Fotograma de ‘The Young Pope’, la serie de Paolo Sorrentino.
La era del Peak TV, del crecimiento exponencial del número de series producidas y estrenadas, sobre todo en Estados Unidos, parece ser también la del alegre uso de la etiqueta “Prestige TV”, o lo que es lo mismo, “televisión de prestigio”, para asignársela a los títulos con un mayor pedigrí detrás y delante de las cámaras.
Los críticos estadounidenses llevan ya un tiempo quejándose de los vicios que esa etiqueta ha provocado entre los creadores, y uno de los mayores es la querencia por afirmar que no se está haciendo una serie de televisión, sino una película muy larga, o que es más una novela. No hace mucho, el crítico Alan Sepinwall publicaba en Uproxx una defensa del episodio, una reivindicación de que, si se estaba haciendo una serie de televisión, que no hubiera vergüenza por admitirlo y que se aprovechara de verdad la naturaleza episódica del medio.
Al mismo tiempo, Vulture publicaba ayer una lista de las trece características que te indicaban que estabas viendo una serie de prestigio. Era una actualización de otro texto, escrito en 2013, de las trece reglas imprescindibles para crear una serie de calidad, que era tanto una crítica como una parodia de todos los títulos que se presentaban dándose un aire de importancia que luego no aparecía por ningún lado. Los trece signos que apuntaba Vulture son:
- Que sus creadores digan que es como una novela
- Que sus creadores digan que es como una película de X horas
- No son episodios, sino “capítulos”
- No tiene primera temporada, sino un larguísimo “piloto”
- Metarreferencias autoconscientes
- Oscuridad
- La trama es complicada de seguir
- Todo tiene importancia
- El hombre triste
- Desnudos (femeninos, generalmente)
- Sin sentido del humor
- Todo es deprimente
- Hay directores y estrellas de cine en el proyecto
Fotograma de la segunda temporada de ‘Bloodline’ (Foto: Netflix)
La serie que suele ponerse de ejemplo casi siempre es Bloodline, el drama familiar con toques de misterio que los creadores de Damages tienen en Netflix. No cumple con todos los requisitos expuestos anteriormente, pero es un caso muy claro de esa tendencia en las series de prestigio de las plataformas en streaming de ser tan serializadas, que se toman muy al pie de la letra lo de la película de trece horas.
¿Qué necesidad hay de que una temporada de trece episodios se presente como “el piloto” de lo que la serie quiere contar, nada más que un prólogo? ¿Es realmente imprescindible? Bloodline, por ejemplo, sufre enormemente con ese enfoque. La atmósfera y los secretos de los Rayburn necesitan algo más que la amenaza constante del hermano mayor para atrapar de verdad al espectador.
La era del maratón de episodios ha favorecido que las series se construyan a partir de sus temporadas, no de sus capítulos, y para algunas no es la mejor idea. Los títulos de superhéroes de Netflix, por ejemplo, parecen quedarse sin trama a la mitad de la temporada (una tendencia muy acusada en los dos últimas en llegar, Luke Cage e Iron Fist).
Todas las cadenas buscan su serie de prestigio que las ayude a destacar en un panorama no sólo muy competido, sino cada vez más saturado, una serie que pueda atraer la atención de los críticos y, con suerte, encontrar a su público con el tiempo. Así que se opta por contratar a los mayores nombres disponibles y, a ser posible, tocar un tema controvertido para poder sacar la cabeza en ese mar de series que se promocionan como “de calidad”.
La segunda temporada de True Detective es un ejemplo de todo lo que puede salir mal al perseguir ese ideal de “Prestige TV”. Puedes tener tramas que parecen hechas deprisa y corriendo, actores que no encajan en sus papeles (como Vince Vaughn), unas pretensiones de seriedad que no se cumplen y no se hace ningún favor a las partes que sí merecen la pena (más allá de sus fabulosos créditos).
Ya se ha convertido en un cliché que se preste más atención a series cuyo ptotagonista es un tipo taciturno que guarda muchos secretos, o que quieren potenciar su oscuridad situando muchas escenas de noche (o bajo la lluvia, que era una de las burlas recurrentes hacia The Killing), o que consideren que el humor está reñido con la calidad.
O que creen que la mejor forma de posicionarse como una serie que hay que ver es casi despreciando que son televisión y queriendo ser cine. Eso sólo funciona como eslógan publicitario.