Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de ‘Gambito de dama’ y no contiene spoilers.
Netflix estrena con tal indiferencia algunas de sus series que, cuando estas resultan ser productos más que correctos, casi da rabia ver cómo el sospechoso algoritmo de la plataforma de repente la apoya, colocándola en lo alto de la tabla de las más vistas del momento. Esto ha ocurrido con Gambito de dama, la miniserie basada en la novela homónima de Walter Tevis (El color del dinero) que llegó al catálogo el pasado 23 de octubre sin mucho bombo y está ahora entre el ilustre top 10 del catálogo.
Que no os engañen. Los que le hemos seguido la pista al contenido por requisitos del oficio sabemos que hasta el teaser y el tráiler se publicaron en YouTube con el título mal escrito. Esa desidia en la promoción de la serie quizá obedeciese a una falta de confianza en su premisa: una pequeña huérfana descubre en sí, en la Kentucky de los 60, un don innato para el ajedrez que la lleva a copar las más importantes partidas y, al mismo tiempo, a paliar la soledad de su éxito con alcohol y drogas. La trama, aunque atractiva, no es precisamente rompedora; no obstante, la impecable ejecución en lo actoral y lo dramático la hace merecedora de apoyos más firmes que los que recibió en un primer momento.
Aunque el trabajo de Anya Taylor-Joy (Múltiple, Glass) en la composición del personaje de Beth Harmon, la atribulada ajedrecista, otorga a la serie la profundidad que hace de sus largos episodios horas de disfrute raudas y ligeras, el responsable último del empaque del proyecto es Scott Frank (Logan), que la escribe y dirige por completo. En la representación de lo universal y lo particular, de las amenazas externas e internas que azoran por igual a la protagonista, Frank se descubre como un profesional camaleónico, capaz de trasladar su milimetrada puesta en escena de las inspecciones angulares a la panorámica apelmazada sin perder solidez.
Taylor-Joy se prueba apta para seguir el ritmo de esas mutaciones estilísticas con una actuación comedida, que asoma con prudencia por fuera del estuco de lo que pudiera parecer un personaje rígido. En la construcción de la huérfana, avasallada por la soledad del corredor de fondo y la obsesión por restituir los vacíos de su niñez, la intérprete dibuja un contorno romo que mulle con delicados tics. El espectador sabe de la irracional aspereza de la niña, por ejemplo, porque al entrar en tiendas o establecimientos gruñe, en lugar de saludar, como no cabría esperar menos de alguien educado como una gallina de crianza.
Lo diáfano del contexto, condensado en esas familias desestructuradas en las que crece Beth y que se inclinan doblemente hacia un lado de la cama (sus madres biológica y adoptiva), contrasta con lo que de verdad le ocurre a la joven, una capa de significado algo más escurridiza. Al llegar al orfanato, la niña es despojada de su propia historia. Le cortan el pelo, le dan un uniforme y queman la ropa que traía de su vida anterior, vaciándola de pasado y haciéndola homogénea. Así, la primera mitad de la miniserie se dedica a mostrar cómo esas grietas se van llenando de otras sustancias: el ajedrez y el ansia, no de dominar el juego, sino de volver a ser diferente, única. Un individuo completo.
La mano del realizador y guionista, que no podría lucir más como autor completo, acompaña visiblemente ese tránsito, que se vuelve más violento según se suceden las mímesis. Frank salta de los naranjas que dominan el paisaje del hospicio a los verdes del suburbio residencial donde florecen las primeras visceralidades de la adolescencia, siempre recortadas contra el ultrarracionalismo del ajedrez, que no es sino una de las múltiples encarnaciones posibles de la necesidad dolorosa de Beth de hallar un sistema de coordenadas propio. El tablero y las piezas son en realidad una cosmovisión de prestado que le permite organizar el mundo. Anya Taylor-Joy podría interpretar a una fabulosa yoqui, en lugar de a una ajedrecista, y la soledad brutal de su carácter permanecería inalterada.
‘Gambito de dama’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.