silencio de la cobardía (Fuente: HBO España)

Quizá por eso también tiene tantísima fuerza el personaje de Arantxa. Más allá de ser una sioux en terreno piel roja (¡quintacolumnismo familiar!), al estar obligada a economizar sus palabras, tanto su limitada gestualidad como el Ipad ventrílocuo multiplican la rotundidad expresiva. De hecho, su encuentro con Bittori en la plaza del pueblo es de lo más sutil y emocionante que hemos visto en estos tres capítulos. “Jodida, pero alegre de verte”. Ouch. Ahí están dos mujeres fuertes que tratan de sobrellevar de la mejor manera posible las retorcidas cartas que la vida les ha repartido.

Bittori, Arantxa y el beso de perdón (Fuente: HBO España)

Esa poderosa escena se clausura con Bittori quebrando de forma elegante, en passant, la odiosa equiparación gaseosa — característica de Bildu y aledaños — de todas las violencias, vengan de donde vengan. Si todo el mundo dispara, nadie es culpable. Si todo el mundo sufre por igual, todos somos víctimas. Y no. Ni de coña. “Me voy. Yo también cojo un autobús. Pero yo voy más cerca: al cementerio”.

El aliento moral y cívico de Patria está claro, pero no termina de ponerlo en escena con precisión.

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