Esta crítica se ha escrito tras ver los cinco primeros capítulos de ‘Paraíso’ y no contiene spoilers.
Tenía ganas de echarle el guante a Paraíso. Más allá de la relación que me une con los lugares donde se ha rodado (Altea, El Albir o Santa Pola, entre otros) y ver en pantalla a algún amigo, las expectativas que me había generado esta serie (ya está firmada la segunda temporada y veremos si hay tercera) eran grandes. Siempre que el foco se coloca con demasiada antelación sobre un proyecto, las perspectivas suelen ir acorde al tamaño del objetivo y no era de extrañar que su estreno se esperara con ganas. Algo que me ocurrió a mí, sin duda. Lo que sabía de Paraíso antes de ponerme con ella me pareció lo suficientemente atractivo para dedicarle tiempo y ganas y, a pesar de que sus primeros compases no me sedujeron del todo, reconozco que el paso capítulo a capítulo ha cambiado la perspectiva. Con sus errores, que los tiene, Paraíso es una serie que tiene claro lo que ofrece y si entras en ese juego, el producto deja buen sabor de boca.
Mucho se ha hablado de las referencias de la serie: Stranger Things, Los Goonies, Verano Azul, Súper 8… Casi siempre con un toque peyorativo, pero si la intención primigenia de sus creadores era esa, más que una rémora, me parece un acierto. Coincido, lo que son las cosas, que estas referencias son su alma y su lastre; una suerte de espada de Damocles que amenaza con engullir la serie, pero sin cuyo filo no existiría. Sin embargo, ahí reside su acierto: mostrar y demostrar que no solo las referencias son necesarias, sino que alimentan el proyecto y producto. Y eso me resulta honesto a más no poder.
Paraíso es una serie que apuesta por lo nuestro descarada y manifiestamente, sin rubor y entendiendo que el entretenimiento es eso: entretenimiento. Sin embargo, también me resulta un ejercicio que reivindica que las producciones realizadas en España deben huir de ese complejo, absurdo y pueril, que reza que todo lo que viene de fuera es mejor. Basta con ver las parrillas de las plataformas y, si uno se pierde un poco entre la maraña, por cada The Crown, Juego de Tronos, Killing, The Wire (o cualquiera de las excelsas que ustedes escojan) hay una pléyade de series cuyo objetivo es la de ofrecer un producto de calidad, al alcance de todos y no perderse por cuetos y vericuetos pretenciosos que, a la postre, no entiende ni el propio creador. Ocio democrático, al fin y al cabo.
La serie nos propone una historia cuyo detonante es la desaparición de tres chicas de 15 años: Sandra, Eva y Malena, en un pueblo del Levante español, a finales del verano de 1992. La desaparición (y sí, también puede ser una referencia obvia a Alcàsser) resulta del todo misteriosa: no hay rastros ni pistas. La policía da palos de ciego y eso desemboca en que Javi, el hermano pequeño de Sandra, y sus colegas de pandilla, Álvaro y Quino, emprendan por su cuenta la búsqueda de las tres chicas. Al poco, Zeta (algo así como el malote del instituto) se une al trío. Las pesquisas les conducen a una discoteca cuyo nombre da el título a la serie. Allí, un suceso inesperado lo cambia todo para los chicos, pero para su sorpresa y como dicta el clásico ocultista, lo que parecería un final es solo el principio. Un universo nuevo se abre ante los protagonistas cuyo periplo les lleva a descubrir que hay un mundo que antes no veían, y que tanto en este como en el que ya conocían, hay reglas, malos y bueno. Y sujetos que transitan entre ambos. Es entonces cuando comienza la serie.
Al margen de los anacronismos que hay en la serie, de una sensación de conveniencia en los giros argumentales y algunas carencias en la construcción de los personajes, Paraíso presenta una mezcla de géneros muy atractiva, con unas destacables interpretaciones (ojo a Marta Romanillos y Patricia Iserte) entre los actores jóvenes, un diseño de producción excelso y una fotografía que plasma perfectamente una atmósfera que recrea, y de qué manera, los elementos fantásticos de la serie. Sin ánimo de spoiler, como es mi costumbre, la serie juega con el espectador en sus giros constantes, pero ese juego, dentro del código que generan sus creadores y guionistas, lejos de producir rechazo, seduce porque su pretensión es precisamente esa: plantearnos un juego y jugar.
Creada por Fernando González Molina junto a Ruth García y David Oliva, Paraíso se descubre como un blockbuster palomitero juvenil que alude a la nostalgia del VHS, de las cabinas de teléfonos, de los bollycaos y a la música de Mecano y OBK. Y todo bajo un paraguas fantástico en un pueblo de la costa levantina donde, naturalmente, nunca ocurre nada. ¿Qué más se puede pedir?
‘Paraíso’ se emite los viernes en Movistar+.