(Fuente: Netflix)
Esta crítica se ha escrito después de ver ‘Alice in Borderland’ completa y no contiene spoilers
El hikikomori (prototipo de joven masculino que desarrolla fobia social y a menudo solo mantiene contacto con el mundo exterior a través del ordenador, la televisión o los videojuegos en línea) es una figura muy recurrente en la cultura japonesa actual. Con más o menos relevancia, penetra a menudo en muchas obras de ficción salidas del archipiélago del sudeste asiático y ocurre así en Alice in Borderland, serie de supervivencia adolescente que Netflix estrenó hace unos días.
La presencia orbital de este trastorno anida en un nivel subcutáneo de la primera temporada de la producción, compuesta por ocho episodios de entre 40 y 50 minutos, pero responde a una reproducción más amplia de la estereotipia adolescente japonesa. La superficie de Alice in Borderland es hortera, bragada, rauda y tremendista, como todo lo joven; sin embargo, la sombra del slasher puberal no siempre alcanza a cubrir la pulcritud, el silencio y la distancia dramática que a menudo se saca de la manga este Netflix original cocinado en el país del sol naciente.
El listón japonés de lo excesivo anda bastante más alto que el nuestro, y eso que en España de vergüenzas ajenas, delación pública, abjuraciones y visillos sabemos un rato. Confirmando la imagen que se tiene en Occidente de la ficción japonesa, los diálogos de Alice in Borderland se subrayan con esmero y las muecas son increíbles y grotescas; no obstante, la manera en que sus desafíos capitulares se ponen en escena tiene mucho más del cine nacional que de su televisión. Aunque alocada y repleta de contenido, la serie maneja en ocasiones unos tempos más deudores de las formas fílmicas que del bombardeo pop de teleficciones locales como Ultraman.
Pero ni Mizoguchi ni las aventuras de pequeña pantalla cortadas con el patrón de Super Sentai Series son a lo que más remite Alice in Borderland. El estreno de Netflix, desde su misma premisa, es puro anime: tres jóvenes parias –uno por violento y zoquete, otro por hijo de una fanática religiosa y otro por cercano al mencionado molde del hikikomori– ven desaparecer a casi toda la población de Tokio de un plumazo. Los pocos habitantes de la urbe que quedan, ellos incluidos, deben apostarse el pescuezo en juegos de fuerza o ingenio que casi siempre se resuelven a vida o muerte. La familiaridad del tratamiento la ponen el tebeo del que emana la historia original y su director, responsable de adaptaciones live action de otros mangas y animes como I Am a Hero o Bleach.
Esta percepción depende de los públicos, claro. Hay a quien la serie le recuerda a fábulas como Cube o 3%, pero el espectador asiduo al anime contemporáneo reconocerá antes reflejos de la muy parecida No Game, No Life o incluso de la reciente El hundimiento de Japón: 2020. Junto a esta última, Alice in Borderland ajusta cuentas con una de las principales obsesiones culturales del Japón post-Hiroshima: la hecatombe. Aunque lo que presenta la ficción no es apocalipsis al uso, su trama obedece al mismo terror colectivo y no se libra de atender aquello a lo que todas las ficciones de supervivencia atienden: el homo homini lupus. Los oscuros bordes de la civilidad humana, la respuesta a las preguntas de qué está uno dispuesto a hacer para sobrevivir y cómo regresar después de bailar con la barbarie.
‘Alice in Borderland’ está disponible en Netflix.