(Fuente: Showtime)
Esta crítica se ha escrito tras ver los dos primeros episodios de ‘Moonbase 8’ y no contiene spoilers.
Creo que no entiendo a Fred Armisen. Ni conecté con Los Espookys ni me llega Moonbase 8, comedia de Showtime que aquí lleva estrenados dos capítulos en Movistar+ y a la que, como a sus personajes protagonistas, le falta fuel en el despegue. El coqueteo con el vacío es rasgo indispensable de la reciente tradición (valga el oxímoron) de comedias en las que uno no se ríe, o no debe reírse, y la serie lo hace suyo con gusto.
No todo es cosa de Armisen, actor, cómico y guionista venezolano-germano-japonés que no dudaba en dejar los minutos de la fronteriza Los Espookys igual de deshabitados que los gags de Moonbase 8. Esta comedia también la han cocreado y protagonizan John C. Reilly y Tim Heidecker. El trío da vida en la serie a un grupo de candidatos para una misión lunar a los que la NASA tiene encerrados en un campo de entrenamiento que simula las condiciones de vida del satélite en pleno desierto de Arizona. Allí, los virtuales astronautas son asaltados incesantemente por la nada.
Armisen es Skip, hijo de un veterano de la institución y obsesionado con llenar unos zapatos que no son de su talla; Reilly es Cap, zascandil hawaiano que encuentra el entrenamiento confortable en tanto que lo mantiene alejado de las multas y embargos que lo esperan afuera; y Heidecker es Rook, antiguo rockero reconvertido en evangelista que anhela difundir la palabra de Dios “por el universo”. Sus biografías, incluso sintetizadas al máximo, como aquí, cautivan porque no hay mucha más enjundia en la serie que la que estas aportan.
El primer episodio es inane, pero no tedioso. No podría serlo en los apenas 25 minutos que dura ni aunque se lo propusiera. Hasta incluye un giro dramático llamado a catalizar la trama, la peripecia, la siuzhet, la cosa, ese algo que no operaba en el planteamiento del relato y se supone que ahora sí, y da paso al nudo. Sin embargo, el cambio cae como un árbol en un bosque vacío y las vidas de estos tres adultos incompletos, más parecidos a menestrales de andar por casa que a preclaros tripulantes, se quedan como estaban.
Y puedo confirmar que la segunda pieza emitida no rompe la disciplina de partido pactada en el primer episodio: aquí no ha pasado nada y, si pasa, se olvida. Por explicar de una tacada lo que se cuenta y cómo se cuenta, la experiencia vicaria en el campo de entrenamiento simula la misión lunar como simula la serie una comedia enfilada en el horizonte, invocada, pero que no llega a personarse en la primera hora más que en la cuasimprovisación que chisporrotea entre los tres actores. Puede que la contumacia en el espacio en blanco sea lo pretendido, pero no convence; y menos como reflejo a medias del veneno de bufones como Armando Ianucci. Ahora lo entiendo: Moonbase 8 es una simulación de Avenue 5.