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Crítica: ‘Ares’, la sangrienta y beata fábula política holandesa de Netflix

Rembrandt está extrañamente conectado con ‘Ares’. (Fuente: Netflix)

Esta crítica se ha escrito tras ver todos los episodios de la primera temporada de ‘Ares’.

Al comenzar Ares, el thriller con el que Netflix ha inaugurado su producción de contenido en Holanda, el espectador conecta sin ninguna dificultad con su paso certero, su atmósfera podrida y su relativamente cautivadora intriga central. No obstante, sobre la pantalla revolotea, a lo largo de la primera mitad de esta temporada (de ocho breves episodios), la sensación de que el divertimento no está siendo mucho más que eso, y que la puesta en escena apuntala únicamente un storytelling automático.

Esto ocurre porque, como los mensajes cifrados en periodo bélico, la completa lectura de Ares requiere de una contraseña, un sistema que traduzca sus signos a otro lenguaje, uno mucho más interesante. Dicha clave no se encuentra ni en su principio ni en su final, sino en el ecuador que representa un espantoso quinto capítulo. Comprendemos, a partir de él, el verdadero sentido de las marcas que se habían ido tallando en la piedra desde el primer episodio.

La historia de Rosa, una adolescente de familia poco acomodada que encuentra, a su llegada a la universidad de Amsterdam, un segundo hogar en la sociedad de enmascarados Ares, apuntaba en un principio a una reivindicación cuasisocialista del bienestar como derecho y no como libertad; como algo que debería ser provisto, pues dejarlo a competición implica muchos más factores que la simple ambición de los concursantes. La impugnación del cuento liberal: desear mucho las cosas no significa conseguirlas.

Rosa es la protagonista de la serie de Netflix. (Fuente: Netflix)

A partir de ese quinto corte (de una agradecida media hora, como el resto de episodios, que ya hace de por sí la temporada recomendable), el discurso de Ares, y por tanto su interés más allá del misterio poco innovador y no genialmente ejecutado, se revela en su verdadera forma. Ares es, en realidad, una logia fuertemente ligada al cristianismo, que presenta el éxito y el bienestar como funciones del mérito y, por tanto, de la culpa.

La terrorífica conexión de la mansión de Ares con sus huéspedes les hace expulsar sus remordimientos en forma de huevos negros que surfean sus gargantas, entre borbotones de un vómito negro y viscoso. Con esto, dice la organización, se calma el dolor, pues no debe sentirse culpa por hacer lo que es mejor para uno. En la serie no escasean arengas a Rosa del tipo “has llegado hasta aquí tú sola”, cuando es evidente que esos logros, intervención masónica mediante, están lejos de parecerse a algo que uno consigue por sí mismo.

En todo este teatrillo calvinista, concentrado en el centro de la temporada y según el cual Dios ya ha repartido la gloria y si no te han tocado ni las migajas será porque así debe ser, Ares se vuelve fuertemente bíblica. De hecho, el personaje de Jacob (que es, como el resto, más un trasunto para poner en marcha la acción que un cuenco que llenar de significado) vehicula ese purgatorio a través de sus dedos gangrenados. A quien toca con ellos acaba dándose muerte, incapaz de soportar la culpa.

Jacob representa el purgatorio. (Fuente: Netflix)

El Judas de Mel Gibson

De tal fervor religioso nacen imágenes muy potentes, que alimentan la estética barroca y recargada de la serie. Aunque se suma al montón de las producciones que prometen en sus tráilers un esteticismo que luego se diluye entre el metraje, Ares regala estampas como una cruda secuencia que recuerda al suicidio del Judas de Mel Gibson en La Pasión de Cristo: con una rima de nuevo bíblica, el joven que asesinó a una enferma en camilla se ahorca, entre visiones y epifanías, con el cable de la vía intravenosa de esta.

En un espectacular último par de episodios, Ares muta en una sangrienta fábula política, simplificando los términos metáfora en mano; con la culpa que se vuelve contra el agresor y las máscaras que no esconden nada. Antes de un cierre que, virtualmente, no deja lugar a una segunda temporada, su moralina se proyecta a través de los siglos en una electrizante escena que conecta el tizón del viscoso líquido con la piel negra de unos esclavos en galeras, sobre cuyos huesos se edificó la prosperidad de tantos imperios de Occidente. En los cuadros de Rembrandt, miradas cómplices se cruzan y símbolos de Ares escondidos acusan a los poderes dominantes de, en definitiva, hacer lo suyo: dominar; y de haberlo hecho siempre.

La primera temporada de ‘Ares’ está disponible completa bajo demanda en Netflix.

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