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Crítica: ‘A Very English Scandal’, pues eso

Hugh Grant y Ben Wishow, protagonistas de ‘A Very English Scandal’. (Fuente: Amazon Prime Video)

Esta crítica se ha escrito tras ver la temporada completa de ‘A Very English Scandal’ y no contiene spoilers.

Siento debilidad por el sentido del humor inglés aun cuando éste sea tan incomprensible, rebuscado o inapropiado que lejos de incomodarme o extrañarme, me produce cuando menos una sonrisa. Y casi siempre, hilaridad. Es como si el poso que los Monthy Python (y eso es rayar el súmmum de la absurdez) dejaron en mí cuando vi por vez primera La vida de Brian (a unos tiernos 16 años), se mantuviera incólume, y más vivo que nunca, ahora que he entrado en la cincuentena. Esa sordidez, sorna, ironía, negrura, vergüenza (o desvergüenza, según se mire), acidez y desparpajo mezclado con las apariencias sociales y económicas, distinciones clasistas y, como es el caso, un intento de asesinato tiene todas las papeletas para caer en una astracanada barata. Salvo si este cóctel lo dirige Stephen Frears, como es el caso.

A Very English Scandal es una miniserie de BBC de difícil clasificación. Si uno alude a los hechos con asepsia, nos encontramos con una historia cruel, procaz y desgarradora, donde en la Inglaterra de los sesenta la homosexualidad era considerada un delito; también es una historia de desamor y promesas incumplidas, de abandono y desprecio; la supervivencia de los dos protagonistas principales nos es mostrada sin ambages (cada cual en su contexto, pero trágicas ambas), aderezado con una conspiración por asesinato. Estos elementos son los propios de un drama mayúsculo, pero, como ocurre tantas y tantas veces, la forma de narrar convierte el continente, en detrimento del contenido, en el eje esencial de una historia. Y es que a veces el hábito sí hace al monje.

Ben Whishaw es Norman Scott. (Fuente: Amazon Prime Video)

Situémonos: Inglaterra, 1961. Jeremy Thorpe (Hugh Grant), miembro del parlamento británico y figura ascendente dentro del partido liberal, conoce casualmente a un joven llamado Norma Scott (Ben Whishaw) en unos establos durante unos días de vacaciones. El flechazo ocurre de manera casi inmediata, pero como por aquel entonces la homosexualidad era considerada un delito, Thorpe decide darle un trabajo y ponerle un piso donde establecer su nido de amor. Durante varios años de relación todo era perfecto, o casi perfecto, pero el progreso de Thorpe en el partido precisa un cambio en su vida (doble vida). Abandona a Scott, dejándole sumido en el desamor y la pobreza (y sin seguro social, caballo de batalla recurrente en toda esta historia).

Ambas vidas discurren por derroteros muy diferentes. Mientras Thorpe se casa, tiene descendencia y progresa en el seno del partido, Scott cambia de ciudad varias veces, sobrevive a duras penas trabajando de lo primero que encuentra y, cómo no podía ser de otro modo puesto que las penurias mandan, también mantiene una relación sentimental con una mujer. Pero Scott sigue pensando en Thorpe, ora enamorado, ora decepcionado, ora iracundo. Y a pesar de que reconocer su relación sentimental con Thorpe sería un suicidio social para ambos, decide denunciarlo: el famoso seguro social. Sin embargo, el caso no cuajó. La posición social de Thorpe como miembro destacado del establishment, pesa más que la denuncia. Y que la verdad.

A pesar del entierro momentáneo del suceso, en la retina de Thorpe (además de las continuas muestras de “afecto” de Scott) permanece la idea de que éste debe desaparecer. Su sola existencia puede suponer una bomba de relojería cuya única conclusión es derrumbar su vida personal y política, así que urde un plan infalible, de no haber contratado al asesino que contrató: Andrew Newton. Un matón de opereta de tres al cuarto, preocupado por los ligues baratos y fardar de coche. Una noche lluviosa, Newton encuentra a Scott que está paseando un gran danés; el asesino baja del coche, se enfrenta dialécticamente a Scott, saca su arma y mata al perro. El escándalo salta a la palestra y la opinión pública, por fin, se toma en serio la historia. Newton es condenado a dos años de prisión. ¿Pero qué ocurrió con Thorpe y Scott, ahora que la homosexualidad ya no era un delito?

A Very English Scandal tiene todas las papeletas para ser la miniserie del año. Y es que tiene los ingredientes necesarios para ello: una historia tragicómica narrada de manera excepcional, un guión brillante a cargo de Russell T. Davies, una dirección magistral de Stephen Frears y dos actores únicos, cada uno en su registro: Hugh Grant y Ben Whishaw. El primero aborda al personaje con ese british style tan característico, como si estuviera sacada de un catálogo de Burberry, sazonado con algo que no se puede ensayar porque o se tiene o no se tiene: la naturalidad cómica. Hugh Grant te hace reír y no se lo propone, tiene esa vis cómica tan indescriptible como necesaria para una narración que camina vertiginosamente desde un humor elegante hasta la sorna, pasando por la picardía y la desvergüenza. La sonrisa socarrona y, ciertamente, malvada que enarbola con ironía es la marca del personaje durante toda la miniserie.

Capítulo aparte merece Ben Whishaw, y es que lo de este actor es cada vez más sorprendente. Reconozco que por momentos su actuación me recordó a London Spy puesto que ambos son homosexuales, erráticos y románticos empedernidos, sin embargo, cuando leí el suceso real y la personalidad de Scott, percibes que Whishaw deconstruye y reconstruye todo el personaje para dotarle de una inestabilidad que convierte en seguridad, valentía y coraje.

‘A very English Scandal’ ya está disponible completa en Amazon Prime Video.

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