Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de ‘Que viene el lobo’ y contiene spoilers.
Lea Thau hace un podcast íntimo en todos los sentidos de la palabra: Strangers. Confidencias susurradas al oído que en ocasiones hablan de sí misma. De su dolor y alegría. De sus frustraciones y anhelos. Un yo expuesto con tal crudeza que marea y fascina. Esa misma honestidad brutal y vital es la que conforma el grueso de los episodios sonoros: con su voz levemente rasgada y su aire de conversación entre amigos, Strangers nos acerca sobre todo dramas de peña anónima, sorprendente, terrible, inspiradora. De todo hay. Pero siempre entrando hasta la cocina del alma de los entrevistados.
No cesaba de recordar el podcast Strangers mientras visionaba cada semana Que viene el lobo, la estimable miniserie que concluyó ayer en Movistar+. Y no porque Lea Thau sea danesa de origen, sino por la sensación de áspera verdad íntima que la teleficción dibuja, siempre aplicando un gris indefinible en un entorno tan sagrado como el hogar familiar. Una ambigüedad lacerante —y por eso tan rica dramáticamente— que nos obliga a los espectadores a dudar tanto de los testimonios de los implicados como de nuestros propios juicios preconcebidos. En especial, Que viene el lobo me traía a la memoria un estremecedor podcast de Strangers, uno de los más impresionantes que he escuchado nunca: «The Truth«. El paralelismo: niños, adultos, familias «reconstituidas», pasados borrosos, quiebra doméstica, sospechosos íntimos y testigos de fiabilidad limitada por la edad. En este escenario, ¿quién miente?, ¿quién dice la verdad?, ¿cómo conocer lo que realmente pasó?
Porque, como advertimos tras el piloto, ese es el gran tema de Que viene el lobo: la ambigüedad. Cómo lidiar con la falta de certezas en un asunto tremendo, sí, pero donde también se necesitan evidencias claras para atinar en la respuesta y que el remedio no sea peor que la enfermedad. Porque en ese gozne es donde la miniserie danesa logra sus mejores hallazgos dramáticos. Durante seis episodios trabaja con rigor la agonía de unos padres que asisten, con dolorosa impotencia, a cómo el sistema les arrebata a sus hijos para supuestamente salvarlos de un entorno tóxico y violento. Esa impotencia kafkiana de Dea y Simon frente a la dañada valentía de la abrumada Holly (una excepcional Flora Ofelia, con su intensa mirada) y la insobornable convicción de Lars, la intuición personificada.
A priori, todo espectador intuye que el padre es culpable. Y, sin embargo, la guionista Maja Jul Larsen logra hacernos dudar y que suframos con ese matrimonio. No deja de ser una trampa narrativa, pero resulta efectiva y, sobre todo, sirve para afianzar la tesis de fondo de Que viene el lobo. Y hablo de trampa porque el punto de vista escogido (y, por tanto, la información que se nos ofrece) no nos permite rastrear las pistas de la violencia conyugal de Simon. Se nos presenta como un buen tipo, como una víctima del exceso de celo de los Servicios Sociales, sin apenas grietas de oscuridad más allá de su mandíbula apretada. Resquicios tan leves como esos títulos de crédito que presentan una perfecta estampa en la que nadie sonríe y las varias ocasiones en las que el sexo duro sustituye al cariño comprensivo.
Pero la empatía con que se nos presenta el matrimonio nos hacen dudar constantemente. ¡Si hasta nos presentan a Simon como un papá devoto del pequeño Theo y una víctima de progenitor alcohólico! Por tanto, Que viene el lobo logra algo contraintuitivo durante dos tercios de su metraje: quebrar el lógico prejuicio del espectador, el de que por tema y por estadística lo más plausible es que, de haber violencia familiar, la ejerciera Simon. Eso da un vuelco en el penúltimo episodio, cuando el relato descubre bruscamente sus cartas y confirma lo esperado. No obstante, durante el trayecto ha dejado varios rasguños en el convencimiento de la audiencia.
Lars: Conozco a los de tu calaña. Pegáis a la gente hasta casi matarla y luego esperáis que os quieran. ¿Me equivoco?
Simon: Yo no quiero que sea así, por Dios. No quiero que sea así.
Lars: No, pero tú lo has decidido. Todos tuvimos infancias de mierda, pero luego tomamos nuestras propias decisiones. Y lo sabes.
Pero, incluso ahí, con la tragedia de la violencia doméstica en toda su crudeza, Que viene el lobo abre una última puerta a la redención, revelando un humanismo luminoso entre tanta mierda y dolor. Una celda. Plano, contraplano y la pregunta paternal del viejo sabio de los servicios sociales a ese malnacido que también merece una segunda oportunidad: «¿Quieres que te ayude?». Y él, llorando, asiente. El perdón. De una infancia de mierda no ha de derivarse una paternidad deleznable. Lars bien lo sabe.
Mientras, en la casa de acogida para mujeres maltratadas, con el sol y la playa como símbolos de un futuro mejor, Holly y su madre escuchan los gritos de felicidad de Theo jugando al fútbol. Sin máscara. Se respira calma. Quietud. Confianza. Y la serie se clausura con un hermoso primer plano de Holly, esa heroína cotidiana que se atrevió a gritar que venía el lobo… porque sabía que su propia madre era incapaz de distinguir la piel de cordero.
‘Que viene el lobo’ está disponible en Movistar+.